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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Los zapatos de Alá

Vimos tantas veces, por televisión, al frenético periodista iraquí lanzar sus zapatos contra George W. Bush, que da la impresión de que tenía y tiraba decenas de zapatos, como si fuera un milpiés. Ese gesto grosero fue muy aplaudido en el mundo árabe, y en otros mundos, pero nadie resaltó la sangre fría y la agilidad de Bush para evitar esos malolientes proyectiles.

Vimos tantas veces, por televisión, al frenético periodista iraquí lanzar sus zapatos contra George W. Bush, que da la impresión de que tenía y tiraba decenas de zapatos, como si fuera un milpiés. Ese gesto grosero fue muy aplaudido en el mundo árabe, y en otros mundos, pero nadie resaltó la sangre fría y la agilidad de Bush para evitar esos malolientes proyectiles.
Esa será, probablemente, la última imagen que guardaremos de él, y no la peor, porque sus últimas declaraciones y confesiones, en este intervalo entre dos presidencias, son patéticas. "Yo no quería declarar la guerra, mis servicios secretos me engañaron, yo deseaba la paz, y chocolate para todos, y no ha sido posible, estoy muy triste". "Yo soy un partidario convencido de la libre economía de mercado, y me veo obligado a tomar medidas que la limitan, la regulan, la entorpecen, estoy muy triste". Si una cosa es segura en esta crisis financiera y económica es que los remedios son peores que la enfermedad, como se verá próximamente.

Curiosa familia la de los Bush. Tanto el padre como el hijo han tenido indudables aciertos, y cometido garrafales e incomprensible errores. Como no pretendo hacer una revista de fin de año de la política norteamericana, me limitaré a un par de ejemplos: tras la invasión de Kuwait por Irak, Bush padre logra organizar una gigantesca invencible armada contra la dictadura de Sadam Husein, en la que participan democracias occidentales como dictaduras militares y monarquías archiconservadoras árabes, y sólo, o casi, Yaser Arafat (cobraba de Sadam) y nuestros peleles Juan Goytisolo y Rafael Sánchez Ferlosio condenaron la "agresión" a Irak.

Las tropas de esa alianza liberan rápidamente Kuwait y llegan a las puertas de Bagdad, y es entonces, cuando todo estaba ganando, que Bush padre decide perder y ordena la retirada. Error monumental, cobardía histórica, culpable, además, de decenas y decenas de miles de victimas. Por lo visto, el presidente de los USA, y ex director de la CIA, no sabía qué hacer de su victoria. Pues se lo voy a decir, en balde: organizar, bajo los auspicios de la ONU, un gobierno militar provisional, seguido lo antes posible de elecciones, lo más libres posible. No hubiera sido el primer caso en la historia contemporánea.

Sadam Husein permanece en el poder, con el beneplácito de Bush, y aprovecha para masacrar como nunca, a kurdos en el norte y chiitas en el sur de Irak, que se convierte en un no man’s land jurídico y político que permite todas las estafas y contrabandos, que no han faltado, como la operación Petróleo por Alimentos, que enriqueció a muchas familias, empezando por la de Kofi Annan. Como Clinton no hace nada, le toca a Bush junior zanjar la cuestión, no sólo en Irak, también en Afganistán, tras los atentados de las Torres Gemelas en Nueva York y el bombardeo del Pentágono.

Sadam Husein.A mi modo de ver, esas intervenciones militares se justifican, y si siguen inconclusas han tenido, al menos, la ventaja de destruir a Sadam Husein y a su dictadura. Repito que nada ha terminado, lo cual es lógico y evidente, ya que esas batallas forman parte de la guerra santa y universal que nos ha declarado el Islam, y que no sólo se desarrolla en Afganistán, o en Irak, sino en el mundo entero, tanto en Bombay, recientemente, como en Bélgica, país en el que nada funciona, salvo, por lo visto, los servicios de seguridad, que acaban de descubrir y evitar un grave atentado islamista.

Para un sionista declarado como yo, que considera que Israel no sólo tiene derecho a existir, sino que de su existencia depende mucho, o todo, de lo que representa el mundo libre, resulta evidente que George W. Bush y su admirable secretaria de Estado, Condoleezza Rice, han sido firmes aliados de Israel, como lo reconocen las autoridades israelíes, lo cual no impide, sino que supone, la búsqueda de la paz en la región, y la creación de un Estado palestino de verdad. Ya lo he dicho mil veces, pero lo repito, y no soy el único: el principal obstáculo a la creación de un Estado palestino no es Israel, sino todos los Estados y organizaciones terroristas islámicas, que sólo conciben dicho Estado palestino sobre los escombros de Israel, un Estado que se instale gracias a un nuevo y definitivo genocidio de judíos.

Yo no sé, y quién podría saberlo, si los bombardeos israelíes van a liquidar, o al menos debilitar considerablemente, a la organización terrorista Hamás, que ha vuelto a lanzar sus cohetes caseros contra la población civil del sur de Israel, pero de lo que estoy seguro es de que ningún país puede aceptar semejantes agresiones sin reaccionar militarmente.

Una vez más, Israel se enfrenta al mismo tiempo a operaciones militares y a elecciones democráticas. No es una situación fácil, no es una situación semejante a nuestro inútil vodevil de las elecciones europeas, que de nada sirven, como de nada sirve la UE, y se demuestra una vez más con la cumbre de ministros de Relaciones Internacionales, que se han reunido, bebido champán y pedido, desde muy lejos, un alto el fuego. Vamos a ver, ¿Francia, aún presidente de la UE cuando esa reunión, podría aceptar que ETA bombardera Hendaya y Bayona sin rechistar militarmente?

Estas últimas semanas he leído en la prensa española, como en la francesa, infinidad de artículos de opinión, editoriales y columnas en los que soberbios imbéciles nos explican lo que hará y, a veces, lo que debería hacer Barack Obama una vez instalado en la Casa Blanca; y son imbéciles, porque ni siquiera lo sabe él. Sabrá, me imagino, lo que quiere hacer, pero ni él, ni nadie, sabe lo que podrá hacer. Y si todo el mundo tiene derecho a soñar y hacerse ilusiones, yo me tomo el derecho de considerar, con inquietud, la política futura del presidente Obama en relación con Israel y, de manera más general, frente a la guerra que nos ha declarado el islam radical.
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