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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Qué bonito era el Kremlin

A mediados de los 80 la familia de mi mujer, concretamente su hermana mayor y el marido de ésta, se chifló por el agregado cultural de la embajada soviética en París. Por dos motivos esencialmente: porque era armenio y porque era tan aficionado a la ópera, el ballet y la música clásica como ellos.

A mediados de los 80 la familia de mi mujer, concretamente su hermana mayor y el marido de ésta, se chifló por el agregado cultural de la embajada soviética en París. Por dos motivos esencialmente: porque era armenio y porque era tan aficionado a la ópera, el ballet y la música clásica como ellos.
Este agregado cultural se llamaba Marat, no recuerdo su apellido; por cierto, me parece curioso que, en un país como la URSS, que celebraba a los "héroes", hubiera tantos Marat, cuando éste fue asesinado por Charlotte Corday en la bañera. El caso es que el tal Marat se hizo tan entrañable amigo de la hermana de Nina y de su marido, que nos invitaron a cenar juntos un par de veces para que compartiéramos su entusiasmo por él, ese armenio melómano, simpático, divertido y dicharachero.
 
Al salir de la primera cena le dije a Nina, mientras caminábamos por los jardines de La Muette: "Este tipejo es un agente del KGB". "¿Tú crees?", se extrañó Nina, porque a ella también le había resultado simpático. Le expliqué que un diplomático soviético, incluso en esos tiempos de decadencia del comunismo bolchevique, jamás hubiera hablado como de la URSS como lo había hecho él, criticándolo todo. Los diplomáticos, y más aún los comunistas, deben defender tanto su país como la política que sus dirigentes lleven a cabo, aunque a veces recurran al humor y a la aparente distancia. El hecho de que el tal Marat despotricara contra todo lo soviético sólo se explicaba si contaba para ello con el beneplácito del KGB.
 
Nina y, sobre todo, su hermano, más forofo del tal Marat, no me creyeron del todo, pero les entraron dudas: el ex comunista de Carlos tal vez tenga olfato para estas cosas. Después de una segunda cena, no recuerdo si en la casa del hermano o en de la hermana de Nina, me reafirmé rotundamente en mis sospechas y me negué a volver a verlo.
 
Varios meses después, el hermano de Nina, Karen (aunque en muchos países es un nombre femenino, en Armenia es masculino) nos contó lo siguiente: el dichoso Marat había pedido una cita urgente al propio Karen y al cuñado y patrón de éste, Albert Gosset (dirigían entonces la forma de perfumes Marcel Rochas), para suplicarles que le ayudaran a obtener el asilo político. Según nos contaba Karen, esa súplica les sorprendió, pero no les escandalizó. Desconcertados, respondieron que, aunque fuera algo inédito para ellos, iban a enterarse de si podían hacer algo para ayudarle.
 
Al día siguiente se presentaron en los despachos de Marcel Rochas dos inspectores de la DST (el servicio de contraespionaje). Les dijeron que sabían que ese Marat les había pedido auxilio para obtener el asilo político, pero que se trataba de un pez gordo del KGB y que había sido, o iba a ser, discretamente expulsado.
 
Karen, casi con admiración, me dijo: "Tenías razón".
 
En su libro Le KGB contre l'Ouest, 1917-1991 (Fayard), C. Andrew y V. Mitrokhine señalan que la célula parisina del KGB contaba siempre con al menos 50 miembros. Pues bien, el presidente Mitterrand expulsó a más de 200 diplomáticos y funcionarios soviéticos por cosas de espionaje. Se dijo entonces que la magnitud de dicha expulsión era un gesto de Mitterrand hacia Ronald Reagan, para demostrarle que, si era muy rojo en política interior, si había nombrado a cuatro ministros comunistas, no por ello se había convertido en un prosoviético incondicional. Lo fue sólo a medias.
 
Al igual que los rusos, Mitterrand apoyó a los serbios (bueno, a Milosevic) en la guerra en la ex Yugoeslavia, intentó oponerse a la reunificación de Alemania, quiso oponerse, inútilmente, al derrumbe del comunismo en Europa del Este, etc.; pero, al mismo tiempo, participó en la Guerra del Golfo (junto a Felipe González), primer acto de la guerra inconclusa de Irak, y apoyó la instalación defensiva de cohetes nucleares yanquis en Europa, con lo que se pretendía contrarrestar la presencia misilística soviética en Europa del Este.
 
Y ahora, volvamos por un momento al caso Marat: poco después de su expulsión se produjo el derrumbe de la URSS. Su nombre, entonces, apareció entre los de las autoridades de la nueva Armenia independiente, pero para desaparecer enseguida y para siempre...
 
François Mitterrand.El espionaje soviético en Francia (y en todo el mundo occidental) no fue sólo cosa de los funcionarios del KGB: contó con una amplia colaboración de muchos franceses; y hasta tuvo su propio periódico: La Tribune des Nations, y su propio banco: la Banque de l’Eruope du Nord. Eso, por no hablar del PCF, que estaba totalmente movilizado para ayudar en lo que fuera a la URSS.
 
Los colaboradores y agentes galos del KGB eran de lo más variopinto. En el interesante libro de Andrew y Mitrokhine se cita al hombre de negocios François Saar-Demichel, amigo de De Gaulle y agente soviético. Se dan muchos más nombres, pero no voy a dar aquí la lista completa, sino que me limitaré a dos que creo significativos: Maurice Dejean, embajador francés en Moscú, atrapado en el clásico chantaje con fotos pornográficas de por medio con una bella golondrina del KGB, y Charles Hernu, que llegó a ser ministro de Defensa de Mitterrand. Hernu no fue víctima de chantaje alguno: fue sencillamente comprado.
 
Si en muchos países occidentales, como Italia, el KGB se movía como pez en el agua, Francia fue, de todos modos, un caso aparte, porque contaba con una derecha importante y prosoviética: el gaullismo. Parodiando al Tenorio, podría decir que, en Francia, a los palacios subí, a las cabañas bajé... y en todas partes me encontré con simpatía y hasta admiración por la URSS.
 
Daré un solo ejemplo de esta excepción francesa, pero los hay a granel: Michèle Cotta, importante periodista que ocupó diferentes cargos, como el de directora de Radio-France, una mujer de derechas y aparentemente anticomunista, una vez me dijo, ante la extrañeza que me producía su virulenta defensa de la URSS, precisamente cuando ésta estaba implosionando: "No te equivoques, Carlos. Efectivamente, siempre he sido adversaria del PCF, pero en política internacional siempre he preferido a la URSS antes que a los USA".
 
Y así van las cosas en Francia, donde, más que en otros países, existe un sovietismo de derechas.
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