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AMÉRICA

Un llanto por la Argentina

Con el Obamacare en la Corte Suprema de Justicia, los debates de las primarias en pleno apogeo y el gobierno federal remiso a liberar la economía, lo que permitiría la creación de puestos de trabajo, es fácil olvidar que hay un mundo más allá de EEUU, uno que tiene sus propios problemas económicos y sus propias elecciones presidenciales.


	Con el Obamacare en la Corte Suprema de Justicia, los debates de las primarias en pleno apogeo y el gobierno federal remiso a liberar la economía, lo que permitiría la creación de puestos de trabajo, es fácil olvidar que hay un mundo más allá de EEUU, uno que tiene sus propios problemas económicos y sus propias elecciones presidenciales.

Tomemos a la Argentina como ejemplo, un país querido y cercano a mi corazón, no en vano estudié allí hace casi 15 años.

Hace un siglo, la Argentina salía de un gobierno oligárquico para entrar en una democracia cada vez más liberalizadora y en el club de los países más ricos del mundo. Para 1930, tenía la séptima economía más grande, por encima de las de Canadá y Australia, y atraía grandes oleadas de inmigrantes procedentes de Italia, España y Europa Oriental. ¿Cómo un país tan rico en recursos naturales y humanos pasó de estar en la cumbre a convertirse en el hazmerreír de los economistas? (Hay cuatro tipos de países: los desarrollados, los que están en vías de desarrollo, Japón y Argentina).

La respuesta la encontramos en el corporativismo autárquico legado por Juan Domingo Perón, que destruyó el flamante sector import-export, nacionalizó los ferrocarriles y dio a los sindicatos todo el poder que quisieron (tanto, que incluso empezaron a chocar con Perón. ¿Les suena familiar?). Combine esa locura macroeconómica –que lleva inevitablemente al descontento social y a una reacción represiva del propio gobierno– con una idiosincrásica política exterior de tercera vía y la apuesta por redistribución de la riqueza, y sabrán por qué la Argentina volvió al mismo saco de los decaídos estados latinoamericanos.

La Argentina padeció una serie de populismos salvajes, tanto de izquierda como de derecha, una cadena de golpes de estado, una guerra sucia entre los dos extremos ideológicos y la desastrosa Guerra de las Malvinas. La democracia retornó definitivamente en 1983, pero salvo un breve período, en los 90, la casa económica nunca ha estado en orden. Recordemos que la Argentina fue el paradigma de la hiperinflación en los 80, e incluso ahora la inflación ronda el 20% (nadie lo sabe con certeza, ya que no se puede confiar en las cifras oficiales).

Luego de una crisis económica parecida en sus efectos a la Gran Depresión y que llevó, a principios de este siglo, a una dolorosa pero necesaria corrección –entre otras reformas necesarias, se desvinculó el peso del dólar–, un presidente accidental del sur, Néstor Kirchner, comenzó a reimponer la marca peronista. De ahí el impago de la deuda soberana, el control gubernamental del sector energético, la expansión de los programas sociales y el acercamiento al modelo chavista.

Tras decidir no presentarse a la reelección, Kirchner entregó la presidencia a su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, quien en esencia continuó sus políticas, también en lo relacionado con el acoso a los opositores y a los medios de comunicación.

Hace unas semanas, los argentinos reeligieron abrumadoramente a Fernández. El resultado no fue sorpresivo, ya que se espera que la economía crezca este año un 8% y la clase media en gran medida se ha recuperado de la crisis; aunque la mayoría de los economistas considera que la situación es insostenible y que el país encara un panorama parecido al de finales de los 90.

La Argentina ofrece a EEUU una lección. Como la Argentina en numerosas ocasiones en el siglo pasado, EEUU se encuentra ahora en una encrucijada. ¿Continuarán los estadounidenses apostando por la libertad individual, la innovación y la movilidad social, o cambiarán su libertad por la protección del Estado? Mary Anastasia O'Grady escribía el otro día:

(...) la experiencia de la Argentina de Kirchner es instructiva. Abandonó el libre mercado, aparentemente en aras de la justicia social. El resultado predecible ha sido una mayor injusticia, más pobreza y una creciente concentración de la riqueza y el poder en manos de la clase política y sus allegados. Los esfuerzos para hacer competitiva la economía han fracasado constantemente, y el nivel de vida se ha deteriorado.

Argentina pone a prueba la teoría de que las democracias son capaces de corregir las extralimitaciones de los gobiernos. No sólo ha sido incapaz de salir del agujero negro del corporativismo, sino que se hunde cada vez más en él. O, como dijo Cristina Fernández la víspera de su reelección: "No sé si Obama habrá leído a Perón, pero déjenme decirles que se le parece mucho".

 

© El Cato

ILYA SHAPIRO, catedrático del Cato Institute.

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