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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Manifestaciones liberales

Argentina es un país infinitamente difícil de comprender. Cada vez que llego a Buenos Aires, encuentro nuevos motivos de asombro. Entrar en un supermercado con criterios europeos es casi imposible: uno descubre, por ejemplo, que comprar café descafeinado, algo tan corriente entre nosotros (e imprescindible para quien tiene problemas de presión arterial o de sueño), es cosa minoritaria y de privilegiados: hay una sola marca, y cuesta cuatro veces más que el café normal, es decir, el doble, en euros, de lo que cuesta en Madrid.

Argentina es un país infinitamente difícil de comprender. Cada vez que llego a Buenos Aires, encuentro nuevos motivos de asombro. Entrar en un supermercado con criterios europeos es casi imposible: uno descubre, por ejemplo, que comprar café descafeinado, algo tan corriente entre nosotros (e imprescindible para quien tiene problemas de presión arterial o de sueño), es cosa minoritaria y de privilegiados: hay una sola marca, y cuesta cuatro veces más que el café normal, es decir, el doble, en euros, de lo que cuesta en Madrid.
Desde luego, el descafeinado no existe en los bares: hay que ser muy macho para tomar café por aquí; como en algunos pueblos españoles, hasta hace unos años, había que serlo para fumar porque no se encontraba tabaco light.
 
De asombro en asombro, llego a la cuestión crucial de estos días en la vida local: las AFJP, las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones, o lo que es lo mismo, las financieras, asociadas a los bancos, que se dedican a los planes de pensiones privados, que resultan ser algo diferente de aquello a lo que estamos habituados, puesto que no constituyen una opción añadida a la jubilación que a todos corresponde por aportes obligatorios a lo largo de la vida laboral, sino un opción única desde que, en 1994, el Gobierno de Menem privatizó el sistema. La cosa tenía dos vertientes: una, la liberal, que ponía en manos de cada uno su propio porvenir mediante lo que, en última instancia, era la incorporación a un plan de ahorro; y otra, la estatal, que inquietó mucho a los políticos que han hecho del antiliberalismo su divisa, era la realidad fáctica de que se acababa con unos ingresos de los cuales deseaba disponer quien ocupara el Estado. En este caso, los K.
 
Con la excusa de la crisis, que repercutió, en efecto, en estos fondos, como en cualquier otro ahorro, devaluándolos, Cristina se ha lanzado a intervenir, aunque con exquisita prudencia, las AFJP (no a nacionalizarlas, como ha pretendido la prensa en estos días: la misma prensa que dijo sin ruborizarse que Bush había nacionalizado las empresas constructoras Freddie Mac y Fannie Mae: infinita burrada muy difundida a ambos lados del Atlántico). La pretensión última de los peronistas K (la socialdemocracia autoritaria rioplatense) es, desde luego, volver a administrar esos fondos, que se suponen maliciosamente manejados por los capitalistas, movidos por una desordenada codicia de los bienes ajenos, como anotaba el clásico, algo muy diferente del generoso Estado protector. Pero, en el peor de los casos, se tratará de un proceso lento y que no se podrá llevar a cabo sin consenso: de hecho, Cristina no se ha atrevido a promover una expropiación por la vía del decreto de necesidad y urgencia, sino que ha optado por someter la cuestión al Congreso.
 
Creo que uno de los objetivos de esa contención del ánimo presidencial es el de observar las reacciones de los ciudadanos. Si es así, no hay duda de que pronto se verá la presidenta obligada a dar marcha atrás, como ya sucedió con el pago de la deuda con el Club de París, una cancelación innecesaria y perjudicial para las reservas de divisas de la nación argentina que, casualmente, se intentó a los dos días de una cena de los Kirchner con Felipe González.
 
Mañana, martes, hay una marcha en el centro de la ciudad, convocada por los trabajadores de las AFJP. La principal representante del sector, Cyntia Lescinsky, ha dicho con toda claridad: "No queremos ser empleados del Estado". Es decir, que en este paradójico lugar del mundo tendrá lugar una manifestación liberal, cuyos participantes desconocen el carácter último de su acción. Es más: si se les dijera que la suya es una actitud liberal, la mayoría se sentiría ofendida. Lo hacen convencidos de ser de izquierdas y de estar reaccionando frente a un Estado corrupto, al que nadie le quiere confiar un peso, no por ser Estado, sino por estar ocupado por las personas inadecuadas.
 
Se trata de una movilización de la clase media de la ciudad de Buenos Aires, donde, a diferencia de lo que sucede en la provincia homónima que rodea a la capital, el peronismo no gana las elecciones. La provincia, muy mayoritariamente de clase baja en el sentido más estricto del término, y con una amplia población bajo el umbral de la pobreza, está sometida a la red clientelar del justicialismo: allí, las protestas públicas de los últimos días han pasado por el problema de la seguridad. La policía de la provincia, que tiene fama de ser una de las más corruptas del mundo, ha abdicado de muchas de sus funciones teóricas y la gente trata de no salir de su casa en grupo, de dejar siempre a alguien en el papel de guardián, para no encontrársela desvalijada u ocupada al regresar. Y cerca de la mitad de la población es ajena al problema de las AFJP porque carece de cualquier tipo de plan de jubilación. Como conté hace años en El enigma argentino, libro que resultó ser intolerable para el establishment local, en algunas zonas del segundo cinturón urbano hay ya dos y hasta tres generaciones continuadas en cada familia que jamás ha tenido un empleo: uno no se puede retirar de la vida laboral activa si nunca la ha tenido.
 
Hoy, más que nunca, coexisten varios países en el territorio argentino. Hoy, más que nunca, la ciudad de Buenos Aires es la excepción europea en una nación latinoamericana. Hoy, más que nunca, hay una oportunidad para el liberalismo, y sospecho que no es vano que el Gobierno haya puesto al frente de este proceso negociador entre un Estado débil (felizmente) y las AFJP a un hombre formado en la escuela liberal: Amado Boudou, que así se llama el personaje en cuestión, ha hecho una conversión en contra del sentido de la historia, y sirve a los intereses de los Kirchner eficazmente, pero no será el modelo de un socialista estatalista intransigente, sino que buscará una salida intermedia que finalmente no dañe irreparablemente los fondos privados de pensiones y jubilaciones.
 
 
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