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DESDE GEORGETOWN

Nuevos medios, nuevas políticas

Hoy en día se suele poner el siguiente ejemplo para explicar cómo se difunden las ideas en la sociedad norteamericana. Un estudioso especializado en un tema particular –medio ambiente, salud, reforma impositiva, lo que sea– publica un trabajo con una idea innovadora en la página web de la fundación o el think tank en que colabora. El trabajo llama la atención de un editorialista o de un columnista de prestigio en algún medio impreso importante y sale citado a propósito de alguna noticia de actualidad. Las tertulias y los programas de radio se encargan de dar a conocer la idea. El autor empieza a ser invitado a la radio, luego a algún programa de televisión, y si tiene personalidad suficiente dará más de una conferencia. Con suerte y con tenacidad, es probable que le llamen de un departamento gubernamental o de la Casa Blanca.

Hoy en día se suele poner el siguiente ejemplo para explicar cómo se difunden las ideas en la sociedad norteamericana. Un estudioso especializado en un tema particular –medio ambiente, salud, reforma impositiva, lo que sea– publica un trabajo con una idea innovadora en la página web de la fundación o el think tank en que colabora. El trabajo llama la atención de un editorialista o de un columnista de prestigio en algún medio impreso importante y sale citado a propósito de alguna noticia de actualidad. Las tertulias y los programas de radio se encargan de dar a conocer la idea. El autor empieza a ser invitado a la radio, luego a algún programa de televisión, y si tiene personalidad suficiente dará más de una conferencia. Con suerte y con tenacidad, es probable que le llamen de un departamento gubernamental o de la Casa Blanca.
Karl Rove, estratega de las campañas electorales de George W. Bush.
El esquema responde a la convicción de que las ideas tienen consecuencias. Es algo que los conservadores y los liberales norteamericanos se empezaron a tomar en serio hace más de 50 años. De hecho, ese es el título (Ideas have consequences) de un libro publicado en 1948 por Richard Weaver, un conservador nostálgico de una América agraria y unánimemente religiosa que sólo existió en su imaginación.
 
Weaver era un soñador, pero su fe en las ideas simbolizaba una alternativa a los dogmas socialistas según los cuales las ideas y las creencias están predeterminadas por la lucha de clases. Luego vendría la determinación por la cultura o el género. En su tiempo Weaver luchaba por la libertad de las ideas contra el materialismo, ya fuera el materialismo marxista o el materialismo del mercado, que, según él, se había adueñado de la sociedad norteamericana.
 
Las ensoñaciones de Weaver no fueron nunca muy populares. Sí llegó a serlo, en cambio, su convicción de cómo se difunden hoy las ideas. Ahora bien, para que eso se produzca hacen falta dos cosas. Primero, que alguien se dedique a producir y elaborar ideas. Segundo, que esas ideas encuentren la manera de llegar a la opinión pública. De la primera cuestión, es decir del papel que han tenido las universidades y más en particular las fundaciones y los think tanks, me ocuparé otro día. Por lo que hace a la segunda cuestión, hace poco se ha publicado en Estados Unidos un libro titulado America’s right turn ("América: giro a la derecha"). El epígrafe descubre su auténtica intención: "De cómo los conservadores han utilizado los medios de comunicación nuevos y alternativos para llegar al poder".
 
El libro, efectivamente, no es sólo una historia de los medios de comunicación en Estados Unidos en los últimos 50 años. También cuenta cómo los cambios han ayudado a difundir las ideas liberales y conservadoras, y cómo se ha ido abriendo el camino del poder a la derecha.
 
Detalle de la portada de AMERICA'S RIGHT TURN.Los autores, protagonistas de lo que cuentan, se remontan a los años 50. En política reinaba entonces el consenso en torno al New Deal. Lo mismo pasaba en los medios de comunicación. Los grandes periódicos, como el New York Times o el Washington Post, estaban alineados con el establishment surgido del consenso en torno a las políticas nacidas en los años 30. Las grandes cadenas de televisión, otro tanto. La radio vivía ajena a la política, y faltaba mucho tiempo para que se inventaran medios de comunicación alternativos como los que ha hecho posible internet.
 
La historia que cuentan Viguerie y Franke es la de una auténtica subversión, un asalto realizado por guerrilleros activistas en contra de un establishment extraordinariamente poderoso, respaldado por las grandes corporaciones y por Washington. Se trataba de crear medios alternativos capaces de difundir las ideas liberales y conservadoras que empezaban a cuajar a principios de los años 60. Viguerie y sus amigos eran activistas, pero querían crear un movimiento de masas capaz de presentar una alternativa al consenso reinante en el Partido Republicano y el Partido Demócrata.
 
El problema tenía dos partes. Primero, ¿cómo encontrar a los conservadores y a los liberales entre los millones de votantes americanos? Segundo, ¿cómo llegar a ellos? Viguerie empezó su carrera profesional en el correo directo. El correo directo va dirigido a los posibles compradores de un producto, sin pasar por ningún otro medio de comunicación, y es una es una combinación de publicidad y ventas. Un anuncio en televisión debe inducir a la venta. El correo directo permite presentar el producto, hacer una oferta, tratar de cerrar la venta y obtener información directa del comprador, con lo que se podrá construir una red de posibles clientes.
 
Esta forma de márketing no puede existir sin listas a quien dirigirse. Viguerie consiguió su primera lista copiando a mano, junto con unas cuantas secretarias –a las que contrató para la ocasión–, los nombres y las firmas de quienes habían hecho una contribución en metálico a la campaña presidencial de Barry Goldwater en 1964. Eran 15.000 personas. El funcionario de la Cámara de Representantes donde estaban depositados estos registros nunca había visto nada parecido. Se le acabó la paciencia justo cuando Viguerie y sus empleadas habían copiado 12.500 nombres.
 
Era poco, pero mucho menos era el desierto anterior. Además, Viguerie podía estar seguro de que las personas que habían contribuido con dinero a Goldwater eran auténticos militantes. Con el correo directo los conservadores podrían expandir esta base de militantes hasta alcanzar una masa crítica. Podían sortear las barreras de los medios de comunicación y convertirse en una fuerza propia, independiente de la jerarquía del Partido Republicano. También podrían crear una red de contribuyentes directos y emanciparse de las grandes corporaciones, fuente casi única hasta ahí de los dos partidos políticos.
 
Políticamente, esta forma de comunicación directa tiene más ventajas: relaciona directamente a los electores con sus representantes, lo que obliga a éstos a una mayor transparencia, y puede ser crítica en elecciones muy igualadas.
 
Detalle de la portada de uno de los libros de Schlafly.Un caso célebre es el de la Enmienda para la Igualdad de Derechos (ERA). Fue votada en 1971, cuando sobrevivía el consenso progresista entre republicanos y demócratas. Consiguió una aplastante mayoría en el Congreso y en el Senado: 354 votos a favor, 23 en contra; 84 a favor, 8 en contra, respectivamente.
 
Como cualquier enmienda constitucional, tenía que ser ratificada por las tres cuartas partes de los Estados (un mínimo de 38). Todo el mundo contaba con su aprobación. ¿A quién se le iba a ocurrir oponerse a una enmienda que garantizaba constitucionalmente la igualdad de derechos?
 
Se le ocurrió precisamente a una mujer, Phyllis Schlafly, autora de un best seller conservador en 1964. Editaba y distribuía un boletín –The Phyllis Schlafly Report– con unos 3.000 suscriptores. Comprendió que la Enmienda para la Igualdad de Derechos, de ser aprobada, daría enormes poderes al Gobierno para inmiscuirse en la vida de la gente. Le dedicó un número de su boletín, lo envió a sus suscritores y al poco tiempo el movimiento estaba lanzado. El primer Estado que rechazó la famosa enmienda fue Oklahoma. Nunca ha sido aprobada. Phyllis Schafly demostró que lo que parecía un inquebrantable consenso se podía romper, si se quería hacerlo.
 
Por su parte, los 12.500 nombres conseguidos por Viguerie crecieron con el tiempo. En 2000, el autor calcula que había probablemente unos cinco millones de contribuyentes y donantes a causas conservadoras y liberales de diversa índole, más otros dos millones, aproximadamente, de donantes al Partido Republicano.
 
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Karl Rove, el estratega de las campañas presidenciales de Bush, se especializó desde muy temprano en el correo directo. Sus envíos no se limitaban a un slogan. Como mandan los cánones del correo directo, mandaba una larga carta explicativa en la que razonaba detalladamente los puntos programáticos de su jefe. Uno de sus ayudantes recuerda que en una ocasión contó el número de sílabas que aparecían en un spot publicitario de 32 segundos y propuso reescribir el texto de tal forma que incluyera otros seis puntos más con el mismo número de sílabas.
 
Como buen especialista en correo directo, Karl Rove no se limitaba a diseñar el mensaje. Utilizó el medio para buscar financiación y movilizar directamente a nuevos grupos sociales con intereses políticos específicos.
 
Karl Rove se instaló en Texas como consultor político en 1980. Hoy parece que Texas hubiera sido un Estado republicano desde siempre. Es al revés: lo es solamente desde que Bush ganó las elecciones a gobernador en 1994, con la ayuda de Rove. Desde entonces Texas ha dejado de ser el Estado aplastantemente demócrata que había sido durante más de 100 años para convertirse en uno de los grandes ejemplos de cómo se moviliza la opinión pública a favor de los republicanos.
 
Rove también piensa, como todos los conservadores norteamericanos desde Goldwater, que un candidato de la derecha sólo puede ganar si se presenta a sí mismo como un outsider. Desde Eisenhower, sólo Bush padre se ha presentado como candidato del establishment, y perdió las elecciones en 1992. Nixon era un hombre del Oeste, ajeno a los centros de poder de la costa Este, como luego lo fue Reagan. El actual presidente ha seguido la tradición. Aunque nacido en el Este en una de las familias más poderosas de Estados Unidos y licenciado en Harvard, Bush se reinventó a sí mismo como un texano de pura sangre, criado en la cultura popular del Oeste americano.
 
En todos estos puntos –medios, tipo de candidato, procedencia–, Bush y Karl Rove se han inspirado en las sucesivas olas de derechas que han ido ganando las elecciones norteamericanas desde 1968 (Nixon en 1968 y 1972; Reagan en 1980 y en 1984). Hay diferencias, sin embargo. Una vez llegado a la presidencia, Nixon no rompió el consenso sobre las grandes líneas políticas internas; Reagan sí, inspirándose en buena medida en las ideas que habían ido difundiendo los conservadores y los liberales desde los años 50.
 
Para Rove y para Bush, en 2000 había llegado la hora de presentar un mensaje político renovado. Los demócratas seguían anclados en la defensa del New Deal, la Gran Sociedad y los cambios sociales de los 60 y los 70. Los republicanos, por su parte, seguían atacando las posiciones de los demócratas con las mismas ideas que habían ido elaborando y difundiendo durante los últimos 40 años. Rove describió la situación de los dos partidos como dos boxeadores exhaustos que siguen intentando pelear sin fuerzas en el ring.
 
La política de Bush ha querido ser una alternativa a esta situación estancada. Con el "conservadurismo compasivo" de la campaña de 2000 y durante los primeros años en la Presidencia quiso dar nombre a ese nuevo programa. Lo mismo significa la integración de las ideas y el equipo "neoconservador", un grupo de intelectuales del Este, muchos de ellos antiguos izquierdistas y demócratas, alejados del canon liberal y patrocinados –paradójicamente– por un presidente que pretende ser la imagen misma del outsider texano.
 
Para Rove, esta política tiene que consolidar la hegemonía republicana gracias a la incorporación de grupos sociales nuevos, hasta ahora demócratas –como las minorías que se están desplazando al republicanismo–, y una alianza muy amplia de liberales, conservadores y cristianos. El mismo Rove se está encargando de poner los medios necesarios para conseguir este objetivo, que aspira a cambiar la política norteamericana para los próximos 50 años.
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