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ESTADOS UNIDOS

Obama y el Medio Oriente

El mensaje nodal de la campaña electoral de Barack Obama se basaba en el cambio y la esperanza. Fiel a esa promesa, enseguida la Administración Obama adoptó decisiones que, por lo menos en lo referido al Medio Oriente, parecen estar orientadas a tomar rápida distancia del legado de George W. Bush.

El mensaje nodal de la campaña electoral de Barack Obama se basaba en el cambio y la esperanza. Fiel a esa promesa, enseguida la Administración Obama adoptó decisiones que, por lo menos en lo referido al Medio Oriente, parecen estar orientadas a tomar rápida distancia del legado de George W. Bush.
La retirada gradual de Irak, el envío de más recursos a Afganistán, la declaración sobre el cierre de la cárcel de Guantánamo, la disposición a incorporar a Irán a una cumbre mundial sobre Afganistán y el envío de dos emisarios a Damasco pueden considerarse medidas y anuncios reveladores de la nueva orientación. Asimismo, hay indicios de cambio en las insinuaciones hechas a Teherán y Moscú.

Las reacciones de estos últimos no se hicieron esperar. "No creo que sea posible intercambio alguno al respecto", declaró el presidente ruso, Dimitri Medvedev, a propósito de la oferta obamita de reconsiderar la instalación del sistema de defensa antimisiles en Chequia y Polonia a cambio de que Rusia haga lo propio con su apoyo a los ayatolás. En cuanto a éstos, advirtieron, por boca de Alí Jamenei, de que no aceptarán "oferta alguna de negociaciones que vaya de la mano de la fuerza". "La nueva administración estadounidense dice que quiere olvidar el pasado, pero la nación iraní no puede olvidar tan fácilmente", agregó.

¿Sorprendente? Apenas. La Administración republicana tenía sus razones para no apelar al diálogo con Irán ni jugar al apaciguamiento con Rusia, y la Administración demócrata no debiera desechar consideraciones de peso por el sólo hecho de que estaban en el cogollo de la política mesooriental del presidente Bush.

La actitud que informa la posición del nuevo Gobierno norteamericano en lo relacionado con el Medio Oriente puede advertirse en una cita del discurso inaugural de Obama. Los discursos inaugurales son verdaderas cartas de presentación de los mandatarios, así que tienen un gran valor político. Pues bien, en el suyo Obama dijo lo que sigue: "[En cuanto] al mundo musulmán, buscamos un nuevo camino hacia delante, basado en los intereses y el respeto mutuos". Posteriormente, en una entrevista para Al Arabiya aseguró que lo que pretendía era restaurar "el respeto que EEUU tuvo por el mundo musulmán hace tan sólo veinte o treinta años".

Mientras supuestamente faltaba el respeto al mundo islámico, observó críticamente el analista Charles Krauthammer, Estados Unidos daba su sangre para preservar vidas musulmanas. Efectivamente: los soldados estadounidenses han arriesgado o perdido la vida para salvar a poblaciones musulmanas acosadas. Aun cuando la motivación norteamericana respondiera a intereses de orden geoestratégico, esas campañas resultaron en la liberación de millones de musulmanes hostigados. Las invasiones de Irak y Afganistán, así como la guerra por Kuwait de 1991, son ejemplos claros de intervenciones orientadas a la protección de los intereses nacionales e internacionales de Estados Unidos que resultaron beneficiosas para poblaciones musulmanas. En cuanto a las intervenciones en Bosnia, Kosovo y Somalia, estuvieron motivadas principalmente por razones humanitarias.

Tal como ha señalado Krauthammer, ninguna nación ha hecho más en los últimos veinte años por los musulmanes oprimidos que los Estados Unidos de América.

En cuanto al idilio roto veinte o treinta años atrás, es difícil imaginar a qué momento histórico se refiere Obama, si es que se refiere a alguno en particular. Porque justo hace treinta años de la caída de Irán en manos de los islamistas jomeinistas, de donde arranca la peor fase en las relaciones entre Washington y Teherán.

Al igual que los hombres, las naciones tienden a idealizar el pasado. Al menos el pasado distante. Sea como fuere, lo cierto es que el idilio entre Islam y Occidente a que alude Obama sencillamente no existió. Por cierto, no deja de ser curioso que una Administración tan proclive a la glorificación del pasado muestre una actitud tan negativa hacia el pasado más reciente, como puede verse en sus recurrentes críticas a las políticas de Bush.

El último Gobierno republicano ha sido vilipendiado por su decisión de ir a la guerra en Irak, por su distanciamiento de los vaivenes diarios del conflicto palestino-israelí y, en general, por haber dejado un Medio Oriente convulso. No obstante, tendemos a olvidar cuál era la situación en la zona antes de la llegada de Bush a la Casa Blanca: los fallidos acuerdos de Camp David habían dejado paso a la segunda intifada palestina, Siria seguía ocupando el Líbano, los talibanes gobernaban en Afganistán, Sadam Husein controlaba Irak, la Libia de Gadafi buscaba armamento no convencional... y Al Qaeda planeaba en las sombras los atentados del 11-S. Nadie mínimamente objetivo vería aquí una herencia positiva.

Resulta fundamental que Barack Obama y su entorno entiendan que, por lo que hace a la cuestión de Oriente Medio, no todo depende de Washington. Ciertamente, Estados Unidos tiene una capacidad de influir en la región al alcance de muy pocos actores internacionales, pero se trata de una influencia que tiene sus límites y puntos débiles. A la vez que deseamos éxito a la nueva Administración norteamericana en su busca de la fórmula adecuada para una justa aproximación al Medio Oriente, esperemos que su ambición se vea templada por el realismo de la experiencia, lo cual no tiene por qué suponer el sacrificio de la esperanza de que tanto habló Obama durante la campaña electoral.  


JULIÁN SCHVINDLERMAN, analista político argentino.

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