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ORIENTE PRÓXIMO

¿Será el Kurdistán el nuevo Dubái?

Hice mi primera visita al Golfo Pérsico hace casi dos décadas. Era un lugar desoladoramente distinto a como es ahora. El Aeropuerto Internacional de Dubái tenía una sola terminal. Mi hotel dubaití costaba 25 dólares la noche, y Doha era un lugar bastante soso. Avenidas sin pavimentar y edificios de adobe se enseñoreaban aún de barrios de Riad, y Bahréin no sabía lo que era un McDonald's o un Kentucky Fried Chicken.


	Hice mi primera visita al Golfo Pérsico hace casi dos décadas. Era un lugar desoladoramente distinto a como es ahora. El Aeropuerto Internacional de Dubái tenía una sola terminal. Mi hotel dubaití costaba 25 dólares la noche, y Doha era un lugar bastante soso. Avenidas sin pavimentar y edificios de adobe se enseñoreaban aún de barrios de Riad, y Bahréin no sabía lo que era un McDonald's o un Kentucky Fried Chicken.

Hoy, por supuesto, los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC) son muy diferentes. Se trata de verdaderos viveros del mundo de los negocios y la banca. El sector servicios prospera, y universidades y museos occidentales no dejan de abrir delegaciones allí.

¿Cómo se produjo tal transformación?

La respuesta no es, simplemente, el petróleo. Después de todo, Dubái no tiene grandes reservas; de hecho, extrae entre 50.000 y 70.000 barriles diarios, menos de la quinta parte de lo que extraía hace 20 años. En la actualidad, Dubái apenas cubre el 2% de la exportación gasista de los Emiratos Árabes Unidos. Aunque su riqueza es evidente –a pesar de la crisis económica global–, menos del 6% de los beneficios de Dubái proceden del petróleo y el gas. Las reservas petroleras de Bahréin también son escasas, y se están agotando: su producción actual es de apenas 40.000 barriles diarios.

Es muy probable que las reservas de Bahréin y Dubái se agoten para cuando los bebés de hoy día lleguen a la universidad.

En contraste, el Gobierno autónomo del Kurdistán iraquí ha informado de que en los últimos meses el territorio está exportando 160.000 barriles de crudo diarios, y según el primer ministro, Barham Salij, tal cifra llegará a los 175.000 barriles.

El secreto del éxito de Dubái o Bahréin no tiene tanto que ver con la fiebre del oro negro como con las batallas que desde hace dos décadas vienen librando contra la corrupción.

Pocos de los que disfrutan de una Big Mac o de una ración grande de patatas fritas piensan en márgenes de beneficio, pero lo cierto es que los inversores que facilitan que existan las Big Mac y las raciones grandes de patatas fritas no adelantan los millones de dólares precisos si no están convencidos de obtener beneficios. Al igual que Coca Cola o Starbucks, McDonald's es una marca con una fuerte carga simbólica, que promete no sólo rentabilidad sino prestigio.

Así las cosas, las familias que detentan el poder en los emiratos quisieron implicarse en el negocio. Lo mismo vale para el Kurdistán.

El problema fue que, aunque los sobornos a los socios en la sombra o licencias de apertura rondarían normalmente el 10%, los miembros de la familia real esperaban el doble, cifra por encima del margen de beneficios... que todavía es la mitad de lo que los hijos del líder regional kurdo Masud Barzani han exigido. En circunstancias así, la única forma que tiene el inversor extranjero de salir bien parado es desistir. Aunque Bahréin, Dubái o el Kurdistán iraquí pueden parecer un mercado imponente para sus habitantes, lo cierto es que hay docenas de mercados emergentes en el mundo, y el inversor extranjero suele optar por los más estables y menos corruptos.

El cambio llegó a Bahréin, Dubái y Qatar con la renovación de sus cúpulas dirigentes. Los nuevos líderes no erradicaron la corrupción, pero no toleraron la anarquía ni las instancias disfuncionales. A medida que crecía la confianza de los inversores, las economías despegaban. En el año 2000, la renta per cápita de Bahréin era de apenas 12.000 dólares anuales (ajustados a la inflación actual); para 2005 ya era de 18.000, y en 2007 superó los 27.000. Entre 1995 y 2005, la renta per cápita dubaití creció un 94%, hasta los 31.000 dólares. A corto plazo, limitar la corrupción puede haber costado algún dinero a los hermanos y los sobrinos de los líderes, pero a largo plazo los réditos son muy superiores; y, lo que es más importante, la gente corriente también se enriqueció, lo que redundó en la mejora de la calidad de vida y amplificó los efectos de la inversión.

Aunque los líderes kurdos gustan de comparar el Kurdistán iraquí con Dubái, la analogía con Turkmenistán es mejor.

Tanto en el Kurdistán como en Turkmenistán, la corrupción ha obstaculizado el desarrollo económico. Hace dos décadas los inversores estaban convencidos de que el gas turkmeno iba a ser el futuro. Lo curioso es que al Kurdistán han acudido algunos de los mismos funcionarios norteamericanos –entre los que se cuenta un antiguo embajador en Irak– que en tiempos pregonaban a los cuatro vientos el potencial de Turkmenistán.

Los visitantes del Kurdistán pueden maravillarse con los brillantes rascacielos y las demás construcciones modernas. Convendría que supieran que el índice de ocupación de dichos inmuebles ronda el 20%; las pocas empresas que albergan suelen ser públicas, no privadas. La capital de Turkmenistán, Ashgabat, se está haciendo famosa por superponer cristales deslumbrantes o láminas reflectantes a edificios que se caen de viejos. El efecto visual es el mismo. Pero es sabido que no se pueden ocultar problemas económicos o políticos fundamentales durante mucho tiempo.

Si el Kurdistán pretende prosperar, la dirigencia tiene que ser seria a la hora de combatir la corrupción. En la actualidad, es difícil invertir sin el beneplácito del Partido Democrático del Kurdistán (KDP). Los hijos de Barzani exigen participaciones en los proyectos propias del mundo de la extorsión, y utilizan a los servicios de seguridad para castigar a los que no les pagan. El inversor extranjero no logra los permisos necesarios a menos que pague cantidades de hasta 50.000 dólares y acceda a tener como contables a individuos designados para ello por el KDP.

Del único que sus compatriotas me hablan siempre como alguien ajeno a la corrupción es Najmaldín Karim, el gobernador de Kirkuk. Aunque no me interesa el Dr. Najmaldin –después de todo, propagó la mentira de que yo era un espía turco para así eclipsar mis críticas tanto a la corrupción como a las tácticas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)–, dice mucho en su favor que se haya resistido a descomunales tentaciones.

El futuro puede parecer brillante en el Kurdistán, pero el petróleo no va a engrasar por sí solo la transformación. Si el Kurdistán pretende realmente convertirse en un nuevo Dubái, tiene que poner orden en lo relacionado con la corrupción o cambiar a la cúpula que se niega a hacerlo.

 

MICHAEL RUBIN, miembro del American Enterprise Institute (AEI), fue director de la Oficina del Secretario de Defensa para Irán e Irak entre 2002 y 2004; de ahí pasó a la Autoridad Provisional de la Coalición.

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