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¿SE AVECINA UN NUEVO HOLOCAUSTO?

¿Nunca más?

Cuando algo ocurre por primera vez en 1.871 años, vale la pena anotarlo. En el 70 a. C., y de nuevo en el 135, el Imperio Romano redujo brutalmente las revueltas judías en Judea, destruyendo Jerusalén, matando a cientos de miles de judíos y enviando a cientos de miles más a la esclavitud y el exilio. Los judíos vagaron por el mundo durante casi dos milenios. Ahora, en 2006, por primera vez desde entonces hay más judíos en Israel –el Estado sucesor de Judea– que en ningún otro lugar de la Tierra. La población judía de Israel acaba de sobrepasar los 5,6 millones.

Cuando algo ocurre por primera vez en 1.871 años, vale la pena anotarlo. En el 70 a. C., y de nuevo en el 135, el Imperio Romano redujo brutalmente las revueltas judías en Judea, destruyendo Jerusalén, matando a cientos de miles de judíos y enviando a cientos de miles más a la esclavitud y el exilio. Los judíos vagaron por el mundo durante casi dos milenios. Ahora, en 2006, por primera vez desde entonces hay más judíos en Israel –el Estado sucesor de Judea– que en ningún otro lugar de la Tierra. La población judía de Israel acaba de sobrepasar los 5,6 millones.
La población judía de América rondaba los 5,5 millones en 1990, cayó a alrededor de 5,2 millones diez años después y ahora está en un franco declive; debido a las bajas tasas de fertilidad y a los elevados niveles de asimilación, a mediados de siglo esa cifra se verá reducida a la mitad.
 
Tras la matanza de seis millones de judíos europeos, durante el Holocausto, sólo quedaron dos centros importantes de vida judía: América e Israel. Aunque ese sistema binario pervive, se acaba de alcanzar un punto delicado. Mientras la población judía crece en Israel y decrece en América (y en el resto de la Diáspora), Israel se convierte cada vez más, al igual que en la época de Jesucristo, en el centro del mundo judío.
 
Una restauración épica, y la más improbable. Por citar sólo uno de los logros destacados del retorno: el hebreo es el único idioma "muerto" del que se tiene constancia ha sido devuelto a la vida cotidiana como lengua viva de una nación. No obstante, esta transformación tiene un precio, y un peligro. Y es que altera radicalmente las perspectivas de la supervivencia judía.
 
Las Doce Tribus.Durante 2.000 años los judíos encontraron protección en la dispersión; no una protección para cada una de las comunidades, comúnmente perseguidas y masacradas, sino para el conjunto del pueblo judío. Diezmados aquí, podían sobrevivir allí. Podían ser perseguidos en España y encontrar refugio en Constantinopla; podían ser masacrados en el Rhin, durante las Cruzadas, o en Ucrania, durante la Insurrección Jmelnytsky de 1648-49, pero sobrevivir en el resto de Europa.
 
Hitler puso fin a esa ilusión. Demostró que el antisemitismo moderno, desposado con la tecnología moderna –líneas férreas, burocracias disciplinadas, cámaras de gas que matan con eficacia industrial–, podía coger un pueblo disperso y "concentrarlo" para su aniquilación.
 
El establecimiento de Israel fue una declaración judía al mundo, que permitió que el Holocausto tuviera lugar –después de que Hitler dejase perfectamente claras sus intenciones–, de que los judíos recurrirían en adelante a la autoprotección y a la dependencia de sí mismos. Y así, construyendo un ejército judío, el primero en 2.000 años, han prevalecido en tres grandes guerras de supervivencia (1948-49, 1967 y 1973).
 
Pero, por una cruel ironía histórica, el hacerlo requirió concentración, poner todos los huevos en el mismo cesto: un pequeño territorio, a orillas del Mediterráneo, de 8 millas de ancho en su punto medio. Un objetivo tentador para quienes quisieran rematar el trabajo de Hitler.
 
Mahmud Ahmadineyad.Los sucesores del Führer viven hoy en Teherán. El mundo ha prestado enorme atención a la declaración del presidente Mahmud Ahmadineyad de que Israel debe ser destruido. Se ha prestado menos atención a los pronunciamientos de los líderes iraníes acerca de que Israel va a ser "eliminado mediante una tormenta", como ha prometido el propio Ahmadineyad.
 
El ex presidente Alí Ajbar Hashemi Rafsanjani, el presunto moderado de esta banda de criminales, ha explicado que "el uso de una bomba nuclear en Israel no dejará nada sobre el terreno, por lo que sólo perjudicaría en alguna medida al mundo islámico". La lógica es impecable, y la intención clara: un ataque nuclear destruiría en la práctica al pequeño Israel, mientras que cualquier respuesta lanzada por un Israel moribundo no tendría un efecto importante sobre una civilización islámica con mil millones de personas y que se extiende desde Mauritania hasta Indonesia.
 
Mientras se lanza a la carrera por adquirir armas nucleares, Irán deja claro que, si le surgen problemas, los judíos serán los primeros en sufrir. "Hemos proclamado que, dondequiera [en Irán] que América perpetre cualquier maldad, el primer lugar al que apuntaremos será Israel", dijo el general Mohamed Ebrahim Dehghani, un importante comandante de la Guardia Revolucionaria. Apenas fue más directo Hitler cuando anunció, siete meses antes de invadir Polonia, que si había otra guerra "el resultado [sería] (...) la liquidación de la raza judía en Europa".
 
La semana pasada [1] Bernard Lewis, el decano de los estudios islámicos en América, que acaba de cumplir 90 años y que recuerda bien el siglo XX, confesó que, por primera vez, se siente de nuevo en 1938. No necesitó añadir que en 1938, ante la inminente tormenta –un fanático, agresivo y abiertamente declarado enemigo de Occidente, y especialmente resuelto en lo relacionado con los judíos–, el mundo no hizo nada.
 
Cuando, en los próximos años, los mulás iraníes adquieran sus deseados misiles, el número de judíos en Israel acabará de alcanzar los seis millones. ¿Nunca más?
 
 
Charles Krauthammer, premio Pulitzer en 1987, es uno de los más influyentes comentaristas políticos norteamericanos. Escribe para The Washington Post Writers Group. Sus columnas se publican en más de 150 periódicos.

[1] Este artículo apareció en la Jewish World Review y en el Washington Post el pasado día 5.
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