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ORIENTE MEDIO

Su turno, señor Abbás

Las perspectivas son pesimistas, pero el proceso va por el buen camino. La Administración Obama debe ser objeto de elogio por la manera en que ha estructurado la más reciente ronda de conversaciones entre israelíes y palestinos. Por fin dejamos atrás los compromisos provisionales, cuyo paradigma fueron los lamentables Acuerdos de Oslo (1993).

	Las perspectivas son pesimistas, pero el proceso va por el buen camino. La Administración Obama debe ser objeto de elogio por la manera en que ha estructurado la más reciente ronda de conversaciones entre israelíes y palestinos. Por fin dejamos atrás los compromisos provisionales, cuyo paradigma fueron los lamentables Acuerdos de Oslo (1993).

En aquel entonces se decía que cuestiones tan complicadas como el conflicto árabe-israelí sólo podían abordarse paso a paso, dejando al tiempo hacer. Y el tiempo hizo, sí, pero para complicarlo todo aún más. Israel realizaba concesiones concretas: trajo de Túnez a Yaser Arafat, para que gobernara sobre Gaza y la Margen Occidental, por poner el más notable ejemplo, y a cambio recibía más y más amenazas, hasta que finalmente fue castigado con una guerra de terror en la que perdieron la vida más de 1.000 israelíes inocentes.

Entre las víctimas de semejante estado de cosas hay que contar al movimiento pacifista israelí, que tantas ilusiones se hacía acerca del reconocimiento palestino del Estado judío. La izquierda israelí, asaltada por la realidad, anda moribunda; y la derecha, escarmentada. Ningún actor de relieve cree que puede conservarse la Margen Occidental.

Dicho panorama ha dado pie a un fenómeno insólito: en Israel hay un amplísimo acuerdo en torno a la idea de ceder casi toda la Margen a cambio de la paz. El momento es doblemente extraordinario, porque el único que puede cerrar un trato así es el actual primer ministro, Benjamín Netanyahu; y está dispuesto a hacerlo.

De ahí lo acertado de la concepción obamita de las próximas conversaciones: nada de acuerdos interinos, nada de compromisos parciales. Nada de concesiones mutuas al margen de las grandes cuestiones: territorio, seguridad, Jerusalén, el denominado derecho de retorno...; las concesiones han de afectar, precisamente, a los grandes temas: que Israel abandone su sueño de una Jerusalén indivisible y los palestinos renuncien de una vez al derecho de retorno. Por ejemplo.

Lo crucial es lo que ha dicho el negociador George Mitchell: lo que se discute es un acuerdo definitivo que ponga fin al conflicto. Lo que significa que nada de reclamaciones posteriores. Fin del conflicto, sí.

¿Cuáles son los obstáculos que hay que sortear? ¿Los asentamientos israelíes? El ministro israelí de Exteriores, Avigdor Lieberman, uno de los políticos más nacionalistas del país hebreo, vive en uno de ellos y ha afirmado que, en aras de alcanzar la paz, él y su familia estarían dispuestos a abandonar su hogar. ¿Y los colonos religiosos? ¿Tampoco ellos se resistirán? Cuando se evacuó la Franja de Gaza, algunos lo intentaron, subiéndose a los tejados de las sinagogas. ¿Qué pasó? Pues que los soldados los bajaron y se los llevaron. Si a Israel se le ofrece una paz tangible, los soldados volverán a hacerlo.

Mahmud Abbás (Abú Mazen).Así que el problema, hoy como siempre, es la negativa de los palestinos a aceptar un Estado judío. Esa ha sido la cuestión nuclear del conflicto desde 1947 hasta Camp David (2000), cuando Arafat rechazó una oferta de paz extraordinariamente generosa, no hizo contraoferta alguna y, para rematar, lanzó, dos meses más tarde, la guerra de terror conocida como Segunda Intifada.

En Camp David iba a alcanzarse una paz definitiva. Una paz que sigue sobre la mesa. Lamentablemente, no parece que en el campo palestino haya más deseo de alcanzarla del que mostraron hace diez años. Incluso si Mahmud Abbás quisiera llegar a un acuerdo así (dudoso, pero posible), ocurre que, simplemente, carece de autoridad. Para aceptar un Estado judío, el rais ha de tener detrás el respaldo de una amplia mayoría de su pueblo; pues bien, no lo tiene. Hamás, cuya razón de ser es la destrucción de Israel, controla una parte de Palestina (Gaza) y es un poderoso rival de Al Fatah, el partido de Abbás, incluso en el feudo de éste: la Margen Occidental.

El otro día, Abbás declaró abiertamente al diario Al Quds, el principal rotativo palestino: "No vamos a reconocer a Israel como estado judío". Bonita forma de coadyuvar a que las cosas salgan bien...

¿Qué hará Abbás? Incapaz de o reacio a hacer la paz, explotará el error táctico del presidente Obama en lo relacionado con la moratoria sobre la construcción en los asentamientos israelíes –a pesar de que este asunto no había sido un impedimento para las negociaciones en los 16 años previos–: si la moratoria no se prorroga el próximo día 26, el rais abandonará las negociaciones. Y no hace falta ser vidente para saberlo: lo ha dicho el propio Abbás.

Con esa manera de proceder, el líder de Al Fatah solucionará todos sus problemas: se evitará estampar su firma en un acuerdo definitivo, se defenderá de las críticas de Hamás y convertirá a Israel en el chivo expiatorio.

Vaya jugada, ¿no? ¿Por qué no levantarse de la mesa? El mundo, que ya condena a Israel hasta cuando no hace más que defenderse, está más que dispuesto a culpar al Estado judío del fracaso de las negociaciones. Por otro lado, tenemos la creciente presión favorable al establecimiento de un Estado palestino incluso si fracasan las conversaciones, es decir, incluso si los palestinos no hacen la menor concesión: ¿por qué, entonces, habrían de hacerlas?

Así pues, las conversaciones están bien diseñadas; pero, por desgracia, Abbás sabe perfectamente cómo dinamitarlas.

 

© The Washington Post Writers Group

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