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ORIENTE MEDIO

Por qué Irak se está yendo a pique

Retrocedamos a los días de la Convención de Filadefia. Alguien preguntó: "¿Qué tenemos?". "Una república, si la sabéis conservar", respondió Benjamin Franklin. Regresemos al presente. Hemos dado a los iraquíes una república, pero no parecen capaces de conservarla.

Retrocedamos a los días de la Convención de Filadefia. Alguien preguntó: "¿Qué tenemos?". "Una república, si la sabéis conservar", respondió Benjamin Franklin. Regresemos al presente. Hemos dado a los iraquíes una república, pero no parecen capaces de conservarla.
Benjamin Franklin.
Los americanos nos flagelamos de continuo con la idea de que somos la raíz de todos los males que padece el mundo. ¿Que hay armas nucleares en Corea del Norte? ¿Que hay pobreza en Bolivia? ¿Que hay violencia sectaria en Irak? Nos golpeamos el pecho y tratamos de encontrar las causas en América.
 
Nuestro discurso sobre Irak ha seguido el mismo patrón: ¿en qué nos hemos equivocado?, ¿no habremos enviado un número insuficiente de tropas?, ¿hemos sido unos ocupantes arrogantes, o quizá el problema reside en que hemos sido demasiado blandos? En fin, escoja usted, que hay lamentos para todos los gustos.
 
Yo tengo mis propias ideas al respecto. Echando la mirada atrás, creo que cometimos varios errores graves: por ejemplo, no acabar con los saqueadores, no instalar un Gobierno iraquí en el exilio y no eliminar en 2004 a Muqtada al Sader y a su Ejército del Mahdi. Todo ello puso en grave peligro la ocupación. Con todo, el problema fundamental se encuentra en los iraquíes y en su cultura política.
 
Nuestros objetivos en Irak fueron, en todo momento, dos: deponer a Sadam y reemplazar su régimen criminal por un Gobierno democrático y que se sostuviera a sí mismo. Lo primero fue relativamente fácil, pero el primer Gobierno verdaderamente democrático resultó ser desesperantemente frágil y estaba muy dividido: era poco más que unos ministerios entregados a una variedad de partidos, milicias y caudillos.
 
El problema no es, como machaconamente se repite, el número de tropas americanas, o iraquíes, sino la filiación de estas últimas: algunos sirven a esa abstracción denominada Irak, pero son muchos los que juran lealtad a partidos, sectas religiosas o jefes guerrilleros.
 
¿Son los árabes intrínsecamente incapaces de vivir en democracia, como sugieren los de la escuela "realista"? Ciertamente, hay razones políticas, históricas y religiosas por las que los árabes están menos preparados para la democracia que, digamos, los latinoamericanos o los habitantes del Sudeste Asiático, que a lo largo de las últimas décadas han experimentado una exitosa democratización en sus países. Sin embargo, el problema, en el caso iraquí, reside en su cultura política, ultrajada y arruinada por 30 años de totalitarismo sadamita.
 
El régimen baazista dejó un páramo social; faltaban la confianza, la buena voluntad y el capital humano necesarios para el funcionamiento de la democracia. Al iraquí de a pie sólo le quedó la mezquita, el clan o la milicia. Así pues, en estas primeras fases del desarrollo democrático la conciencia nacional iraquí es aún demasiado débil, al igual que la cultura del compromiso, como para alumbrar un Gobierno eficaz y ampliamente legitimado.
 
El mes pasado unos solados americanos capturaron en Bagdad a un cabecilla de los escuadrones de la muerte del Ejército del Mahdi; pero el primer ministro, Nuri al Maliki, les obligó a soltarlo. Hace dos semanas recibimos órdenes, otra vez de Maliki, para desmantelar los controles que habíamos establecido alrededor de Sader City con el objeto de capturar a otro cabecilla de los escuadrones de la muerte y dar con un soldado americano dado por desaparecido.
 
Nuri al Maliki.Así no se dirige una guerra. El Gabinete Maliki es un fracaso. Está en manos de una coalición dominada por dos partidos religiosos chiitas, ambiciosos y armados, que luchan entre sí y contra el objetivo primordial de erigir un régimen democrático moderno y estable.
 
¿Estamos ante un fallo americano? No. Estamos ante el resultado de las primeras elecciones democráticas celebradas en Irak. Estados Unidos no iba a reemplazar a Sadam con otro tirano. Intentamos sembrar la democracia en el corazón de Oriente Medio como único antídoto imaginable contra fundamentalismo y el terror. Eso, en un país chiita en sus dos terceras partes, significaba inevitablemente que el control recaería en manos chiitas. Nunca estuvo claro si los durante tanto tiempo oprimidos chiitas tendrían el suficiente sentido nacional y el suficiente sentido del compromiso como para gobernar democráticamente y no dictatorialmente. La cuestión, ahora, está fuera de dudas: si lo hacen unidos en una gran coalición, no.
 
Sin embargo, y por fortuna, los chiitas que disfrutan del poder no presentan una gran cohesión interna. Hace apenas un mes, dos de los principales partidos religiosos sobre los que se sustenta el Gabinete Maliki se enzarzaron en Amara en un combate salvaje.
 
La ruptura del frente chiita deja un resquicio para la esperanza. Habiendo demostrado el Gobierno chiita ser un completo fracaso, deberíamos impulsar la ruptura definitiva de dicho frente en beneficio de una nueva coalición, sustentada en alianzas intersectarias, en la que tendrían cabida los elementos chiitas más moderados, seculares y religiosos, pero en ningún caso el ponzoñoso Sader, los kurdos y aquellos sunnitas que reconozcan su estatus de minoría y estén dispuestos a aceptar una oferta importante en la mesa de negociaciones.
 
Estamos hablando de una coalición que estuvo a punto de formarse tras las últimas elecciones iraquíes. Es preciso volver a intentarlo. Podemos pasarnos toda la vida rectificando las tácticas americanas o dándole vueltas al número de tropas que deben estar en Irak, pero a menos que los iraquíes conformen un Gobierno resolutivo, y con objetivos únicos y claros, no habrá forma de alcanzar la meta que nos fijamos en esta guerra: dejar en Irak un Gobierno democrático capaz de sostenerse por sí mismo.
 
 
© 2006, The Washington Post Writers Group.

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