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ESTADOS UNIDOS

Sacando tajada de la matanza de Virginia

¿Qué se puede decir acerca de la matanza del Tecnológico de Virginia? Muy poco. ¿Qué se debe decir? Menos aún. Un hombre armado y profundamente perturbado ha quitado la vida arbitrariamente, sin propósito alguno, a 32 personas inocentes. Ante un suceso como éste, donde sólo hay sufrimiento y tragedia, las únicas cuestiones importantes son las relacionadas con la teodicea y la justicia divina. Por desgracia, en estos días de saturación política, los hay que no pierden la oportunidad de sacar tajada de semejante carnicería.

¿Qué se puede decir acerca de la matanza del Tecnológico de Virginia? Muy poco. ¿Qué se debe decir? Menos aún. Un hombre armado y profundamente perturbado ha quitado la vida arbitrariamente, sin propósito alguno, a 32 personas inocentes. Ante un suceso como éste, donde sólo hay sufrimiento y tragedia, las únicas cuestiones importantes son las relacionadas con la teodicea y la justicia divina. Por desgracia, en estos días de saturación política, los hay que no pierden la oportunidad de sacar tajada de semejante carnicería.
Faltó tiempo para que se desatara el eterno debate sobre el control de armas, y aún menos tardaron en el extranjero en soltarnos la inevitable reprimenda por nuestra laxa legislación en la materia.
 
Efectivamente, a Cho Seung Hui le habría sido más difícil obtener las armas y municiones necesarias para perpetrar una matanza de tal calibre si nuestras leyes fueran más estrictas, pero no debemos hacernos ilusiones sobre lo que puden hacer o conseguir las leyes. Y es que hay otras formas de perpetrar carnicerías, como dejó de manifiesto Timothy McVeigh. No importa lo estrictas que sean las leyes: quienes están decididos a matar acaban consiguiendo las armas que precisan para ello.
 
Por otro lado, una normativa más estricta mantendría las armas ligeras lejos de las gentes respetuosas de la ley que las emplean para defenderse. Los asesinos de masas psicóticos son una rareza; los ladrones de casas que van armados, no.
 
Si de lo que se trata es de hablar de política, aquí lo más relevante es el control de la psicosis, no el de las armas. Hace medio siglo decidimos que los más excéntricos y, de hecho, locos de nuestros conciudadanos no fueran encerrados de buenas a primeras en un manicomio. Fue aquélla una decisión muy humana, pero llevaba aparejada la consecuencia inevitable de que algunos de los que realmente necesitan estar vigilados y aislados se muevan por las calles con entera libertad.
 
Edvard Munch: EL GRITO.Muchos se habían percatado del deterioro psíquico del joven coreano: Cho hubo de comparecer ante un tribunal por acosar a dos mujeres en el campus de su universidad; el servicio de vigilancia del Tecnológico de Virginia trató, infructuosamente, de ingresarlo a la fuerza en una institución psiquiátrica; uno de sus profesores le remitió al Servicio de Orientación; hasta sus compañeros advirtieron señales de su peligrosa perturbación. "Las obras de Cho (...) eran de una violencia realmente macabra, retorcida", ha escrito su ex compañero de clase Ian McFarlane. "Aquel día, antes de que llegase a la clase [de lectura], los compañeros estuvimos preguntándonos, verdaderamente preocupados, si Cho podría ser uno de esos que se lían a tiros en los colegios. Yo incluso llegué a plantearme qué haría en caso de que [Cho] viniera por aquí con un arma".
 
En otros tiempos, una persona de espírtu tan turbulento podría haber estado en una institución psiquiátrica en vez de en una universidad pública. Pero en estos días que corren, nuestra decente y tolerante sociedad libra de la camisa de fuerza a gente que se encuentra en los límites de la locura, a sabiendas de que semejante tolerancia conlleva un riesgo excepcional pero terrible.
 
Es inevitable, supongo, que los partidarios de una u otra política traten de sacar provecho de la matanza del Tecnológico de Virginia; lo que me ha producido verdadera consternación es que un candidato a la Presidencia se sirva de ello como soporte de su programa político.
 
Barack Obama.El columnista Ben Smith ha llamado la atención sobre el discurso que dio Barack Obama en Milwaukee cuando apenas habían transcurrido unas horas desde que tuviera lugar la matanza. Hay que escucharlo para poder creerlo. Tras deplorar lo ocurrido y expresar su tristeza, Obama dijo: "Espero que nos haga reflexionar con más detenimiento sobre el grado de violencia (...) que aceptamos (...) Existe otro tipo de violencia (...) No necesariamente se trata de violencia física".
 
¿En qué tipos de violencia estaba pensando Obama? En primer lugar, en "Imus y la violencia verbal ejercida sobre las jóvenes [de la Universidad de Rutgers] (...) Que ellas se vean degradadas... eso es una forma de violencia. Puede ser [una violencia] callada. Puede que no alcance el nivel de la tragedia de la que hemos sabido hoy, y que tanto lamentamos". Es bueno saber que la "violencia" de Imus no alcanza el nivel de la de Cho.
 
¿En qué más pensaba Obama? En la deslocalización. Sí, la deslocalización; o sea, "la violencia [que padecen] los hombres y mujeres que (...) de repente pierden su empleo porque su lugar de trabajo se ha trasladado a otro país".
 
Más formas de violencia, según Obama: las escuelas de baja calidad y los barrios conflictivos; y, para rematar, Darfur: el político demócrata acusa a EEUU de manejar la política exterior "como si los niños de Darfur fueran de alguna manera inferiores a los de aquí" y por eso tolerase la violencia en aquella región sudanesa. ¿Estará sugiriendo Obama, ese orgulloso detractor del derrocamiento del mayor asesino de masas de nuestra época, Sadam Husein, que debemos invadir Sudán?
 
Quién sabe. Lo cierto es que esto de definir la violencia a la baja para poder meter en el mismo saco los improperios de un locutor de radio y la deslocalización de empresas no pasaría, en circunstancias normales, de ser un ejercicio intelectual bastante chapucero. Pero cuando hay 32 cadáveres de por medio, aún calientes, sin enterrar, se trata de una ordinariez que raya en el sacrilegio.
 
En aras de la tan anunciada política post-ideológica de Obama, quizá podamos acordar la observación de un respetuoso silencio antes de convertir en forraje político el mal y el dolor inefables.
 
 
© The Washington Post Writers Group
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