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CHILE

Los ingleses de América

Nada es más fácil hoy que hablar contra el mercado y las empresas; si lo hace, con seguridad sacará aplausos. Si además de eso se queja por la distribución de la riqueza, será aclamado como un héroe.  


	Nada es más fácil hoy que hablar contra el mercado y las empresas; si lo hace, con seguridad sacará aplausos. Si además de eso se queja por la distribución de la riqueza, será aclamado como un héroe.  

Al amparo del elocuente y demagogo discurso estatista, la necesidad de distribuir la riqueza se ha vuelto un tópico popular. Aferrándose a las estadísticas que sitúan a Chile como un país con alta desigualdad de ingresos, muchos han caído en el engaño de creer que existe una solución mágica y rápida. Piensan que para alcanzar el desarrollo sería suficiente con redistribuir. Que bastaría con conceder derechos universales que asegurasen a cada uno no solo el pan de cada día, también buenos colegios, universidades, hospitales, pensiones, etc. En palabras del intelectual Frédéric Bastiat, queremos hacer del Estado una ficción a través de la cual unos vivan a expensas de otros.

Solemos tomar como referentes a los países nórdicos. Pero nadie dice, por ejemplo, que Suecia, antes de crear el mayor Estado del Bienestar de la historia, disponía de una industria y un comercio que se contaban entre los más pujantes del mundo; eso fue lo que puso a los suecos entre los más ricos del planeta, no el Estado Benefactor.

Nadie menciona tampoco que el modelo estatista sueco, que arrancó en los años 30 y se financió con la riqueza producida en las décadas precedentes, llegó a su fin a principios de los 90. Tras varios decenios de enorme expansión tributaria y del sector público, Suecia empezó a declinar económicamente, a perder terreno frente a otras naciones industrializadas. En 1990, una aguda crisis llevó a los suecos a cambiar de paradigma, a fin de recuperar el camino del crecimiento.

Llegado nuestro país a cierto nivel de riqueza, y aunque aún estamos a medio camino del desarrollo, algunos exigen tomar la vía estatista sueca. En un primer momento parece buena idea, a cualquiera le resultan atractivas las promesas de bienestar para todos; pero eso no se logra redistribuyendo, sino creciendo. El auténtico progreso surge del trabajo, la energía y el talento creativo de los hombres que producen más de lo que su consumo personal demanda. En una sociedad donde esos hombres tienen libertad, el progreso encuentra su camino fácilmente.

Nos gusta creernos los ingleses de América, pero nos basta con llegar a la mitad del camino. ¡Basta de crecimiento, queremos distribución!, pareciera ser la consigna. Una especie de ingleses, sí, pero con empanadas y vino tinto, y siempre a medias. Ya hemos dado pasos en esa errada dirección: así, hemos triplicado el gasto público en los últimos 10 años. Ahora pregúntese si su nivel de vida también se ha triplicado, y descubrirá que la solución no está en el Estado.

Como sostuviera acertadamente Milton Friedman, "los grandes adelantos de la civilización, tanto en arquitectura como en pintura, en ciencia como en literatura, en industria como en agricultura, nunca han salido del gobierno centralizado". Y es gracias a esos adelantos que el ciudadano promedio de hoy goza de un mejor nivel de vida que un rey de hace 200 años. Así es como Chile redujo la pobreza desde cerca del 45% al 13% en solo un par de décadas; y seguimos avanzando.

En el proceso, quienes se han atrevido a emprender se han hecho ricos, con lo que han contribuido a la desigualdad. Pero al mismo tiempo han revolucionado para bien la calidad de vida de sus pares. Por lo tanto, no debemos poner el énfasis en cómo repartir, sino en cómo crear más y cómo lograr que sean más los creadores.

 

© El Cato

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