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EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Películas

Con el quinto aniversario del 11-S se han estrenado varias películas y series de televisión sobre aquellos acontecimientos. Las hay que no han suscitado grandes controversias. Vuelo 93 y World Trade Center, por ejemplo, se concentran en el comportamiento heroico de unas personas puestas en una situación límite. Eso no quiere decir que sean políticamente neutras.

Con el quinto aniversario del 11-S se han estrenado varias películas y series de televisión sobre aquellos acontecimientos. Las hay que no han suscitado grandes controversias. Vuelo 93 y World Trade Center, por ejemplo, se concentran en el comportamiento heroico de unas personas puestas en una situación límite. Eso no quiere decir que sean políticamente neutras.
No lo es la manera en que los bomberos de Nueva York se enfrentan a las consecuencias del ataque islamista. Y tampoco lo es que los pasajeros del vuelo 93 de United Airlines decidan rebelarse contra sus secuestradores y estrellar el avión antes de que los criminales lo utilicen para destruir la Casa Blanca o el Congreso. Quien haya visto la película recordará, en particular, el padrenuestro que uno de los pasajeros reza antes de atacar a los secuestradores y acabar con la vida de éstos… y la suya propia.
 
En cambio, otras películas estrenadas estos días han suscitado polémicas bastante fuertes. Una de ellas es la miniserie de ABC The Path to 9/11 (El camino hacia el 11-S), que relata la formación de la gigantesca trama terrorista que culminó con los ataques del 11-S. La miniserie no pasa por alto los primeros avisos de lo que iba a ocurrir, en particular el intento de destruir las Torres Gemelas mediante una explosión en 1993, cuando Bush padre ocupaba la Casa Blanca. Por otra parte, hasta bien entrada la película –pasada hora y media– no se habla de Clinton.
 
Pero como, a pesar de todo, se plantea la pregunta de si la Administración Clinton supo comprender el problema que estaba fraguándose bajo sus ojos, la miniserie ha provocado las quejas y presiones del selecto grupo que rodea al ex presidente. Como se ha dicho, estamos ante el narcisismo habitual de los Clinton. Pero también hay algo más. Es la duda, sembrada irremediablemente por la miniserie, de que los demócratas no son buenos a la hora de defender la seguridad de la nación. No ocurría así antes, en tiempos de Kennedy o de Truman. Pero así ha venido siendo desde los tiempos de Carter y… de Clinton, como corrobora la exagerada, casi histérica reacción de los amigos de este último.
 
Otra película que ha venido a añadir leña al fuego es Death of a President (Muerte de un presidente), una obra de ficción disfrazada de docudrama que pone en escena el asesinato (no la "muerte", como dice el título) de George W. Bush en Chicago. Y lo cuenta como la consecuencia, lógica, de la invasión de Irak.
 
Por lo que se ha podido leer, aquí no hay narcisismo ni histeria. Sí, en cambio, un drama de ficción política. Tras el asesinato de Bush llega al poder el vicepresidente Cheney, que acaba con la libertad de expresión en Estados Unidos e invade Siria… Al final, queda sugerida, o algo más que sugerida, la justificación moral del asesino, un desdichado negro que una vez creyó en los ideales de patriotismo y lealtad traicionados por Bush. Hay quien ha interpretado la película, no sin argumentos, como una invitación al asesinato.
 
Muerte de un presidente difícilmente saldrá del circuito –bien nutrido en medios, premios y festivales, en cualquier caso– del cine independiente. Pero la escena del atentado la ha hecho saltar a la fama. Pero ese es justamente el tipo de publicidad que los demócratas no necesitan. Y no sólo por la desmesura y lo siniestro del mensaje, sino porque vuelve a empujarles a una zona extrema de la izquierda, una zona particularmente inquietante ante las próximas elecciones.
 
Las elecciones de noviembre y las próximas presidenciales se van a jugar sobre el tema de la seguridad. Como ha escrito el analista Michael Barone, el electorado norteamericano se encuentra ante dos preguntas de fondo a este respecto. Una es si Bush no habrá puesto en peligro la seguridad de los norteamericanos, en vez de garantizarla, con la invasión de Irak. La otra es quién puede defender mejor a los norteamericanos de los ataques de los terroristas islamistas.
 
La primera, sigue diciendo Barone, favorece a los demócratas y ha prevalecido durante casi todo este año en los debates políticos y los medios de comunicación. El aniversario del 11-S y las películas que han recordado los ataques, incluida Muerte de un presidente, han vuelto a poner la segunda en primer plano. Y esta segunda favorece a los republicanos, que siguen siendo, a todos los efectos, el partido al que el electorado norteamericano sigue otorgando su confianza en este asunto crucial, auténtico eje del legado de Bush sobre el que girará todo el debate electoral.
 
El cambio en la tendencia de las encuestas, favorable a Bush, parece corroborar este análisis. Puede ser temporal, sin duda alguna, pero da la impresión de que los electores están reaccionando tanto a la campaña organizada desde la Casa Blanca como a las posiciones de los demócratas. El debate sobre los límites de la acción en los interrogatorios de los detenidos por terrorismo o las polémicas sobre los programas de control de llamadas telefónicas tampoco parecen estar favoreciendo al Partido Demócrata. Por mucho que apelen a la ética, hay en la posición de los demócratas algo que contradice frontalmente el sentido común.
 
Sobre todo cuando no se esfuerzan demasiado por alejarse de un mensaje como el que transmite Muerte de un presidente. Aquí estamos, incluso estéticamente, en el terreno del todo vale. ¿Cómo se compagina esto con los estrictos códigos de comportamiento ético que los demócratas quieren aplicar para tratar con asesinos y terroristas?
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