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ESTADOS UNIDOS

La piel de Obama

Hace unos años, Morgan Freeman tachó de "ridículo" el Mes de la Historia Negra por la excelente razón de que la historia negra no es un anexo segregado de la historia americana, sino parte integral de ella. La única manera de dejar atrás la división racial, le dijo un día a Mike Wallace, del programa 60 Minutes, es dejar de hablar de ello. Y añadió: "Voy a dejarle de llamar hombre blanco, y a pedirle que deje de llamarme hombre negro".

Hace unos años, Morgan Freeman tachó de "ridículo" el Mes de la Historia Negra por la excelente razón de que la historia negra no es un anexo segregado de la historia americana, sino parte integral de ella. La única manera de dejar atrás la división racial, le dijo un día a Mike Wallace, del programa 60 Minutes, es dejar de hablar de ello. Y añadió: "Voy a dejarle de llamar hombre blanco, y a pedirle que deje de llamarme hombre negro".
Suscribo ce por be las palabras de Freeman. Cuanto antes prescindamos de las etiquetas negro y blanco, antes viviremos en una sociedad que considere irrelevantes tales clasificaciones. Y qué mejor momento para ello que el presente, en el que millones de americanos blancos están demostrando que el color de la piel no es un obstáculo para aspirar a lo que sea, empezando por la Presidencia de la nación.
 
Independientemente de si Barack Obama acaba instalándose o no en la Casa Blanca, la cantilena de que América jamás elegirá un presidente negro tiene los días contados. La impresionante victoria de aquél en los caucus de Iowa podría considerarse flor de un día, pero tras el Supermartes ya no hay discusión que valga: entonces, el senador por Illinois se alzó con la victoria en 13 estados, con mayorías abrumadoras en aquellos con más porcentaje de población blanca. Así, en Utah se llevó el 57% de las papeletas; en Dakota del Norte, el 61%; en Kansas, el 74%; en Alaska, el 75%; y en Idaho, supuesto reducto de los blancos militantemente supremacistas, el 80%, frente al 17% cosechado por Hillary Clinton.
 
Lejos de representar una traba, el color de su piel está revelándose una gran ventaja política para Obama. Los negros le están respaldando con entusiasmo. Pero también millones de blancos. Son legión los americanos que están disfrutando de esta oportunidad de demostrar con su voto que no son víctimas de prejuicio racial alguno. "Confieso que tengo pensado conmoverme hasta las lágrimas el día en que vote a un negro para que ocupe la Presidencia de este país conmovedor", ha escrito el corrector de estilo de The New Republic, Leon Wieseltier.
 
No sólo los progres y los demócratas encuentran atractivo a Obama: entre sus seguidores se cuenta también, por ejemplo, Jeffrey Hart, que en tiempos escribió discursos para los presidentes republicanos Nixon y Reagan. Por otro lado, el ex asesor de Bush Peter Wehner ha dicho que Obama es una "figura atractiva" para muchos republicanos porque, entre otras cosas, su campaña no está basada en el victimismo racial. "Obama puede contribuir a la cicatrización de las heridas raciales más que ninguna otra figura americana", sostiene Wehner.
 
El senador por Illinois es infinitamente preferible a antiguos candidatos negros como Jesse Jackson o Al Sharpton, activistas profesionales que no hacían más que explotar el victimismo negro y el sentimiento de culpa blanco. Dado que es el primer aspirante negro con posibilidades reales de éxito, Obama cuenta con un abrumador y previsible apoyo entre la población negra. Pero lo que hace factible su victoria es, precisamente, la atracción que está ejerciendo sobre el electorado blanco; atracción que se disiparía de inmediato si le diera por centrar su campaña en la identidad racial. He aquí la interesante paradoja de una carrera electoral que, al decir de muchos, está "trascendiendo" o "yendo más allá" de la raza.
 
Ahora bien, dicha trascendencia se producirá no cuando un negro no encuentre trabas a su elección, sino cuando su color de piel ni siquiera sea tenido en cuenta. Sólo cuando la opinión de Morgan Freeman se convierta en universal, esto es, cuando se deje de hablar de candidatos negros o blancos, nuestro sistema político habrá dejado atrás la cuestión racial.
 
¿Estamos hablando de un mero sueño? No necesariamente.
 
Hubo un tiempo en que los prejuicios contra los italianos eran tan intensos que la idea de un presidente italo-americano era inconcebible. Les pondré un ejemplo: en 1891, a raíz del linchamiento de once inmigrantes italianos en Nueva Orleans, el New York Times describió a éstos como "cobardes sicilianos descendientes de bandidos y asesinos (...) una plaga sin mitigar". Durante la Segunda Guerra Mundial, miles de italo-americanos fueron expulsados de sus hogares, y cientos de inmigrantes fueron internados en campos militares.
 
En esta campaña, apenas se ha prestado atención a la procedencia de Rudy Giuliani. Y nadie ha achacado su fracaso a una hipotética italianofobia ambiente. A todos los efectos, su ascendencia italiana no ha sido relevante.
 
El color de piel de Obama es irrelevante a la hora de juzgar su carácter y su aptitud para presidir el país. ¿Quiere esto decir que no está teniendo su importancia en esta campaña? Para nada. Aún no hemos llegado a ese punto. Pero para hacerlo cuanto antes conviene que recordemos que el camino más rápido para que la raza sea irrelevante pasa por hablar y actuar como si ya lo fuera.
 
 
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.

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