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60º ANIVERSARIO DE LA ALIANZA ATLÁNTICA

OTAN: poco que celebrar y mucho de lo que preocuparse

En este mundo puede haber organizaciones débiles con miembros fuertes, siempre y cuando no se ponga mucho énfasis en lo colectivo; pero es del todo imposible que una organización sea fuerte si sus miembros son débiles. Y, le guste o no reconocerlo, ese es el verdadero dilema que afronta la Alianza Atlántica, ahora que celebra su sesenta aniversario.

En este mundo puede haber organizaciones débiles con miembros fuertes, siempre y cuando no se ponga mucho énfasis en lo colectivo; pero es del todo imposible que una organización sea fuerte si sus miembros son débiles. Y, le guste o no reconocerlo, ese es el verdadero dilema que afronta la Alianza Atlántica, ahora que celebra su sesenta aniversario.
El discurso oficial de la organización pone siempre el énfasis en cuatro puntos: 1) salimos vencedores de la Guerra Fría sin haber pegado un tiro; 2) supimos reinventarnos en los 90 para pacificar los Balcanes; 3) seguimos resultando atractivos para muchos países, como demuestran nuestras constantes ampliaciones; 4) hemos sabido superar nuestro marco original de actuación y ahora nuestro alcance es global, como atestigua nuestra presencia en Afganistán.

Las organizaciones pugnan por perpetuarse. Y la OTAN ha sabido hacerlo. Pero, siendo como es vitalmente necesaria, desde 1989 ha perdurado sobre la base de razones equivocadas y se ha defendido con argumentos erróneos. Por eso desde entonces, y sobre todo desde que se evaporó su gran enemigo: la URSS, vive inmersa en una crisis de identidad.

No voy a discutir aquí los argumentos sobre el histórico éxito de la OTAN. Baste apuntar que el comunismo no cayó por lo que hizo la Alianza, sino por el empuje de Ronald Reagan; que su presencia en los Balcanes ha congelado más que resuelto las tensiones en la zona; que su ampliación ha derivado en una mayor incoherencia estratégica; que en Afganistán se está más cerca de la derrota que de la victoria. Ese no es mi propósito, como digo. Sólo quisiera defender una tesis básica: en estos años, la OTAN ha podido ir debilitándose internamente sin mayores problemas porque el mundo parecía más tranquilo y libre de amenazas; pero en un mundo más inseguro y peligroso, como éste en el que nos adentramos, tiene que volver a ser fuerte, si es que quiere desempeñar un papel relevante. Pero ¿puede recobrar su vigor?

Un soldado de la OTAN Suele decirse que el principal defecto de la Alianza es que carece de una visión estratégica compartida por todos sus miembros. Y es verdad. Desde que desapareció la Unión Soviética, la Alianza, como he dicho más arriba, vive una crisis de identidad. Ha desarrollado tareas humanitarias y de emergencia civil; se ha prestado a otras organizaciones, como la Unión Africana; ha dudado si meterse o no en la Guerra contra el Terrorismo; ha jugado a ser una agencia de formación y entrenamiento internacional; hay quien, sarcásticamente, le ha diagnosticado el síndrome del taxi: está dispuesta a subir a cualquiera que levante el brazo. La OTAN  vive en un estado de profunda confusión sobre lo que es, sobre lo que hace y sobre lo que debería ser y hacer. Flota en el ambiente la impresión de que ahora es más hiperactiva que nunca, pero que no encuentra el sentido a mucho de lo que hace.

Pero es que, aunque supiera encontrarse y llegara a plasmar sus planes en un nuevo concepto estratégico, los problemas de fondo seguirían ahí. Veamos un ejemplo. El especialista en demografía y Fuerzas Armadas Rick Sandell tiene bien estudiado la contracción de la población en los miembros europeos de la OTAN y el efecto que tendrá en las próximas cuatro décadas sobre el tamaño de los ejércitos. Menos nacimientos significa menos niños, y menos niños significa menos reclutas. En Alemania, el nicho de reclutamiento (esto es, los grupos de edad de que se nutren los ejércitos) tenía 16 millones de personas en 1990; a finales de la década de 2050 tendrá sólo 9 millones. En España, en el referido nicho había 8 millones de personas en el año 2000; en 2010 será de 6,5. Algo parecido ocurre en los demás países de la organización, excepción hecha de los Estados Unidos. Como el número de vocaciones militares es históricamente constante, el problema de los ejércitos de la OTAN en Europa es claro: en las próximas décadas mermarán entre un 30 y un 50%.

O sea, que la OTAN tiene un grave problema de números.

Carme Chacón.Pero es que además tiene un grave problema con sus finanzas. Para ser más exactos: los países aliados tienen un grave problema con sus presupuestos de defensa. Esencialmente, porque tienen un grave problema con sus presupuestos generales, inmersos como están en una crisis global cuyos límites aún desconocemos. Dure lo que dure, lo que sí parece es que va ser muy dura. Y si miramos la historia reciente de la OTAN se ve claramente que los estados miembros no han querido aumentar significativamente sus gastos militares ni siquiera en tiempos de expansión económica. Y cuando hay crisis suele recurrirse a la demagogia para aplicar recortes o congelamientos. El presupuesto que presentó la ministra Carmen Chacón para el ejercicio 2009 es un claro exponente de esta ley de hierro: menos dinero y menos inversión. Teniendo en cuenta que el coste del material de defensa crece exponencialmente y que las operaciones son cada vez más costosas, por lejanas, prolongadas y peligrosas, la modernización de los ejércitos y su adaptación a los nuevos conflictos no podrá hacerse a golpe de talonario. La crisis pone en peligro la necesaria modernización y la transformación militar de las fuerzas de la OTAN.

Además, la sexagenaria organización tiene un problema, igualmente grave, de mentalidad y actitud. Según todas las encuestas, los aliados, salvo escasísimas excepciones, rara vez encuentran una buena razón para, si llega el caso, entrar en combate. En la Europa continental, esto se puede observar en la maraña político-legal tejida para dificultar el envío de tropas al exterior (así, la Ley de Defensa Nacional de 2005, impulsada por José Bono, exige para ello el visto bueno del Congreso y que la intervención tenga el respaldo de un mandato de la ONU), así como en la tolerancia cero a las bajas propias y enemigas, por no hablar de los daños colaterales. La ministra Chacón (pero no sólo ella) ha sido muy dura con los errores cometidos por EEUU en sus acciones de combate en Afganistán, aunque ha bajado un poco el tono desde que nuestros solados dispararan y mataran por error a miembros del ejército afgano. La guerra es una palabra sucia (por algo Bono quería eliminarla de nuestra Constitución), y el ardor guerrero algo desconocido o, aún peor, denunciable, en esta Vieja Europa post-moderna y decadente, rendida a las promesas del socialismo del siglo XXI.

Por tanto, yo me inclinaría a pensar que la OTAN tiene poco que celebrar y mucho de que preocuparse. Porque se enfrenta al futuro con unos mimbres poco consistentes... justo en un momento en el que al mundo occidental le crecen los enanos por doquier: ahí están Corea del Norte (que amenaza con seguir adelante con su programa nuclear y vender su tecnología al mejor postor); Irán, lanzada a por la bomba atómica; una Rusia levantisca y avasalladora; unos regímenes populistas en Iberoamérica más próximos a Pekín que a nosotros; un Bin Laden cuyas huestes siguen empeñadas en acabar con las democracias liberales y que sigue inspirando a miles de fundamentalistas y extremistas en su particular guerra santa para instaurar el califato en tierras del Islam, incluida España...

Eso sí, la próxima cumbre de la OTAN, en la que Obama bajará de los cielos y, con suerte, Sarkozy regresará a casa como el hijo pródigo, se celebrará en las ciudades vecinas de Estrasburgo y Kehl, apenas separadas por la tenue frontera franco-alemana. Un símbolo más de la reconciliación europea. Pero si esto, el poner el foco sobre el asunto franco-alemán, es el preámbulo de lo que nos aguarda, entonces la OTAN está errando de nuevo el tiro. Ni está su futuro en Europa, ni depende de Francia y Alemania.
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