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IRÁN

Sanciones y asaltos a embajadas

Un grupo de estudiantes iraníes radicales irrumpió la mañana del 29 de noviembre en la embajada del Reino Unido en Teherán, en la que rompieron ventanas y prendieron fuego a la bandera británica. Protestaban por las últimas sanciones británicas contra la República Islámica, y exigían que Teherán rompiera relaciones con Londres.


	Un grupo de estudiantes iraníes radicales irrumpió la mañana del 29 de noviembre en la embajada del Reino Unido en Teherán, en la que rompieron ventanas y prendieron fuego a la bandera británica. Protestaban por las últimas sanciones británicas contra la República Islámica, y exigían que Teherán rompiera relaciones con Londres.

Lejos de proteger el recinto, las fuerzas de seguridad iraníes se mantuvieron al margen, dando así la impresión de que el asalto contaba con el beneplácito de las autoridades, que no sólo han rebajado el nivel de las relaciones con Londres, sino que han expulsado al embajador británico.

Según la semioficial agencia iraní Fars, los estudiantes portaban grandes retratos del científico nuclear asesinado Majid Shahriari y de Qasem Suleimani, responsable de la Fuerza Qods.

Suleimani es una de las figuras más oscuras del República Islámica. Responsable, según despachos diplomáticos estadounidenses, de dirigir redes terroristas en Irak, Afganistán y el Líbano. Y puede que de la muerte de cientos de estadounidenses y británicos. A medida que la Guardia Revolucionaria consolida su poder, Suleimani ve crecer sus posibilidades de llegar a la presidencia del país, sobre todo si se tiene en cuenta que el duro Mahmud Ahmadineyad está agotando su segundo y último mandato.

Que elementos radicales ataquen la embajada británica en Teherán no debería sorprender a nadie. Las autoridades iraníes nunca han se han disculpado por la toma de la embajada americana, hace 33 años. Hubo funcionarios estadounidenses y de las Naciones Unidas que se deshicieron en elogios del reformista Mohamed Jatami, con su llamamiento al "diálogo de civilizaciones", pero lo cierto es que Jatami elogió a los que perpetraron el asalto a la sede diplomática norteamericana antes de acceder a la presidencia y después, ya en ella, nombró vicepresidenta a Masumeh Ebtekar, portavoz de quienes asaltaron la sede diplomática norteamericana...

A lo mejor es hora de exigir a Irán una disculpa formal por los hechos de 1979 como condición para el mantenimiento de cualquier clase de contacto. Por desgracia, los diplomáticos occidentales han enseñado a Irán a esperar recompensas por sus desafíos.

El expresidente Jimmy Carter y su séquito pueden considerar un triunfo de la diplomacia los Acuerdos de Argel, pero en la práctica no fueron sino el pago de un rescate a un Irán necesitado de liquidez. Lo mismo cabe decir del garrafalmente planeado canje de armas por rehenes de la Administración Reagan.

Si bien la irrupción en la embajada británica es inexcusable, fue la negativa del Foreign Office a reconocer la nula fiabilidad de los iraníes lo que puso en peligro a su personal diplomático.

Londres suspendió las relaciones diplomáticas con Teherán después de que el ayatolá Jomeini ordenara el asesinato del escritor británico Salman Rushdie, acusado de cometer blasfemia en su novela Los versos satánicos. Entonces, los británicos dijeron que no reanudarían los contactos con la República Islámica hasta que ésta no se comprometiera a no atentar contra la integridad de Rushdie.

Hicieron falta casi nueve años, pero finalmente Teherán accedió. Ahora bien, al día siguiente del regreso del embajador británico los iraníes se desdecían de su promesa; los británicos, entonces, tal vez convencidos de que lo más importante es el diálogo, optaron por poner la otra mejilla.

También Alemania ha tenido problemas con Irán. En 1992, poco después de que Berlín apostara por la diplomacia y el comercio en sus relaciones con los ayatolás, un escuadrón iraní de la muerte asesinó a cuatro disidentes kurdos en un café berlinés. Cinco años más tarde, un tribunal alemán encontró culpables del crimen a miembros de la Inteligencia iraní y de Hezbolá, y concluyó que la orden había partido del Gobierno de Irán.

Al poco, un grupo de 250 estudiantes se concentró a las puertas de la embajada alemana en Teherán, donde amenazaron con cometer atentados suicidas y bramaron: "Tan pronto como el Líder Supremo nos lo ordene, emprenderemos la guerra santa contra los infieles". Las autoridades prometieron proteger el recinto, ante lo cual el ministro germano de Exteriores, Klaus Kinkel, comentó, sarcástico: "Puesto que los grupos de suicidas parecen actuar únicamente a sus órdenes... nos vamos a fiar de la palabra del Gobierno iraní".

Por desgracia, los alemanes aprendieron la lección equivocada. En lo sucesivo duplicaron sus esfuerzos por sacar a Irán del ostracismo. Entre los años 2000 y 2005 el comercio de la UE con Irán prácticamente se triplicó; pues bien, documentos de la Agencia Internacional de la Energía Atómica demuestran que durante ese periodo las autoridades iraníes se afanaron en el enriquecimiento de uranio y en el diseño de cabezas nucleares.

En cuanto al dialogante Jatami, durante su mandato Irán recibió copiosas divisas debido al aumento del comercio con Europa y de los precios del petróleo; pero en lugar de invertir en infraestructuras civiles, dedicó la parte del león a los programas balístico y nuclear.

Sea como fuere, del episodio del asalto a la embajada británica puede sacarse algún motivo para la esperanza. Aunque los líderes iraníes quitan importancia a las sanciones en sus declaraciones, lo cierto es que son mucho más sensibles a ellas de lo que parece.

Teherán apenas reaccionó cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas puso el foco en los individuos y las empresas implicados en su programa nuclear. Pero cuando Londres fue a por el Banco Central de Irán, las cosas fueron bien distintas. Dejó patente su vulnerabilidad.

Si Occidente impusiera sanciones eficaces al Banco Central de Irán, ni Rusia ni China podrían seguir haciendo negocios con los ayatolás. El chalaneo en el Consejo de Seguridad sería irrelevante.

El ataque a la embajada británica sugiere que el Gobierno iraní teme el aislamiento económico mucho más que el diplomático. A lo mejor va siendo hora de endurecer ambos.

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