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ESTADOS UNIDOS

¿Un terremoto? Más bien, una marejada

¿Hasta qué punto es grave el "descomunal" varapalo que recibieron los republicanos el martes? Perder una cámara es importante, pero no histórico; perder las dos, sin embargo, es una derrota de un orden de magnitud distinto: el equivalente a una moción de censura en el sistema parlamentario.

¿Hasta qué punto es grave el "descomunal" varapalo que recibieron los republicanos el martes? Perder una cámara es importante, pero no histórico; perder las dos, sin embargo, es una derrota de un orden de magnitud distinto: el equivalente a una moción de censura en el sistema parlamentario.
Los demócratas se han hecho con el control de la Cámara de Representantes y el Senado. Al escribir estas líneas* ganan en la primera 29 escaños (quedan todavía unos cuantos en el aire), ligeramente por debajo de la media post 1930 de irritación con una presidencia de dos mandatos cuando lleva consumidos seis de sus ocho años. Asimismo, han logrado el control del Senado por el más estrecho de los márgenes: un escaño, que han conseguido por 7.188 votos en Virginia y 2.847 en Montana.
 
Dado que se ambas cámaras han pasado a manos demócratas, las elecciones se interpretan correctamente como una expresión de desconfianza en lo relacionado con el asunto principal de la campaña: Irak. No se trata tanto de la guerra como de la percepción de política de la Administración de "mantener el curso", que implica una intervención interminable sin visos de victoria. El presidente captó el mensaje. De ahí la dimisión inminente del chivo expiatorio de turno, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
 
Con todo, la diferencia entre hacerse con una cámara o con las dos –y, por lo tanto, entre las pérdidas previsibles para un partido que lleva seis años en el poder y un terremoto que hace tambalearse la presidencia– tuvo su miga esta vez. Y es que los republicanos aún retendrían el Senado si hubieran obtenido 1.424 votos más en Montana.
 
Rogelio Díaz: PERSONAJE CON EQUILIBRIO BOTÁNICO (detalle).Un margen así de estrecho no debería sorprendernos, porque el país lleva dividido en partes prácticamente iguales desde hace un decenio. Los republicanos han tenido el control de ambas cámaras con mayorías muy reducidas. En 2000 las presidenciales se dirimieron por un margen ridículamente pequeño. Y el Senado acabó en tablas: 50-50. Desde entonces, todos los cambios han sido menores. Hasta ahora.
 
La gran ola demócrata de 2006 no es, ni por asomo, el gran cambio estructural que algunos están proclamando a los cuatro vientos. Las del martes fueron unas elecciones monopolizadas por un acontecimiento y dieron lugar al cambio de poder que uno podría esperar cuando un electorado tan emparejado se inclina ligeramente de uno u otro lado.
 
Así pues, no estamos ante un realineamiento. Como viene sucediendo en las últimas décadas, la política americana se libra en el medio del campo, mientras que los europeos luchan de portería a portería, desde la izquierda socialista a la derecha ultranacionalista. En el espectro político norteamericano estos extremos son insignificantes: las elecciones se deciden en áreas ideológicas más reducidas. En las últimas, los demócratas llevaron el balón desde su extremo del campo hasta el extremo del republicano.
 
El hecho de que los demócratas cruzaran la mitad del terreno no convierte los comicios del martes en un gran giro anticonservador. Las pérdidas republicanas comprenden una masacre de republicanos moderados en el Medio Oeste y el Noreste, y las ganancias demócratas incluyen muchos demócratas conservadores, reclutados brillantemente por el miembro de la Cámara de Representantes Rahm Emanuel, en clásica triangulación clintoniana. De ahí Heath Shuler, de Carolina del Norte, antiabortista, favorable a la posesión de armas, detractor de los impuestos y ahora miembro de la Cámara por el Partido Demócrata.
 
Total, que los dos partidos se han desplazado hacia la derecha. Los republicanos se han deshecho de los últimos vestigios de su pasado centrista, los republicanos Rockefeller, y los demócratas han ampliado su tienda para dar cabida a una nueva camada de demócratas conservadores.
 
Por si esto fuera poco, los referendos celebrados ese mismo martes hacen bastante problemática la afirmación de que se ha producido un gran giro anticonservador. En Michigan, los demócratas progresistas barrieron en las elecciones para la Cámara y el Senado, pero los votantes aprobaron en referéndum, por 58 a 42, abolir la discriminación positiva. Asimismo, siete estados (de ocho) aprobaron enmiendas a sus constituciones para prohibir el matrimonio homosexual, y en nueve estados se aprobó en referéndum que se garantice el derecho a la propiedad individual frente al poder de expropiación del Gobierno.
 
Sigamos dándole vueltas al significado ideológico de estos comicios. Hablemos ahora del gran ganador de la noche del martes: Joe Lieberman. Hace apenas unos meses era despreciado por su partido y abandonado a su suerte. Ahora vuelve al Senado como el escaño 51 de los demócratas... y con la llave la gobernabilidad. De desheredado a cortador del bacalao en sólo tres meses. No está mal. Sus colegas demócratas que le dejaron en la estacada este verano le tratarán ahora la mar de bien.
 
Lieberman ganó con una plataforma que no eludió para nada que busca vencer en Irak. Y ganó pese a que un 10% del voto partidario de la guerra fue a manos de un candidato republicano. Todo esto, en un estado tan demócrata como Connecticut.
 
La opinión del personal sobre lo que deberíamos hacer con la guerra sigue dividida, igual que las inclinaciones ideológicas generales. ¿Qué pasó, pues, el martes? Pasó que el electorado mostró su profundo disgusto con la corrupción y su igualmente profunda insatisfacción con la política que se está siguiendo en lo relacionado con Irak. Ir mucho más allá en los análisis ha de ser considerado un ejercicio de wishful thinking, si lo hace un demócrata, o un síntoma de depresión, si se trata de un republicano.
 
 
© 2006, The Washington Post Writers Group.


* Este artículo fue publicado en el Washington Post el 10 de noviembre. Finalmente, los demócratas cuentan con 229 escaños en la Cámara de Representantes (28 más de los que tenían antes de los comicios) y 51 en el Senado (6 más). Por su parte, los republicanos controlan 196 bancas en la primera (-28) y 49 en la segunda (-6).
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