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ESTADOS UNIDOS

La rehabilitación de Bush vendrá de la mano de... Obama

Desde los tiempos de Truman, y dejando aparte a Nixon, ningún presidente ha abandonado el cargo con unos niveles de desaprobación tan altos como los de George W. Bush. La rehabilitación de Truman llevó décadas. La de Bush se producirá mucho antes. De hecho, ya ha empezado. ¿Y quién es el campeón de los revisionistas? Pues... Barack Obama.

Desde los tiempos de Truman, y dejando aparte a Nixon, ningún presidente ha abandonado el cargo con unos niveles de desaprobación tan altos como los de George W. Bush. La rehabilitación de Truman llevó décadas. La de Bush se producirá mucho antes. De hecho, ya ha empezado. ¿Y quién es el campeón de los revisionistas? Pues... Barack Obama.
Barack Obama y George W. Bush.
La vindicación de Obama no es de palabra sino de obra, y se refleja en el continuismo de que está haciendo gala Obama. No sólo es que esté conservando a importantes figuras de la Administración Bush, como el Secretario de Defensa Robert Gates o el candidato a secretario del Tesoro, Timothy Geithner, que, como presidente del Banco de la Reserva de Nueva York, ha desempeñado un papel de primera magnitud en el rescate financiero de Bush. No es sólo esto, decía: es que la continuidad también se observa en el terreno de la política.
 
Pensemos, por ejemplo, en la promesa de llevar a cabo una retirada de Irak que no desestabilice el nuevo régimen democrático de este país y que, como decía el vicepresidente electo, Joe Biden, recientemente en Bagdad, esté en sintonía con el acuerdo sobre destacamento de fuerzas negociado por Bush, y que proyecta una retirada norteamericana a lo largo de tres años, no en 16 meses, como propugnaba Obama en su campaña electoral.
 
Pensemos también en el cuidado que está poniendo Obama en todo lo relacionado la infraestructura antiterrorista que deja atrás la Administración saliente. Cuando aún no era más que un aspirante a la Presidencia, el nuevo inquilino de la Casa Blanca votó a favor de ampliar las competencias presidenciales para autorizar escuchas telefónicas (FISA), algo que Bush venía solicitando fervientemente. Y aunque Obama se opone al empleo de pseudoahogamientos en los interrogatorios (práctica prohibida por la CIA de Bush ya en 2006), ha rechazado la sugerencia de George Stephanopoulos de ilegalizar todos los interrogatorios no autorizados por el Manual de Campaña del Ejército. Así explicó el nuevo mandatario su postura: "El consejo de Dick Cheney es bueno: hay que asegurarse de que se conoce todo lo que se está haciendo"; o sea, que es mejor pensar las cosas antes de descartar métodos o procedimientos sólo porque uno los ha criticado con anterioridad.
 
Obama aún discrepa de Cheney en lo relacionado con la conveniencia de ciertos métodos, pero elogiar el consejo de quien, a juicio de Biden, es, "probablemente, el vicepresidente más peligroso de la historia de EEUU" representa un signo tempranísimo de la nueva y muy respetuosa consideración del legado Bush-Cheney.
 
Estos cambios no los ha dictado el corazón, sino la realidad pura y dura. Lo bueno de la alternancia democrática es que, cuando la oposición se hace con las riendas del poder, la crítica barata y la calumnia no tienen mucho recorrido. El caso Irak está ahora en manos de los demócratas, así como el caso Al Qaeda y las medidas antiterroristas con que la Administración Bush nos ha protegido durante los últimos siete años.
 
Todo ello explica que Obama esté abriendo una considerable brecha entre lo que ahora califica despectivamente como "retórica electoral" y las decisiones ejecutivas que tiene que tomar desde ya mismo. Así las cosas, Newsweek, firme partidaria de Obama y eterno azote de Bush-Cheney, acaba de descubrir, oh milagro, las razones que subyacen a las escuchas telefónicas sin autorización judicial y a las detenciones sin proceso. Es más: ha confeccionado una portada en la que puede leerse: "Por qué Obama podría ver pronto virtudes en la concepción del poder de Cheney".
 
Obama será reacio a prescindir de las herramientas que han servido para proteger el país. Igualmente, tampoco querrá comprometer el notable cambio que ha experimentado la empresa de la intervención en Irak. Sí, Obama se opuso a la guerra, pero la guerra prácticamente ha concluido. Lo que se dirime ahora es la transformación, en el corazón de Oriente Medio, de una potencia hostil y agresiva en una democracia abiertamente aliada de Estados Unidos. Ningún presidente querría echar a perder semejante éxito.
 
En Irak, Bush tomó nota de los errores cometidos: el fiasco de las armas de destrucción masiva, Abú Ghraib, el sangriento caos de 2005-2006, y finalmente fue a Bagdad a ratificar el éxito definitivo del aumento de tropas, consolidar la alianza estratégica entre Irak y EEUU... y esquivar un par de zapatos de la talla 44.
 
Tragarse ese sapo ha sido el último servicio iraquí prestado por Bush. Todo el veneno que haya podido generar la guerra lo ha absorbido Bush, que al asumir la responsabilidad por los espantos de la guerra ha hecho un gran favor a su sucesor. Obama accede a la Presidencia con un éxito estratégico debajo del brazo, mientras que Bush abandona el escenario esquivando zapatos.
 
He aquí, sospecho, la razón de que Bush mostrara tanta ecuanimidad durante la entrevista privada de despedida que tuvo lugar en la Casa Blanca hace unas semanas. Deja atrás unas estructuras que le han valido la demonización pero que servirán a su sucesor –y a su país– durante bastantes años. La mera continuación de sus políticas por parte de los demócratas será una forma de reconocimiento, aun si a regañadientes o con la boca pequeña, de lo mucho que ha acertado.
 
 
© The Washington Post Writers Group

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