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IBEROAMÉRICA

Washington y el delirio de Chávez

Los dilemas que para Washington suscita la situación política venezolana no son subestimables. Luego de minimizar por seis años la amenaza delirante de la "revolución bolivariana", el Gobierno de Estados Unidos encuentra ahora más difícil y costoso enfrentar el peligro con eficacia. ¿Qué hacer ante un adversario que no acepta las reglas del juego, que no parece entender las realidades del poder mundial y cuyas pretensiones exceden con creces sus verdaderas posibilidades de ejecutarlas?

Los dilemas que para Washington suscita la situación política venezolana no son subestimables. Luego de minimizar por seis años la amenaza delirante de la "revolución bolivariana", el Gobierno de Estados Unidos encuentra ahora más difícil y costoso enfrentar el peligro con eficacia. ¿Qué hacer ante un adversario que no acepta las reglas del juego, que no parece entender las realidades del poder mundial y cuyas pretensiones exceden con creces sus verdaderas posibilidades de ejecutarlas?
Hugo Chávez, presidente de Venezuela.
El tiempo para una labor de pedagogía política por parte de Washington, advirtiendo a Hugo Chávez sobre los riesgos que corre (y no hablo acá de magnicidio, sino de riesgos políticos), ya pasó. El caudillo se ha fortalecido, y su cadena de avances le ha convencido de que sus enemigos son menospreciables. Es tarde para persuadir.
 
Pero nunca es tarde para comprender. En ese sentido cabe precisar tres puntos. En primer lugar, el problema venezolano no es personal, aunque la figura de Chávez tiene un peso muy importante en la ecuación que define la crisis. El problema venezolano involucra al Estado como tal en su encarnación revolucionaria. Venezuela se ha convertido en un "Estado forajido" al estilo de Irán, Corea del Norte y Cuba. Es un Estado cuya dinámica le dirige irremediablemente a la ruptura total con el orden internacional formulado a partir del fin de la Guerra Fría y cuyo desarrollo se sustenta en la economía de mercado y el libre comercio, la democracia representativa y la libertad individual. El Estado "bolivariano" es aliado tácito o explícito de todas las fuerzas, algunas de ellas terroristas, orientadas a destruir ese orden.
 
Por todo ello, porque el problema es de Estado, Washington debe enfocarlo como tal. No se trata de disuadir a Chávez para que se detenga en su camino hacia el socialismo, sino a muchos de los que le siguen, en especial en las Fuerzas Armadas, el partido y la burocracia "revolucionarias", antes de que sea tarde. El caudillo continuará su rumbo, pero sus seguidores, no pocos de ellos oportunistas y corruptos, están a tiempo de rectificar.
 
George W. Bush, con su secretaria de Estado, Condoleezza Rice.En segundo lugar, el proyecto de izquierda radical encabezado por Chávez no es un adorno, sino la columna vertebral del proceso. Le proporciona su sentido de dirección y funciona como mecanismo de movilización. Los que subestiman el poder de las ideas en la ecuación venezolana cometen un error y contribuyen a mantener a la oposición en el limbo que ocupa. El proyecto "bolivariano" debe ser combatido de manera frontal, sin los equívocos de los izquierdistas que gobiernan en Brasil, Argentina y Uruguay. Estos últimos pretenden aprovecharse de Chávez y del petróleo venezolano, al tiempo que le agitan como a un trapo rojo para asustar a Washington. No captan la amenaza ni les inquieta el aplastamiento de la libertad en Venezuela. El cinismo e hipocresía de Lula, Kirchner y Vásquez no tienen límites y les costarán caro.
 
En tercer lugar, Washington y la oposición en Venezuela deben convencerse de que el régimen "bolivariano" no saldrá del poder por vía electoral, ni lo cederá pacíficamente. Por desgracia, y en buena medida a raíz del error estratégico electoralista (que concibe al régimen como una democracia populista tradicional), las fuerzas de la libertad han caído en las trampas de la revolución. Lo más decepcionante es que los partidos y grupos que integran la oposición, y el propio Washington, continúan empeñados en jugar con dados cargados.
 
A Washington y a la oposición venezolana no les queda otra alternativa que aceptar el desafío existencial de la "revolución bolivariana", lo cual exige un crucial cambio de percepciones y la preparación sicológica y política para los enfrentamientos que se avecinan ante un enemigo cuyo delirio, a pesar de su naturaleza fantasiosa, nos lleva de todos modos al abismo. Esta es la paradoja de la revolución: su carácter delirante conduce a subestimarla, sin que quede claro que el tiempo favorece la consolidación de un proceso de asfixia de la democracia en Venezuela, de insurrección en América Latina y de desestabilización de intereses vitales para la libertad en un plano global.
 
La ironía de la fantasía "bolivariana" es que la ausencia de obstáculos la convierte paulatinamente en realidad. A medida que avanza sin pagar costo alguno, excepto la retórica del Departamento de Estado, Chávez refuerza la convicción de que su delirio se hará una verdad tangible. Pero todos tendremos un rudo despertar de este sueño hecho pesadilla. Todos sin excepción, incluido Washington.
 
 
© AIPE
 
Aníbal Romero, profesor de Ciencia Política en la Universidad Simón Bolívar.
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