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ORIENTE MEDIO

La tregua

Desde la creación del Estado de Israel (1948) hasta nuestros días, las violaciones de treguas y armisticios han corrido siempre por cuenta del bando árabe. Desde la firma, en Washington, de los Acuerdos de Oslo (1993) hasta hoy, han sido los palestinos quienes han violado las treguas pactadas entre la autoridad autonómica palestina e Israel.

Desde la creación del Estado de Israel (1948) hasta nuestros días, las violaciones de treguas y armisticios han corrido siempre por cuenta del bando árabe. Desde la firma, en Washington, de los Acuerdos de Oslo (1993) hasta hoy, han sido los palestinos quienes han violado las treguas pactadas entre la autoridad autonómica palestina e Israel.
En la imagen de archivo, un desfile de Hamás en la Franja de Gaza.
En las últimas semanas, luego de que se declarara una tregua entre el Gobierno fundamentalista islámico de Hamás en Gaza y el Estado de Israel, los terroristas palestinos han vuelto a disparar misiles contra la población civil israelí y a asesinar civiles judíos en Israel. Esta manera de proceder forma parte de su particular concepción del cumplimiento de las treguas. Es difícil encontrar en la prensa internacional algún suelto que defina el lanzamiento de misiles contra Israel o el asesinato de civiles en las calles de Jerusalem como violaciones de la tregua. Tal parece que las treguas sólo deben ser cumplidas por una de las partes. Son unas treguas muy particulares, cuando se trata de Israel.
 
Cuando en 1982 se lanzó la operación Paz para la Galilea, la gota que rebalsó el vaso fue el atentado contra el embajador israelí en Inglaterra, Shlomo Argov, perpetrado en junio de ese mismo año por un terrorista palestino. Este atentado, que condenó a la invalidez total a Argov, sucedió mientras estaba en vigor un alto el fuego entre la OLP de Arafat, que dominaba buena parte del Líbano, y el Estado de Israel.
 
Israel, con toda razón, consideró violado el alto el fuego y lanzó su ataque autodefensivo contra el sur del país de los cedros. Pero la OLP, y posteriormente el arco radical de la izquierda israelí, desde entonces y hasta hoy ha argumentado que la tregua no la quebrantó la OLP, sino el disidente Abú Nidal.
 
Cuando supo del atentado contra Argov, el ministro israelí Rafi Eitán dijo algo así como: "Abú Nidal, Abú Shmidal [parodia en idish que viene a significar: no importa cómo se hagan llamar, son todos lo mismo], me da igual: atentaron contra nuestro embajador y debemos defendernos de la OLP". Para varios sofisticados analistas israelíes, las palabras de Eitán eran propias de un guerrero belicoso que no atiende a los sutiles entramados del bando palestino. En mi opinión, fueron tan acertadas entonces como lo son ahora.
 
La dirigencia palestina ha mantenido un caballo de Troya en esta guerra contra los civiles judíos de Israel desde la creación misma del Estado hebreo: cuando la principal autoridad palestina en los tiempos anteriores a la creación de Israel, el muftí de Jerusalem, Haj Amín el Huseini, apoyó a Hitler y promovió la Shoa, ellos no fueron. Cuando, en 1948, la dirigencia palestina lanzó su mortífero ataque contra Israel, colaborando con los seis ejércitos árabes en la matanza del 1% de la población judía del nuevo país, ellos no fueron. Sólo fueron los refugiados, los perdedores, los sufrientes de la Nakba.
 
Desde entonces, y hasta nuestros días, la dirigencia palestina no sólo ejecuta periódicamente civiles judíos indefensos, sino que además niega periódicamente su responsabilidad.
 
En cuanto firmó los Acuerdos de Oslo, por los que garantizaba a Israel paz a cambio de territorios, Arafat comenzó a echar la culpa de la ruptura de los mismos al grupo terrorista Hamás. Centenares de civiles judíos de Israel fueron asesinados durante la vigencia de Oslo. Y cada vez que se producía uno asesinato, Arafat repetía siempre lo mismo: "Yo no tengo nada que ver; son los malos de Hamás".
 
Cuando la estrella de Arafat comenzó a apagarse y, ya despreocupado, el rais asumía gozosamente la responsabilidad por los asesinatos contra los civiles judíos de Israel, la nueva dirigencia palestina que lo reemplazó recurrió a la misma cantinela. Tanto Abú Alá como Abbás repitieron el eslogan de Arafat de los 80, los 90 y la primera década del siglo XXI: "Nosotros no tenemos nada que ver; es todo culpa de Arafat y de Hamás. Son los israelíes los que deben garantizar su propia seguridad".
 
Pero entonces, si la seguridad depende de cada bando, ¿para qué firmar una tregua? ¿Qué clase de disparate es éste, que el mundo acepta como si fuera de cajón? ¿Acaso debe Israel firmar una tregua con cada uno de los millones de palestinos? ¿Debe considerar casus belli sólo aquellos ataques perpetrados por actores que hayan suscrito una tregua, y no defenderse cuando el agresor no haya firmado papel alguno? Me da vergüenza sólo hacer estas preguntas retóricas, que ofenden la inteligencia de cualquier adulto.
 
Terroristas de Hamás.Hoy parece el argumento de un patético programa humorístico de la televisión árabe o palestina –uno de esos en los que muestran a Ariel Sharon tomando sangre árabe o a un judío con peyes haciendo matzá con sangre infantil–, que sea nada menos que Hamás, organización terrorista fundamentalista islámica elegida libremente por la mayoría del pueblo palestino, quien repita: "Nosotros no tenemos nada que ver; es cosa de la Yihad Islámica". Ganan popularidad matando judíos, y en cuanto asumen el poder y se ven obligados a firmar treguas traspasan, como un bastón de mando, el legado de matar judíos a la organización hermana que permanece en el llano, en este caso la Yihad Islámica. Es una estrategia tan burda que, de no ser Israel la víctima, resultaría pueril hasta para el más desavisado analista.
 
La duplicidad, la mentira desvergonzada, la complicidad en el crimen contra los judíos y contra su propio pueblo se ha vuelto una marca de fábrica de la dirigencia palestina. Son incapaces de mejorar la vida de su gente y son incapaces de dejar de matar judíos. La necesidad de matar judíos es para ellos más fuerte que la necesidad de vivir.
 
Cuando los nazis estaban perdiendo la guerra, cuando los rusos ya comenzaban a perseguirlos por Europa Oriental, los soldados alemanes huían enloquecidos buscando la protección del ejército norteamericano, en la otra punta de Alemania. Pero hubo centenares que demoraron su marcha por una sola razón: para poder seguir matando judíos. Fueron las tristemente célebres Marchas de la Muerte: los terribles peregrinajes de los escasos judíos sobrevivientes de los campos de exterminio, junto con sus captores nazis, a través de los bosques de Polonia. Esos nazis, en vez de huir con más rapidez de los soviéticos, prefirieron demorarse para matar más judíos.
 
¿Por qué no dejaron a los judíos en Auschwitz y aligeraron su huida para, así, tener más opcies de salvar la vida? Porque su deseo de matar judíos, de disfrutar hasta el último instante de la masacre del pueblo de Israel, era más poderoso que sus ansias de vivir.
 
Los dirigentes palestinos odian más a los judíos de lo que respetan a su propio pueblo. Pero, a diferencia de los nazis, son mucho más capaces de matarse a sí mismos que de matar hebreos. Es cierto que matan civiles indefensos judíos casi todos los meses del año. Pero ya han destruido el futuro de su propia gente.
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