Menú
CRÓNICAS COSMOPOLITAS

París-Madrid

Si hay algo que me enfurece es constatar la ignorancia supina de los franceses en relación con España, su vecina. Afirman tan tranquilos: "Los franceses ignoramos la geografía". Pero no se trata sólo de la geografía; se trata de absolutamente todo: historia, política, artes, costumbres, literatura, ideas, sociología...

Si hay algo que me enfurece es constatar la ignorancia supina de los franceses en relación con España, su vecina. Afirman tan tranquilos: "Los franceses ignoramos la geografía". Pero no se trata sólo de la geografía; se trata de absolutamente todo: historia, política, artes, costumbres, literatura, ideas, sociología...
Esta increíble ignorancia viene de lejos, pero, como he podido constatarla de nuevo estos días, hasta durante la campaña electoral francesa, me he vuelto a enfurecer, y me siento obligado a vomitar mi indignación.
 
Durante esta campaña, en efecto, he oído mil veces a dirigentes de la UMP, que criticaban, con toda la razón, las incoherencias, conservadurismos y corporativismos de su PS, comparar a éste con otros partidos socialistas europeos, más modernos, más reformistas, más abiertos al mundo; y al primero que citaban siempre, como ejemplo y modelo, era el PSOE, así como a su líder, Rodríguez Zapatero.
 
Por lo general no argumentan, o se limitan a chorradas como los matrimonios homosexuales o la paridad de sexos en política, pero da lo mismo, queda sentado que el PSOE es cojonudo, que Zapatero es un gran político y que España va bien porque gobiernan éstos.
 
En realidad, las cosas son aún más graves: en Francia ETA goza de mucha popularidad, se la considera una "guerrilla de la libertad", algo así como las guerrillas latinoamericanas, con el tótem Che Guevara al frente, y únicamente los terroristas palestinos son más populares que los etarras. El nuevo estatuto catalán se ve aquí como un modelo de progresismo europeo. Evidentemente, a los franchutes no les preocupa que España se rompa; al revés, están encantados. Y aunque piropean a Zapatero, siguen considerando España un país de tercera categoría, meramente folclórico, con sus playas, sus tapas, sus paellas, su pobreza cultural y su flamenco podrido. Un Club Méditerrenée para turistas franceses.
 
A propósito de turismo: por los años 50 y 60 el PCF, primer partido de Francia entonces, había prohibido a sus militantes ir a España, so pena de expulsión, para no "ayudar" a la dictadura franquista, pero al mismo tiempo sus empresas (no oficiales) lanzaban la primera y más importante operación de urbanización salvaje en las costas españolas.
 
La izquierda francesa tiene un complejo oculto con nuestra guerra civil. Cuando estalló, en 1936, también en Francia gobernaba un Frente Popular. Pero mientras la inmensa mayoría de los trabajadores se lanzó a la gran conquista proletaria de las vacaciones pagadas, sólo un puñado fue a España a ¡luchar por sus ideas! Desde luego, más hubiera valido que no fueran, pero ésa es otra historia.
 
Durante los largos años del franquismo, los franceses cerraron sus ventanillas para ni siquiera ver España: era un país fascista, y punto. No me refiero a la política franquista, tan "progresista" en ciertos aspectos, como su apoyo a los países árabes y el no reconocimiento de Israel (los franceses no se atrevieron a tanto); me refiero a todo lo demás: España, siendo un país fascista, era un país miserable y analfabeto, sin literatura, arte, cultura ni economía. Y cuando llegó el despegue económico, el boom o milagro español, no es que los franceses se sorprendieran, es que sencillamente no se lo creían: mera propaganda capitalista. ¿Cómo podía desarrollar su economía un país fascista?
 
Los únicos españoles verdaderos éramos los refugiados antifranquistas, y sobre todo Juan Goytisolo como escritor y Santiago Carrillo como político. Me viene un recuerdo: cuando Berlanga y Bardem fueron a Cannes a presentar su horrenda película Bienvenido, Mr. Marshall, Georges Sadoul, crítico oficial del PCF, les negó el saludo con un lapidario: "Yo no hablo con fascistas".
 
El caso de Carrillo es emblemático de esta mentalidad cerril, y durante años fue infinitamente más famoso en París que en Madrid. Se le escuchaba con embeleso y se le dedicaban libros; en uno de ellos, de entrevistas, con Regis Debray y Max Gallo, Carrillo mintió descaradamente sin que esos bobos se enteraran de nada. A Carrillo se le consideraba tan importante que todos, la izquierda como la extraña derecha gaullista, le tenían por el político más importante del posfranquismo; y de la misma manera que hoy se cita a Zapatero como ejemplo, ayer se le citaba a él, y se afirmaba que era una lástima que el PCF no tuviera líderes como don Santiago.
 
Se sabe lo que ocurrió en las primeras elecciones: el PCE obtuvo 9 diputados; ¡una verdadera marea roja! Pero los franceses no se inmutaron, no se preguntaron por qué y dónde se habían equivocado. Decidieron, desde su olimpo, que España seguía siendo un país demasiado franquista para votar comunista. Homenaje del vicio a la virtud. España era una dictadura infame, el único régimen fascista que sobrevivió a la guerra, pero los españoles seguíamos aferrados sentimental y políticamente a esa dictadura infame. Conclusión: los españoles éramos una mierda. Resultaba que los españoles no queríamos que ganaran los comunistas. Pero es que eso, al menos, es prueba de lucidez y sentido común político.
 
No estoy diciendo que me parezca monstruoso que tantos franceses tuvieran antipatías, vagas y confusas pero antipatías, por el franquismo; afirmo, sencillamente, que, en relación con España, siempre fueron –son– ignorantes y lerdos.
 
Al exilio político se le favorecía con una especie de "discriminación positiva", pero no se entendía nada de sus luchas internas, y aún menos de sus oportunismos. En realidad, les importaba un bledo: los antifranquistas seguíamos siendo los "buenos", y España seguía siendo un país donde hacer turismo era más barato que en Italia o Suiza.
 
Tampoco digo que el exilio fuera exactamente lo contrario de lo que imaginaban tontamente los franchutes. Evidentemente, hubo de todo, aventureros, oportunistas, gente estupenda, políticos sectarios y nefastos, alegres juerguistas, de todo. Yo no soy un mal testigo, porque conocí a muchos refugiados de lo más variopinto: políticos como artistas, metalúrgicos como escritores, estudiantes como porteros, libreros como lectores de español. Hasta asesinos/asesinados, como Julián Grimau.
 
Ese exilio, como otros, tuvo sus peculiaridades, sus vicios y virtudes, pero su papel político e intelectual fue infinitamente menos importante de lo que pensaban los franceses, con su buena conciencia y su cassoulet republicano. Porque en la España "franquista" se escribían buenas novelas y había poesía excelente, se pintaban cuadros como se desarrollaban pensamientos económicos y sociales, etc. Existía una vida intelectual, pese a las trabas de la censura, desde luego, que los franceses no sólo no veían, sino que se negaban a ver.
 
En mi opinión, la ceguera franchute en relación con España, país vecino, país frecuentemente visitado, no se debe a un peculiar sentimiento antiespañol, como existió –y perdura– un profundo sentimiento antialemán. No, es peor; es ignorancia y desprecio. Para los franceses, todo lo que pueda ser relativamente valioso en España pasa por el rasero francés: los españoles sólo podrán ser aceptables a condición de que admiren a Francia y proclamen abiertamente su inferioridad.
 
Un solo ejemplo, para concluir: si en Francia se odia a José María Aznar, más que en ningún otro país del mundo, no es porque sea un político de derechas, sino porque se opuso a Francia y a Chirac, con razón y valentía, durante la guerra de Irak. Y si todos, de izquierda o derecha, del norte o del sur, adoran a Zapatero, no es, aunque lo digan, porque sea un "socialista moderno", sino porque, tras salir elegido presidente por accidente, se precipitó a lamer las botas de Chirac y porque, ahora, está dispuesto a lamer las de Sarkozy. Y esto a los franceses, sea cual sea su profesión, su ideología o su peña de fútbol, les chifla. No es prueba de inteligencia, pero ¿qué le vamos a hacer?
0
comentarios