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EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Rebelión a bordo

El pasado jueves 6 de octubre se reunieron en la Casa Blanca un grupo de primeras espadas de la derecha intelectual para homenajear, junto al presidente Bush, a William F. Buckley Jr. en el cincuenta aniversario de la National Review, la primera gran revista de derechas norteamericana, fundada en 1955.

El pasado jueves 6 de octubre se reunieron en la Casa Blanca un grupo de primeras espadas de la derecha intelectual para homenajear, junto al presidente Bush, a William F. Buckley Jr. en el cincuenta aniversario de la National Review, la primera gran revista de derechas norteamericana, fundada en 1955.
George W. Bush y Marriet Miers.
Entre los asistentes se encontraba uno de los portavoces del conservadurismo norteamericano, el escritor y columnista George F. Will, que en sus tiempos tuvo sus más y sus menos con Buckley y su revista. Esta vez Will acababa de publicar una columna furibunda contra la nominación de Harriet Miers, la abogada de confianza de George W. Bush, para el Tribunal Supremo. En buena medida era un artículo contra Bush, del que Will dice que "carece de la inclinación y la aptitud para elaborar un juicio sofisticado" acerca de la Constitución.
 
Cuando Bush apareció en la sala no tuvo más remedio que pasar por delante de George Will, que estaba en primera línea. Por lo que ha contado un testigo, se cruzaron una mirada glacial.
 
George Will reprocha a su tocayo haber elegido a una persona sin la menor experiencia en derecho constitucional. Llama a los senadores a cumplir con su deber de inducir al presidente a cumplir ciertos estándares de seriedad que le impidan convertir el Tribunal Supremo de los Estados Unidos en una cancha privada para beneficio de sus propios amigos. Es decir, Will quiere que los senadores republicanos voten en contra de la candidata del presidente.
 
Will no ha sido el único en rebelarse contra la decisión de Bush. William Kristol también se ha despachado a gusto desde las páginas de su Weekly Standard. Le pide a Miers que se retire, aunque sólo sea para impedir que con su nombramiento se consume un daño irreparable al legado de Bush, su jefe. Si Miers no acepta el consejo, y suponiendo que la nominada no consiga demostrar una pericia y un conocimiento del derecho constitucional similar al que ha demostrado John Roberts hace poco, Kristol también quiere que los senadores la rechacen. "Ha llegado el momento de que la lealtad a los principios prevalezca sobre la lealtad al presidente", escribe.
 
Charles Krauthammer.Desde su columna del Washington Post, Charles Krauthammer ha comparado la nominación de Miers con la saga de los Kennedy. Así como nadie se hubiera tomado en serio que Edward Moore Kennedy se presentara a senador en 1962 si no se hubiera llamado Kennedy, nadie se tomaría en serio a Miers si no fuera una protegida del presidente. Bush ha hecho del sistema judicial una cruda y simple cuestión política, en vez de darle la seriedad que el propio movimiento conservador ha venido exigiendo en esta materia. Con Bush, los conservadores han quedado al mismo –lamentable– nivel que los progresistas.
 
Son sólo tres ejemplos prominentes de una rebelión generalizada dentro de la derecha americana. Rush Limbaugh, el líder radiofónico de ésta, ha voceado su indignación. También lo han hecho, en tono algo más medido, Laura Ingraham –abogada y directora de otro programa de radio–, David Frum –antiguo colaborador de Bush en la Casa Blanca–, Peggy Noonan –que escribió algunos de los discursos de Reagan– y, como no podía ser menos, los más escorados al derechismo, como Pat Buchanan, que recuerda a Bush que la derecha le dio su voto a él –y no a McCain– justamente para que sacara adelante la revolución conservadora que ahora parece haber olvidado.
 
Paleoconservadores, conservadores clásicos, neoconservadores, libertarios… Bush ha conseguido algo impensable a estas alturas de su mandato: poner de acuerdo a todos los representantes de la derecha intelectual norteamericana. En su contra, eso sí.
 
***
 
En el New York Post han llegado a comparar la rebelión actual con la que encabezaron en 1971 doce famosos conservadores, incluido William F. Buckley, contra Nixon, por su traición a los ideales de gobierno limitado que lo habían llevado al poder.
 
Entre los pocos que han apoyado a Bush está Newt Gingrich, que ha recordado que el presidente lleva nombrados numerosos jueces que siempre han cumplido los principios conservadores de respeto a la letra y al espíritu de la ley. El líder religioso James Dobson, por su parte, ha sugerido que alguien, que puede ser Karl Rove, le ha asegurado la fiabilidad derechista de Miers, lo que eleva la confianza de Gingrich a un grado más, lindando con la fe pura y simple.
 
Tribunal Supremo de EEUU.Bien es verdad que Miers, por su parte, se convirtió al evangelismo en 1979. Mientras ocupaba un alto puesto en un importante despacho de abogados de Dallas, trabajó como voluntaria en su congregación. Será el primer juez evangélico del Tribunal Supremo. (Clarence Thomas también lo era cuando llegó al mismo, pero luego volvió al catolicismo).
 
En el fondo, casi nadie duda de que Miers será una fiel representante del conservadurismo en el Supremo. Más aún, como ha dicho un columnista del Wall Street Journal, es como si Bush se hubiera nombrado a sí mismo. Lo que ha enfurecido a los líderes del conservadurismo es que, con su nombramiento, Bush parece haber mostrado la escasa consideración en que tiene a un movimiento que lleva más de treinta años esforzándose por construir y elaborar un conjunto de ideas del que la propia presidencia de Bush debía ser el escaparate y en cierto modo la consecuencia. En vez de nombrar a uno de sus protagonistas, Bush ha elegido a una amiga suya, una outsider, una abogada que no ha escrito ni una sola línea sobre derecho constitucional y que no ha participado en ninguna de las grandes batallas ideológico-políticas que se han librado en Estados Unidos, y sobre todo en Washington, en los últimos años.
 
Bush, aficionado a hacer de la acción política algo personal y a rodearse de gente en la que confía, habrá jugado la carta anti establishment hasta el final.
 
En realidad, Bush, que nunca ha presumido de ideólogo, se ha decantado por lo práctico. A menos que Miers lo haga muy mal en el Senado, tiene el voto prácticamente garantizado. El famoso grupo bipartidista de los 14, en esa cámara, ya ha anunciado que no es una candidata conflictiva. Se aleja por tanto el peligro de obstrucción por parte de los demócratas. Del lado republicano, pocos se atreverán a votar en contra de la candidata de un presidente al que le quedan tres años de estancia en la Casa Blanca.
 
***
 
La indignación de los conservadores norteamericanos es comprensible y en más de un sentido ejemplar. Muestra el carácter casi sagrado que tiene en Estados Unidos todo lo relacionado con la Constitución, así como la vitalidad y la fortaleza de un movimiento que no duda en enfrentarse al presidente. Reafirmará en sus dudas a los muchos que no creen demasiado en el liderazgo de Bush, sobre todo después del aumento del gasto público, los errores en Irak y la torpe gestión inicial de la catástrofe del Katrina. A los adversarios de Bush, la rebelión en las filas conservadoras les llevará a diagnosticar que la unidad de la derecha norteamericana se ha roto definitivamente.
 
También induce a reflexión sobre el abismo que suele separar las esperanzas de los intelectuales, para quienes este nombramiento debería ser la culminación de la Gran Revolución Conservadora, y la realidad, que una vez más ha resultado bastante prosaica. Sorprendente, sí, pero prosaica.
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