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DESDE GEORGETOWN

Realismo y libertad

Si el discurso de toma de posesión de Bush lo hubiera pronunciado un presidente demócrata, hace días que estaríamos oyendo hablar de cómo dicho presidente pasará a la historia por haber comprometido a su país, y su propia gestión, en la tarea de la ampliación de la libertad. Como Bush es republicano, su “discurso de la libertad” ha sido comprendido como un peligro. Y no sólo por los dictadores y los tiranos a los que Bush amenazó directamente, sino por toda esa parte de la opinión que lo hubiera ensalzado de ser otro el color político del presidente.

Si el discurso de toma de posesión de Bush lo hubiera pronunciado un presidente demócrata, hace días que estaríamos oyendo hablar de cómo dicho presidente pasará a la historia por haber comprometido a su país, y su propia gestión, en la tarea de la ampliación de la libertad. Como Bush es republicano, su “discurso de la libertad” ha sido comprendido como un peligro. Y no sólo por los dictadores y los tiranos a los que Bush amenazó directamente, sino por toda esa parte de la opinión que lo hubiera ensalzado de ser otro el color político del presidente.
Bush, el domingo, tras hacer una valoración de las elecciones iraquíes.
Peligro, ¿por qué? Los argumentos varían, pero en líneas generales los utilizados son tres. Uno, recurrente entre los progresistas, es que Bush miente. Cuando habla de libertad hay que entender imposición. Sus palabras no entrañaban una promesa y un compromiso, sino una amenaza. Este argumento está más extendido de lo que podría suponerse, pero no por eso deja de ser primitivo.

Otro es que Bush, con Condoleezza Rice propuesta para el Departamento de Estado, habría desvelado el 20 de enero un giro en su política exterior que le llevaría a un La secretaria de Estado, Condoleezza Ricemayor intervencionismo, guiado –en principio– por los más altos principios éticos.
 
No es un discurso amenazante, pero sí peligroso. Suscita tantas interrogantes (¿se va a intervenir en Irán?, ¿y en Corea del Norte?), y tantas preguntas interesadas, falsamente ingenuas (¿qué se va a hacer con Arabia Saudita?, ¿y con China?, ¿y con Rusia?), que el propio Bush se ha visto obligado a rebajar el tono de su discurso “inaugural” en una rueda de prensa celebrada el 26 de enero, precisando, en tono tranquilizador, que la instauración de la democracia en el mundo es una tarea de generaciones, no el objetivo inmediato (“instantáneo”, dijo) de su segundo mandato.
 
Un tercer argumento crítico, que no deja de tener relación con el segundo, es que Bush se olvidó o quiso olvidarse de la realidad y se lanzó a un ejercicio de pura retórica que no encaja ni con su carácter ni con su forma de actuar. Bush, en pocas palabras, se permitió un egotrip en dosis masivas, algo probablemente dañino para él mismo.
 
Creo que la verdad es relativamente más sencilla. Bush, efectivamente, se dejó llevar por la retórica de altos vuelos. Pero tenía una poderosa razón para hacerlo, y no consistía sólo en darse la satisfacción de hablar para la historia. El discurso de toma de posesión fue, como bien ha comprendido mucha gente, la escenificación de un gran horizonte histórico. También era la culminación de un trayecto que empezó el 11-S y que ha obligado a Bush a tomar decisiones duras y arriesgadas, mucho más de lo que al principio de su primer mandato pudo ni siquiera imaginar. Bush quiso proporcionar un sentido a lo que ha hecho desde entonces y marcar con claridad la línea por donde ha transcurrido este primer mandato.
 
A pesar de todos los pronósticos en contra, los afganos participaron masivamente en unas elecciones democráticas. La negativa a negociar con terroristas ha llevado a los palestinos, después del fallecimiento de Yaser Arafat, a unas elecciones presidenciaEl presidente electo de Afganistán, Hamid Karzai.les y municipales a las que seguirán otras, legislativas, dentro de poco tiempo. El éxito de las elecciones en Irak es crucial en este proceso, aunque el solo hecho de que se celebren es de por sí un triunfo de la democracia.
 
Sólo con eso, los indicios de libertad que se empiezan a advertir en el mundo árabe musulmán cobrarán más fuerza. Recientemente Joshua Muravchik, del American Enterprise Institute, recordaba algunos: en Egipto un opositor ha anunciado que se va a presentar a las próximas elecciones presidenciales; en Arabia Saudita los varones elegirán a partir de ahora la mitad de los consejos municipales; en Líbano se presentará una candidatura opuesta a la ocupación siria; también se van a celebrar elecciones en Yemen y en Omán. Hay nuevos periódicos y nuevas cadenas de televisión (Democracy Television, que emite desde Londres), que proporcionan enfoques y análisis distintos, reformistas y pluralistas. Los intelectuales árabes también han empezado a tomar la palabra para pedir democracia y libertad.
 
Es poco, y habrá mucha gente que piense que deducir de esto que estamos ante un proceso de democratización auténtica del mundo árabe musulmán resulta escasamente realista. Pues bien, será poco realista, pero es real, como lo es que hoy en día los países que viven en democracia son el doble que hace treinta años.
 
Otro tanto se puede decir del hecho que puso en marcha el proceso descrito por Bush en su discurso: el terrorismo. Quizás sea ésta la afirmación más idealista de todas las realizadas por Bush: la identificación de la lucha contra el terrorismo con la lucha por la democracia. Se basa en dos postulados; uno es propiamente americano: que la democracia es la organización política necesaria de la libertad, y el otro está bien arraigado en la tradición occidental (y cristiana): que los hombres desean naturalmente la libertad.
 
Mucha gente no cree en estas dos ideas. Hay que reconocer que no les faltan argumentos para justificar su falta de confianza. Pero también se puede argumentar lo contrario. Eso mismo es lo que le dio a Bush la confianza para pronunciar un discurso de tan alta intensidad retórica como el que leyó el día de su toma de posesión.
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