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HISPANOAMÉRICA

¿Quién gobierna Bolivia?

Habría que ser ingenuo para creer que Evo Morales es el que maneja los asuntos de estado bolivianos. Morales es la imagen comercial del gobierno indigenista, no el cerebro. Cualquiera puede discernir fácilmente que el presidente no goza de los atributos intelectuales para dirigir un país ni nada que se le parezca.


	Habría que ser ingenuo para creer que Evo Morales es el que maneja los asuntos de estado bolivianos. Morales es la imagen comercial del gobierno indigenista, no el cerebro. Cualquiera puede discernir fácilmente que el presidente no goza de los atributos intelectuales para dirigir un país ni nada que se le parezca.

Morales es un obediente instrumento de la izquierda internacional que fue catequizado por Hugo Chávez para que derrocara gobiernos. Inteligentes comunistas cubanos le adiestraron en el manejo de masas y, para darle un toque democrático, el PSOE español le envió asesores.

Conformó su partido, el Movimiento Al Socialismo (MAS), con todo oportunista disponible que se encontró en el camino. No importó el olor ideológico que exudaba. Los que se le apegaron lograron salir de sus dificultades financieras, y le seguirán siendo fieles hasta que los vientos cambien y logren olfatear otro candidato más potable.

En el exterior, Morales todavía goza de popularidad, por ser el ejemplar político más inverosímil salido de Sudamérica. Su perfil autóctono, que usa como tarjeta de presentación, le basta para que el mundo le preste atención. La cantidad de tiempo que pasa viajando al extranjero exponiendo sus peculiaridades no tiene precedente. A sus ministros y allegados es lo mejor que les puede suceder, porque así no tienen que rendirle cuentas. Si lo hicieran, tampoco serviría de mucho, porque Morales es incompetente.

El verdadero gobernante de Bolivia es Álvaro García Linera, su vicepresidente. Un ex terrorista marxista-estilista que está intelectualmente muy por encima de él. García Linera llegó al cargo por acción cosmogónica. Fue elegido como compañero de fórmula de Evo por los asesores del MAS, que buscaron un intelectual para compensar el vacío intergaláctico de la mollera de aquél.

El problema del vicepresidente es que nadie votó por él, como ocurre con todos los vicepresidentes en todas partes; pero en Bolivia la situación se complica porque Evo se vistió con los ropajes del caudillismo indigenista. García Linera no es caudillo ni es indio.

Las manifestaciones populares que surgieron en respuesta a la repentina elevación de los combustibles hicieron que García Linera reemplazara de emergencia a Su Excelencia para explicar a la ciudadanía por qué se tomó la antipopular medida. Morales se maneja solamente con frases aprendidas, de manera que no puede exponer con profundidad asunto alguno; si ha logrado zafarse de situaciones enredadas es porque sus entrevistadores han preferido mostrarse condescendientes con él.

Con Morales no hay necesidad de ser brusco. Él es su peor enemigo. Debido a que adquirió confianza ante las cámaras, precisamente por la benevolencia de sus encuestadores, se lanzó al estrellato con todo, pronunciando algunos de los discursos más delirantes y vergonzosos de la historia política universal. Será recordado por sus frases célebres más que por cualquier otra razón.

Bolivia no tiene líderes en la oposición. Evo hizo apresar o escapar a todos los que temía. El único que se califica de opositor y vive tranquilo en Bolivia es el expresidente Jorge Quiroga, que apoyó continuamente a Morales desde el congreso.

Quiroga llegó a la presidencia porque fue vicepresidente de Hugo Banzer y éste murió en el ejercicio de sus funciones; de lo contrario, aquél nunca hubiese ascendido a la jefatura del Estado. No goza de sustento popular, tal como se confirmó en las elecciones presidenciales, donde perdió arrolladoramente frente a Morales.

Bolivia es un barco que chocó contra las rocas. Es sólo cuestión de tiempo que se vaya a pique. Si el gobierno se torna más represivo, la violencia explotará en su contra. Entonces, Morales seguramente buscará un chivo expiatorio. Para su desdicha, del único que no puede deshacerse es de su vicepresidente, que en este caso fue, si no el causante, el defensor del repelido gasolinazo.

 

© Diario de América

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