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RELACIONES ESPAÑA-ESTADOS UNIDOS

No hay malentendidos: es mucho peor

El ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha afirmado solemnemente, tras finalizar su gira por Washington DC, que no hay malentendidos entre los gobiernos de España y Estados Unidos. Y tiene toda la razón. Simplemente, porque nunca los ha habido: en Washington conocen muy bien el percal del actual Ejecutivo socialista de Rodríguez Zapatero, y no piensan que haya habido equívoco alguno.

El ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha afirmado solemnemente, tras finalizar su gira por Washington DC, que no hay malentendidos entre los gobiernos de España y Estados Unidos. Y tiene toda la razón. Simplemente, porque nunca los ha habido: en Washington conocen muy bien el percal del actual Ejecutivo socialista de Rodríguez Zapatero, y no piensan que haya habido equívoco alguno.
Bush y Zapatero, en imagen de archivo. En segundo plano, José Bono.
Lo que sí ha habido, y sigue habiendo, es una clara divergencia de visión sobre la agenda internacional y sobre qué hacer para mejorarla. Y a eso no se le puede llamar gratuitamente "malentendido", sino lo que verdaderamente es: una política española de confrontación limitada.
 
El Gobierno socialista ha cambiado de táctica. Hasta ayer se nos decía insistentemente que las relaciones bilaterales con Norteamérica iban bien, que eran las normales entre dos aliados que están de acuerdo en prácticamente todo, excepto en alguna cosilla menor como era el tema de Irak. Los amigos, como le escribió a vuelta de correo Rodríguez Zapatero a George W. Bush tras recibir una reprimenda escrita por parte de éste, están para disentir.
 
Durante años los dirigentes socialistas se apuntaron a la doctrina del "mosquito pejiguero". Conscientes de que España en los 80 era apenas una nación mediana en lo internacional, hacían como ese mosquito molesto del que somos conscientes sólo cuando nos incordia, y en consecuencia llamaban la atención de Washington a base de ponerle ciertas zancadillas. Recordemos cómo se fastidió en la OTAN con el mal llamado "modelo español" de integración; o cómo se forzó la salida de los aviones de la base de Torrejón.
 
Ahora bien, hay que reconocer que la España de Felipe González se marcó unos claros límites en el grado y la intensidad de su incordio hacia los americanos. González, como los franceses, hablaban y actuaban como si siempre fueran un problema, pero nunca el último problema. Por eso, cuando la guerra de Irak en 1991 el Gobierno de entonces cedió todo y más para las operaciones bélicas en la zona del Golfo.
 
Felipe González.Los americanos, ahora, saben que la España de Rodríguez Zapatero es siempre un problema. Moratinos anda muy ocupado declarando que, olvidándose de Irak, cosa que el tiempo se encargará de hacer, se han despejado todos los obstáculos para que se recupere una relación sana y normal entre ambos países. Incita a pensar que incluso muy pronto George W. Bush concederá audiencia al presidente español como señal de que sus rencillas han quedado superadas.
 
Falso. El problema de las relaciones con América trasciende la cuestión de Irak, y muy mucho las relaciones personales de los dos presidentes. Aunque Rodríguez Zapatero y su esposa durmieran en la habitación de Washington, en el corazón de la Casa Blanca, invitados por Bush, las relaciones Estados Unidos-España no se recuperarían.
 
Felipe podía mostrarse altivo con los americanos porque sabía que, en plena Guerra Fría –o en sus estertores–, el interés estratégico americano pasaba por Europa. Y que otras cuestiones de su atención, como el Oriente Medio o el Golfo, otorgaban a España, por mor de su particular posición geográfica, un papel interesante a los ojos del Pentágono.
 
Entonces se decía que desde Rota se controlaba el Estrecho, pero la verdad es que los americanos ya tenían para eso a su aliado, el Reino Unido, en Gibraltar. Rota, no obstante, era importante como escala hacia el Oriente Medio, pero la Península era también importante para las rutas aéreas, cómodo descanso para las tripulaciones y buen nivel de vida para aquellos aquí destinados. En fin, grandes diseños estratégicos y habituales miserias cotidianas hacían del sur de España un lugar relevante para América.
 
Eso ya no es así para el Gobierno de Rodríguez Zapatero. No sólo Europa ha caído en importancia para los planificadores estratégicos americanos, sino que también España sale muy mermada en su valor. Para el Golfo, Estados Unidos piensa no depender de nuestro suelo, y su atención gira cada día más hacia los yacimientos de petróleo por explotar en la orilla africana, desde Marruecos a Guinea.
 
Dentro de este diseño, España podía haber jugado bien sus cartas en una difícil partida –como estaba tratando de hacer José María Aznar–, pero la miopía del tripartito Zapatero-Moratinos-Bono nos ha dejado fuera de juego. España ya no vive ni en los 50 ni en los 80, y hoy ha dejado de ser importante para los planes de Norteamérica.
 
José Luis Rodríguez Zapatero y Jacques Chirac.Podría pensarse, en todo caso, que Washington podría encontrar en Madrid un socio para otras áreas y cuestiones. Pero, por ejemplo, el rumbo adoptado por el Gobierno del PSOE en Europa nos coloca, a los ojos de América, a la cola de Francia. Nuestra postura en, por ejemplo, la OTAN es más que predecible, y siempre motivada para hacer más difícil llevar a la práctica las propuestas americanas. El seguidismo de Rodríguez Zapatero respecto a Chirac le ha llevado a sentarse en ese hipotético eje Paris-Berlín-Moscú, ahora extendido hacia el sur, antes de poder culminarse en el este con China.
 
Es verdad que, como España tampoco cuenta mucho en Europa, desde que el actual Gobierno prefirió ceder sus bazas negociadoras, este acercamiento tiene más de pose que de realidad. Pero así y todo no deja de representar, a ojos de los americanos, una visión antagónica respecto a la suya. En lugar de promover una Europa atlántica –como hacía el anterior Gobierno popular–, ahora se persigue –o se sueña con– una Europa que sea un auténtico contrapoder de América.
 
Estados Unidos no compra la teoría de la Alianza de Civilizaciones, el eslogan que intenta poner de moda el actual Ejecutivo español. Y no puede haber acuerdo ni convergencia en el tratamiento de personajes tan siniestros como Chávez y Castro en Iberoamérica.
 
El problema para Zapatero es que ya no es ningún incordio para Bush. Lo fue hace justo un año, con lo de Irak. Pero ahí quedó todo. Su capital de incordio, dilapidado. Y, consecuentemente, su posibilidad de estar en el radar de los americanos. Al menos en el sentido estratégico y de alta política. Para acuerdos técnicos y cruce de enlaces policiales o militares siempre hay tiempo.
 
Si Rodríguez Zapatero fuera a Washington le ocurría lo mismo que a su ministro de Exteriores, que no tendría nada de interés que ofrecer. Ahí es donde fracasa el discurso de que, como los americanos son gente pragmática, intentarán reconducir las relaciones. Incluso con la España rota de Zapatero. Pues no.
 
Precisamente porque son pragmáticos saben lo que pueden esperar de esta España. Cruces de información sobre terroristas y poco más. ¿Qué otra cosa pueden esperar, sinceramente, de un país que se les pone enfrente en Europa, Latinoamérica, Oriente Medio y el mundo musulmán? Aún peor, que se les pone enfrente pero de ladillo, habida cuenta de que nuestras capacidades nacionales para enfrentarse a la diplomacia del imperio americano son las que sabemos que son.
 
En Washington puede que muchas veces sean ingenuos. Unos cuantos hasta tontos, si se quiere. Pero saben muy bien con quién están hablando. Por eso, por mucho que apacigüe su retórica, este Gobierno no puede eliminar el fondo de sus actitudes, decisiones y acciones, imbuidas de un profundo resentimiento antiamericano.
 
José María Aznar.Moratinos insinúa que si las cosas van mal con Estados Unidos es por culpa de Aznar y su "Gobierno en el exilio". Y lo dice porque él, como su jefe, parecen obsesionados con la Casa Blanca y no se dan cuenta de que la cosa es mucho mayor. Que no se trata sólo de las relaciones entre los dos jefes nacionales –cuestión no baladí, por cierto–, sino de la importancia de la España de Zapatero, con sus tics e inclinaciones, para Norteamérica. No es casual que John Kerry, su amado candidato demócrata, haya huido de salir en una foto con él. Si guarda la ambición de volver a ser candidato no puede arriesgarse a manchar su imagen con los dirigentes socialistas españoles.
 
Un país tiene los activos que tiene y juega con ellos en el tablero internacional. José María Aznar supo ver en un momento dado que ese orden, ahora y en las próximas décadas, estaba dominado indiscutiblemente por los Estados Unidos. Tal vez una superpotencia incapaz de dar respuesta a todos los problemas del mundo por sí sola, pero innegablemente la única superpotencia capaz de imponer la agenda internacional de los próximos años.
 
España, un país pequeño pero que comenzaba a pesar, debía incardinarse en la escena internacional resultando relevante en los problemas del momento. Estando junto a Estados Unidos en ciertos temas se ganaba poder internacional en otros ámbitos y frente a otros actores. De hecho, ser un buen aliado de Washington no le restó un ápice de importancia a España en la Unión Europa. Todo lo contrario.
 
El PSOE no quiere un sistema unipolar, aunque no pueda hacer absolutamente nada por evitarlo. Prefiere alimentar la esperanza de un orden multipolar. Es muy libre de hacerlo. Pero encaminando sus acciones a ello no se acerca a Norteamérica, sino que niega lo que pretende estar deseando, recuperar las relaciones bilaterales. No se puede estar con Chirac y Schröder en el frente antihegemonía americana y no querer sufrir las consecuencias de ello.
 
Rodríguez Zapatero puede que crea que los americanos son tontos. Pero como se equivoque, al final los tontos vamos a ser nosotros. Y da igual si viaja a Washington, si habla con Bush siete horas o si es aclamado por los congresista americanos. Es el papel y el lugar de España lo que importa, y es eso, precisamente, lo que este Gobierno ha destrozado.
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