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EL SALVADOR

Mendigos sentados en bancos de oro

La aparente postura radical de la jerarquía católica salvadoreña contra la minería metálica parece ir tan en contra de las enseñanzas y costumbres de la Iglesia que me mueve a la reflexión. Nunca es fácil encontrar medidas perfectas sobre asuntos que tienen que ver con contratos en vigor, derechos de propiedad y bienes comunales. El objetivo de este artículo no es el de opinar sobre contratos de explotación minera, sino sobre la forma poco cuidadosa en que se ha expresado una autoridad eclesial.

La aparente postura radical de la jerarquía católica salvadoreña contra la minería metálica parece ir tan en contra de las enseñanzas y costumbres de la Iglesia que me mueve a la reflexión. Nunca es fácil encontrar medidas perfectas sobre asuntos que tienen que ver con contratos en vigor, derechos de propiedad y bienes comunales. El objetivo de este artículo no es el de opinar sobre contratos de explotación minera, sino sobre la forma poco cuidadosa en que se ha expresado una autoridad eclesial.
Ni en la tradición, ni en el Catecismo ni en las encíclicas se encuentra condena alguna de la minería metálica. Toda producción, no sólo la minera, tiene que tomar en cuenta los derechos de terceros, así como la existencia de un destino universal de los bienes creados. Es punto central de la doctrina de la Iglesia que "Dios ha destinado la tierra, y todo lo que en ella se contiene, para uso de todos los hombres y todos los pueblos, de modo que los bienes creados deben llegar a todos en forma justa, según las regla de la justicia, inseparable de la caridad" (Gaudium et spes, n. 69). En esto también concuerdan los grandes filósofos políticos partidarios de la propiedad privada. Así, John Locke escribió: "Es muy claro que Dios, como señaló el rey David, dio la tierra a los hijos del hombre, dados a la humanidad en común". Pero, al igual que los grandes autores de la tradición católica, Locke invocó el nombre de Dios al defender la propiedad privada como el mejor camino para la producción, cuidado y distribución de bienes.
 
Pese a que toda la tierra y los seres inferiores fueron dados en común a todos los hombres, todos los seres humanos tienen la propiedad de su persona, y, como señaló la doctrina católica, la propiedad privada asegura a cada cual una zona "absolutamente necesaria de autonomía personal y familiar, y deben ser considerados como una ampliación de la libertad humana" (Gaudium et spes, n. 71). La Iglesia también concuerda con Locke en que "nada fue hecho por Dios para que el hombre lo arruine o lo destruya".
 
Todos estos principios fueron siempre aplicados por igual a la producción en la superficie y en el subsuelo o en las "venas metálicas". Uno de los grandes autores de la tradición católica, el agustino Miguel Salón (1538-1620), obispo de Valencia, resumía el pensamiento de los teólogos católicos así: "Los minerales y las vetas de oro y plata y cualquier otro metal en estado natural son del dueño de la tierra y para su bien". Aplicando estos principios a la realidad salvadoreña, cuesta entender algunas de las posturas de su jerarquía. 
 
Los diversos Gobiernos que han tenido la responsabilidad de custodiar y respetar los derechos salvadoreños, después de terminado el conflicto civil, merecen crédito por importantes mejoras. También lo merecen muchas de las fuerzas de la sociedad, como la Iglesia y el mundo empresarial, que se han empeñado en transformar lo que antes eran campos de batalla en campos de producción. El Salvador pasó a ser el segundo país de Latinoamérica en libertad económica, y se ha ganado uno de los primeros puestos en credibilidad en los mercados crediticios. Pero ahora está retrocediendo. En el índice Heritage-Wall Street Journal ha pasado desde el 9º lugar (2000) al 33º (2008). El Índice de Desarrollo Humano de la ONU muestra que el progreso se está estancando, al mostrar una mejora de menos del 6% en nueve años, y coloca a El Salvador en el lugar 101.
 
El Estado de Derecho es la llave maestra del desarrollo, y el respeto a los contratos es esencial para el mismo. Donde menos ha avanzado El Salvador es en los índices que miden la corrupción. La corrupción no es sólo un fenómeno incentivado por razones económicas, también por el sentido moral de la población. Es aquí donde las fuerzas civiles, la Iglesia incluida, tienen más por hacer. El respeto por los contratos ha estado en el centro del crecimiento económico vertiginoso de países de tradición católica como Irlanda y Chile: sus economías están creciendo a tasas que duplican la de El Salvador, que crece en forma muy insuficiente en la lucha contra la pobreza.  
 
El tema de la minería no es un tema de derechas o izquierdas. Rusia sentó las bases de sus minas de oro durante el comunismo, y hoy continúa obteniendo amplios recursos. China no tiene ningún reparo en la minería metálica. ¿Se imagina el lector al Obispado de Australia promoviendo el cierre de las minas de oro? 
 
Analistas mexicanos criticaban que el milagro de su país consistiera en "encontrar petróleo e ir a la quiebra y la pobreza". Por sus abundantes recursos sin explotar, en el Perú se acuñó la frase "un mendigo sentado en un banco de oro". Sería muy triste que, por confusiones intelectuales o presiones políticas, aquellos que más deben hacer para abrir puertas de esperanza a los pobres ayuden a crear más mendigos sentados sobre oro.
 
 
© AIPE
 
ALEJANDRO CHAFUEN, autor de Economía y ética y de Benedicto XVI y la libertad.
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