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ESTADOS UNIDOS

¿Qué queda de la obamanía, y qué quiere hacer el presidente?

La oposición republicana ha resumido el primer año de gestión de Barack Obama como el de las promesas sin éxitos ni realizaciones. Y esa quizás sea la mejor forma de definir una acción de gobierno que ha tenido mucho ruido y pocas nueces.

La oposición republicana ha resumido el primer año de gestión de Barack Obama como el de las promesas sin éxitos ni realizaciones. Y esa quizás sea la mejor forma de definir una acción de gobierno que ha tenido mucho ruido y pocas nueces.
Obama ha sido durante este año un presidente de palabras, promesas y fotografías, de muchas fotografías. Algo coherente con la imagen de quien es más un producto mediático fabricado por una impecable agencia de publicidad que uno de orden político.

La obamanía, el aire nuevo, el cambio de los cambios, presentó a un dirigente que iba a llevar la paz a determinados puntos calientes del globo (Afganistán, Irak, Israel-Palestina); a transformar las relaciones entre los EEUU y América Latina, que dejaría de ser considerada el patio trasero estadounidense; a introducir importantes reformas sociales en su país (por ejemplo, la de la sanidad), a aplicar los nuevos modelos sociomorales de raíz progresista-socialista (derecho al aborto, matrimonios homosexuales...) y a liderar la lucha contra el cambio climático. Una gigantesca campaña de propaganda, aupada sobre la debilidad republicana, que luchaba contra la losa política dejada por Bush, hizo que Obama alcanzara una sorprendente cota de popularidad, de en torno al 70%. Todo ello, además, le catapultó inesparedamente al devaluado Nobel de la Paz, que se llevó por no hacer más que prometer. Fue el momento culminante del presidente norteamericano.

Un año después, las encuestas de opinión han dejado reducida la obamanía a cifras próximas al 50%, y los índices de descontento alcanzan el 45%. El mito subsiste pero se resiente de forma acelerada, y los demócratas dependen mucho de cómo funcione el mito. De ahí que las inesperadas derrotas electorales de noviembre en Nueva Jersey y Virginia hayan encendido las luces de alarma en el entorno del presidente. Aunque aún es pronto, en la Casa Blanca han tomado buena nota de lo acontecido y saben que el próximo debate sobre el Estado de la Unión, que tendrá lugar el día 19, será clave para afrontar los comicios que tendrán lugar en 2010.

Barack Obama no quería llegar al debate con las manos vacías, porque de poco le serviría anunciar nuevas promesas. Por eso la aprobación apresurada y urgente de la reforma sanitaria, que hará posible el acceso a la sanidad a casi cuarenta millones de norteamericanos, era fundamental. Ese será en el debate el eje del "Obama cumple", con el que el presidente pretende acallar todas las críticas. La inconcreta reforma sanitaria, sin embargo, está sembrando muchas dudas e importantes divisiones en el seno de las filas demócratas. Al presidente, sin embargo, le bastan las frases y los titulares: si después sucede como con el cierre de Guantánamo, que se anuncia y no llega, poco importa.

Barack Obama.El debate del 19 es crucial, pese a que la recuperación económica está echando a andar en EEUU, la tasa de paro continúa moviéndose en torno al 10%, y el Plan de Reinversión y Recuperación no ha dado los frutos esperados; tampoco se ha producido el gran salto a través del impulso verde. Pero Obama espera salir indemne del trance amparándose en los informes que hablan de una recuperación importante en el primer semestre del año. Siempre, eso sí, que la bolsa no dé nuevos sustos. De todos modos, difícilmente escapará a las críticas de quienes le acusan de haber intervenido erróneamente.

El presidente Obama espera tapar con la propaganda y su imagen el derrumbe de su discurso y las grietas de su acción política. Le recordarán que se presentó como el líder de la lucha contra el cambio climático pero que las reuniones internacionales han sido decepcionantes. Le sacarán a colación que se presentó como el hombre que pondría fin al problema de Irak y retiraría las tropas entre 2010 y 2011, algo que hoy por hoy se antoja muy difícil de cumplir sin comprometer los intereses norteamericanos. También le echarán en cara que se presentó como el hombre de la paz, el hombre dispuesto a liquidar las guerras de Bush, pero que ha autorizado el envío de más hombres a Afganistán –y los mandos le piden que se prepare un contingente de más de 40.000 efectivos de forma inmediata.

La situación en América Latina ha hecho que el cambio proizquierdista que muchos anunciaban en la política exterior estadounidense no se esté dando. La consolidación de los regímenes de Chávez y Evo Morales y, en menor medida, Lula ha suscitado importantes reservas en los EEUU, lo que ha obligado al presidente a variar el sentido con el que inicialmente presentó su nueva "iniciativa para las Américas". El apoyo al cambio en Honduras y los acuerdos para la instalación de siete bases militares en Colombia no parecen abonar la idea de cambio progresista con el que la izquierda saludó a Obama.

Así pues, el presidente demócrata está decepcionando a los progresistas europeos y americanos en materia de política exterior. Sus decisiones en 2010 serán claves para entender si en la Casa Blanca se impone el pragmatismo tradicional o si inventos como el de la "Alianza de Civilizaciones" encuentran espacio y millones. Su faz izquierdista o progresista –hoy por hoy se consideran términos casi sinónimos–, que tantos aplausos le granjea, impera en los temas puramente ideológicos. Ahí está su apoyo a todo lo que signifique implantar la cultura de la muerte, impulsar la pluralidad de modelos familiares o imponer los contravalores morales de la izquierda. Recordemos, por ejemplo, que Obama quiere pasar a la historia como el hombre que consagró el aborto como un derecho. En este terreno se enfrenta a una difícil decisión: continuar impulsando el progresismo moral o suavizar sus propuestas durante 2010 para evitar o paliar nuevas derrotas electorales de su partido.


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