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ESTADOS UNIDOS

La reacción conservadora ya está aquí

Hace apenas un año, el vendaval Obama parecía que iba a llevarse por delante todo lo que encontrara a su paso, iniciando así una nueva era de hegemonía progresista y convirtiendo al movimiento conservador norteamericano en un recuerdo del pasado, no totalmente desaparecido pero sí incapaz de ser una amenaza creíble.

Hace apenas un año, el vendaval Obama parecía que iba a llevarse por delante todo lo que encontrara a su paso, iniciando así una nueva era de hegemonía progresista y convirtiendo al movimiento conservador norteamericano en un recuerdo del pasado, no totalmente desaparecido pero sí incapaz de ser una amenaza creíble.
Aunque algunos nos resistíamos a aceptar este análisis, lo cierto es que la imagen que se transmitía desde la inmensa mayoría de los medios de comunicación era ésa, para regocijo de muchos izquierdistas que por fin veían sus sueños cumplidos.

Desde entonces, Obama ha obtenido triunfos (algunos con un enorme coste para los estadounidenses, y de efectos duraderos), pero no puede ocultar que en muchos de los aspectos clave se encuentra estancado: desde Iraq a Guantánamo, pasando por Irán y la reforma sanitaria, los problemas se acumulan y la magnífica retórica que llevo a Obama a la presidencia no es suficiente para resolver los problemas reales. La derrota de los candidatos demócratas en New Jersey y Virginia, en una campaña en la que el presidente se involucró personalmente, es un signo claro de que las cosas están cambiando en Estados Unidos, y si aún es pronto para extraer conclusiones definitivas, sí podemos afirmar que la gente ya no está dispuesta a perdonarle todo a Obama. Mientras tanto, la popularidad de éste ha caído ya –v. la última encuesta Gallup– por debajo del 50%, lo que ha hecho saltar algunas alarmas.

Pues bien, lo que me parece más interesante de todo este asunto, más allá de la cuestión del desgaste que supone el ejercicio real del poder y de los límites de una política basada exclusivamente en la retórica hueca (al menos en Estados Unidos, donde al parecer no tragan tanto como en España), es la reacción de los conservadores estadounidenses. Recordemos una vez más que hace menos de un año las huestes conservadoras estaban sumidas en lo que muchos consideraban una crisis de identidad fatal y definitiva, y sin embargo...

Sin embargo, la reacción no se ha hecho esperar. Si en España, ante situaciones análogas, lo corriente es que cunda el desánimo, que se intente amoldar el discurso a lo que se supone son las nuevas ideas predominantes, que se adopte una postura de perfil, a la espera de que los errores del adversario hagan el trabajo que uno se ve incapaz de hacer, en Estados Unidos ha ocurrido exactamente lo contrario. En vez de amoldarse al discurso progresista, los conservadores han hecho suyo aquel adagio marquetiniano de, en momentos de crisis, back to basics y han retomado un discurso sencillo y directo de defensa de la libertad, la responsabilidad ante el intervencionismo estatal y los principios sociales tradicionales. En vez de esperar pasivamente a que el cadáver del enemigo pase por delante de la puerta, se han movilizado como hacía tiempo que no se recordaba.

Este nuevo vigor conservador lo podemos contemplar en dos iniciativas de impacto innegable. Por un lado, frente a la reforma sanitaria de Obama, las tea parties se han multiplicado por toda la geografía norteamericana, y se ha celebrado una gran manifestación en Washington que sorprendió incluso a sus organizadores por lo masivo de la afluencia. El liderazgo de esta iniciativa recayó en Freedom Works, una organización cuyo lema, "Lower Taxes, Less Government, More Freedom", no deja duda alguna acerca de cuáles son sus credenciales.

Tras el éxito de la manifestación de Washington, acaba de aparecer el documental que, siguiendo las vivencias de cinco activistas involucrados en la manifestación, explica la historia de su gestación, organización y realización. Tea Party: The Documentary Film es un modelo de cómo se puede revitalizar un movimiento uniendo referencias al pasado, en concreto a los momentos fundacionales de Estados Unidos, con un impacto en el presente que ya se está dejando notar. No se pierdan el tráiler, vale la pena.

Una de las claves de la campaña presidencial de Obama fue la movilización a través de las redes sociales y su esfuerzo puerta a puerta, que generó una marea de votos antes indecisos o abstencionistas. Preocupados por la delantera que los demócratas habían tomado en este campo, varios líderes conservadores (entre ellos Ralph Reed, el otrora fundador de la Christian Coalition) lanzaron en mayo de este año una nueva organización, la Faith & Freedom Coalition, volcada en la movilización de la base conservadora (esta vez no sólo evangélica: el número dos de la organización, Jack St. Martin, es un católico converso).

La prueba de fuego de la Faith & Freedom Coalition fueron las recientes elecciones de Virginia y New Jersey, para las que contactaron directamente con 4,5 millones de votantes. Lo hicieron por medio de redes sociales, marketing directo, militantes puerta a puerta y llamadas pregrabadas de líderes conservadores a favor de los candidatos republicanos. Además, han desarrollado un software, llamado Voter Track, que en función de comportamientos previos y encuestas de opinión clasifica la tipología del potencial votante por distritos postales, lo que es de sumo valor para seleccionar adecuadamente dónde hay que concentrar esfuerzos y gasto.

La batalla política está muy viva en Estados Unidos, y así va a continuar en los próximos años, con victorias y derrotas para cada uno de los bandos en liza; pero la noticia es que hay partido. A pesar de lo que muchos agoreros pronosticaban, los conservadores no han tirado la toalla y hacen oír con cada vez más fuerza, y mayor organización, sus ideas. Y es que la oposición puede ser un lugar magnífico para recuperar un discurso claro y coherente, limpio de adherencias extrañas, y recuperar el liderazgo social. Aunque aquí en España, una vez más, esto parezca ciencia ficción.


© Semanario Atlántico

JORGE SOLEY CLIMENT, vicepresidente de la Fundación Burke.
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