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ESTADOS UNIDOS

Los tiempos cambian

La muerte de Osama ben Laden fue anunciada por el presidente el 1 de mayo, fecha simbólica en el calendario revolucionario del comunismo, absorbente quebradero de cabeza de la seguridad nacional antes de que lo fuera el terrorismo islámico. Los tiempos cambian, sí.

La muerte de Osama ben Laden fue anunciada por el presidente el 1 de mayo, fecha simbólica en el calendario revolucionario del comunismo, absorbente quebradero de cabeza de la seguridad nacional antes de que lo fuera el terrorismo islámico. Los tiempos cambian, sí.

En su calculada intervención de medianoche, cuando anunció que Ben Laden está igual de muerto que el comunismo –excepción hecha de los moribundos regímenes cubano y norcoreano–, Barack Obama hizo hincapié acertadamente en que la muerte del terrorista saudí es "el avance más significativo logrado hasta la fecha" en la lucha contra Al Qaeda, pero no el punto final de la misma. Sin embargo, puede que podamos aprovechar la ocasión para hacer un alto y sacar algunas conclusiones pertinentes.

Varios hechos relevantes de la caza del asesino más prolífico del terrorismo –que no se escondía en cueva alguna, sino en un complejo residencial– deben quedar, por el momento, en secreto. Pero parece razonable conjeturar que Ben Laden fue eliminado gracias a una operación de espionaje que tendría más de excelente trabajo policial que de operativo militar.

De acuerdo, en países tan violentos como Afganistán o Pakistán la frontera entre lo uno y lo otro es difusa, y no se puede separar lo civil de lo militar en punto a recopilación de información de inteligencia. Aun así, la enorme huella de nuestra presencia militar en Afganistán, al lado del último refugio de Ben Laden, parece especialmente desproporcionada, habida cuenta de que el terrorista saudí ha sido eliminado por un pequeño grupo de especialistas.

Jim Lacey, de la Academia del Cuerpo de Marines, destaca que, según el general David Petraeus, en Afganistán habrá un centenar de guerrilleros de Al Qaeda. "¿Alguien hace las cuentas?", se pregunta Lacey. Hay más de 140.000 soldados de la Coalición en Afganistán, o sea, 1.400 por cada guerrillero de Al Qaeda. El mantenimiento de cada soldado nos cuesta aproximadamente un millón de dólares al año. También podemos hacer el cálculo por combatiente de Al Qaeda: 1.500 millones. Así las cosas, Lacey se pregunta: "¿De qué planeta vienen los estrategas que consideran que ésta es una estrategia sensata?".

John Kerry.Desde luego, Al Qaeda sigue estando ahí, y la amenaza terrorista no se agota en Al Qaeda y sus filiales. Así que "la guerra larga" debe continuar. Pero puede que el lenguaje que estamos manejando nos esté jugando una mala pasada, porque no se trata propiamente de una guerra.

Durante la campaña presidencial de 2004, John Kerry fue objeto de escarnio por decir que la guerra contra el terror sería sólo "puntualmente militar", dado que sería esencialmente "una operación de espionaje y refuerzo de la legalidad" que exigiría "cooperación" por parte de "todo el mundo". "Muchas de las herramientas empleadas para tumbar a los señores de la droga –dijo Kerry–, empezando por la cooperación internacional en materia de inteligencia y patrullaje de fronteras, así como la obligación de que los bancos faciliten la identidad de sus clientes sospechosos, pueden ser igualmente útiles en la guerra contra el terror". Entonces y sobre todo ahora, correcto.

Insisto: la frontera entre las operaciones militares y las labores policiales es poco clara, pero eso no quiere decir que no haya diferencias. Y cuanto más acomodemos nuestra forma de pensar a las categorías militares, más nos exponemos a protagonizar aventuras absurdas y enmarañadas como la libia. Allí, nuestra política –si es que a la improvisación constante se le puede denominar "política"– empezó siendo la zona de exclusión aérea para proteger a los civiles. Siete semanas más tarde, nuestra política consiste en decapitar al Gobierno libio mediante el asesinato selectivo, así como en agravar una guerra civil en esa sociedad tribal en nombre del humanitarismo.

Lo que hace del caso libio algo surrealista es el hecho de que el agente esté siendo la OTAN.

OTAN es el acrónimo de la Organización del Tratado Atlántico Norte, establecida en 1949 para proteger a Europa Occidental del Ejército Rojo. Su misión era, según la célebre formulación de Lord Ismay, "mantener fuera a los rusos, dentro a los estadounidenses y debajo a los alemanes". La OTAN, que podría haber desplegado hace mucho la pancarta de "Misión cumplida", se ha acabado convirtiendo en una herramienta para la comisión de esta suerte de chapucerías.

Estamos ante un claro caso de negligencia presidencial. Obama ha permitido el empleo de la OTAN para el avance de una doctrina mal concebida (la R2P, "responsabilidad de proteger") y peor justificada (¿fue en marzo que Hillary Clinton descubrió que Muamar Gadafi es "un hombre sin conciencia"?)... para mayor gloria de Francia.

Cuando la desventura libia acabe, América deberá debatir seriamente si ha llegado la hora de echar el cierre a la OTAN. Porque, sí, los tiempos cambian.

© The Washington Post

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