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ORIENTE MEDIO

Última oportunidad para Abbás

Gaza no está gobernada por un partido político convencional, sino por un movimiento revolucionario, islamista y terrorista. Pero lo peor de todo es que Hamás es un satélite de Irán, como lo son el Hezbolá libanés, el régimen sirio y grupos iraquíes como el Ejército del Mahdí.

Gaza no está gobernada por un partido político convencional, sino por un movimiento revolucionario, islamista y terrorista. Pero lo peor de todo es que Hamás es un satélite de Irán, como lo son el Hezbolá libanés, el régimen sirio y grupos iraquíes como el Ejército del Mahdí.
El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad.
Este minisucedáneo islamista de la Comintern no sólo está en guerra con Israel, sino con los regímenes árabes moderados, que finalmente abrieron los ojos a la amenaza el pasado verano, cuando censuraron a Hezbolá por provocar la guerra del Líbano contra Israel.
 
La caída de Gaza es particularmente aterradora para Egipto, dado que Hamás está muy estrechamente ligada a la Hermandad Musulmana, la principal amenaza islamista al régimen laico y nacionalista que gobierna el país desde la revolución de 1952. No es de extrañar, pues, que El Cairo acabe de invitar a líderes moderados de Israel, Jordania y Palestina a una cumbre que tendrá lugar de inmediato y de la que Hamás ha sido deliberadamente excluida.
 
Por lo que hace a Palestina, su división en dos entidades es bastante clarificadora. Desde que Hamás se hiciera con la victoria en las legislativas de 2006, hemos tenido que manejarnos con la ficción de una Palestina supuestamente unificada y gobernada por un Ejecutivo "de unidad" integrado por Al Fatah y Hamás. Pero el invento ha saltado en pedazos y ahora tenemos una Gaza gobernada por Hamás y una Margen Occidental en manos –por el momento– de Al Fatah.
 
Terroristas de Hamás desfilando por las calles de Gaza (archivo).Las implicaciones políticas son obvias. Con la autoproclamada entidad islamista radical de Gaza no hay otra cosa que hacer sino aislarla. Nada de reconocimiento, nada de ayuda (excepto para cubrir las necesidades humanitarias de la población, y eso a través de las Naciones Unidas), nada de intercambios diplomáticos.
 
Israel puede aplicar la disuasión para hacer frente a los ataques con cohetes de que es objeto su territorio. Al no hacerlo tras abandonar la Franja, en el verano de 2005, y, en vez de ello, suministrar agua, comida, electricidad y combustible a un territorio que se le estaba mostrando activamente hostil, Israel dio pie al desarrollo de un parasitismo sin parangón.
 
Con la Franja sometida a Hamás, Israel debería anunciar que no tolerará más lanzamientos de cohetes, que el impacto de un solo Qassam en su territorio tendría por consecuencia la suspensión del suministro de combustible. Ello supondría la paralización del tráfico rodado en Gaza en apenas unos días, lo cual dificultaría sobremanera el transporte de misiles y lanzaderas. Pero si con esto no bastara, lo siguiente que habría de hacer sería interrumpir el suministro de electricidad; y cuando el mundo pusiera el grito en el cielo, debería preguntar a sus críticos si saben de algún otro país del que se espere haga de proveedor a un enemigo declarado que pretende atacarlo.
 
Por lo que hace a la Margen Occidental, la política que habría de seguirse es igualmente clara. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás, representa la moderación y debería ser ayudado; eso sí, siempre y cuando haga valer su autoridad y conduzca con éxito los asuntos de su parte de Palestina.
 
Mahmud Abbás (Abú Mazen).Ahora bien, recordemos quién es Abbás. Parece tener buenas intenciones, pero se ve lastrado por sus cuasi letales debilidades. No controla demasiado la situación. En Gaza, sus hombres no hicieron sino derrumbarse ante las fuerzas, numéricamente superiores, de Hamás. Y su autoridad en la propia Margen dista de ser universal. Por no controlar, ni siquiera controla todas las facciones que alberga Al Fatah.
 
Con todo, su mayor punto débil es su carácter. Es un tipo débil e indeciso. Cuando era el lugarteniente de Arafat, Abbás era famoso por su costumbre de quitarse de en medio durante unas semanas, en señal de protesta, cuando su jefe le recriminaba algo en público. Durante la batalla de Gaza no ordenó a las fuerzas de Al Fatah devolver el fuego hasta que la lucha ya se había decantado en favor de Hamás. Recordemos también que, desde que murió Arafat y hasta la victoria electoral de Hamás, estuvo al frente de la ANP durante más de un año: ¿alguien puede citar uno solo de sus logros en todo ese tiempo?
 
Por otra parte, Al Fatah está tan desacreditado como absolutamente amortizado en el plano ideológico. El historiador Michael Oren ha destacado que la ANP ha recibido más ayuda, en términos per cápita, que la que recibieron los países europeos beneficiarios del Plan Marshall. Pues bien, esa asombrosa cantidad de dinero ha servido, en primer lugar, para costear tanto las suntuosas mansiones que se han hecho construir los jefes del partido como las armas con que se ha equipado a la plétora de milicias fundadas por Arafat.
 
Occidente ha respaldado inmediatamente a Abbás. Israel liberará cientos de millones en ingresos fiscales, y Estados Unidos y la Unión Europea seguirán derramando sus vastas ayudas. Todo el mundo ve en Abbás una mezcla de Anuar el Sadat y Simón Bolívar. Está bien. No queda otra que apoyarle. Pero, antes de darle la luna, deberíamos insistir en la consecución de unas metas razonables en lo relacionado con la moderación y el buen gobierno; o sea, deberíamos hacer justo lo contrario de lo que hicimos durante el proceso de Oslo. Abbás ha de demostrar su capacidad para llevar las riendas de una Administración decente y para negociar a diario con Israel en cuestiones relacionadas con el alivio de las condiciones de vida sobre el terreno.
 
Abbás no es Hamás. Pero tampoco es el Mesías. Podemos apoyarlo cuanto queramos, pero en última instancia es de él de quien depende que la Margen Occidental salga adelante. Es su oportunidad. Su última oportunidad.
 
 
© The Washington Post Writers Group
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