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ARGENTINA

La peligrosa levedad del Estado

Es probable que, con sus más y sus menos, la ciudad de Buenos Aires no sea más peligrosa que Manhattan, Barcelona, Milán o cualquier megalópolis del mundo. Hace unas horas, en un barrio bonaerense, un menor de catorce años vació el cargador de su arma contra un hombre de mediana edad con el fin aparente de robarle su auto. Se puede hurgar en los archivos periodísticos más recientes en busca de casos similares en otras tantas capitales del mundo.

Es probable que, con sus más y sus menos, la ciudad de Buenos Aires no sea más peligrosa que Manhattan, Barcelona, Milán o cualquier megalópolis del mundo. Hace unas horas, en un barrio bonaerense, un menor de catorce años vació el cargador de su arma contra un hombre de mediana edad con el fin aparente de robarle su auto. Se puede hurgar en los archivos periodísticos más recientes en busca de casos similares en otras tantas capitales del mundo.
La Casa Rosada. (Foto: Mario Noya).
No se podría decir en términos de recortada singularidad que en estos momentos algunas provincias del norte argentino se encuentran en estado de emergencia sanitaria merced a una epidemia (específicamente, el dengue) que podría extenderse como una mancha de aceite hacia otras zonas del país. Más allá de la mayor o menor prevención que en cada caso se pueda reconocer, el mundo se vio y se verá asolado por catástrofes de este mismo orden. Tampoco Argentina es el único país que, en el transcurso de las últimas décadas, tuvo que verse sometido a la fractura del orden constitucional. Basta contemplar la historia reciente de países limítrofes. Chile debió padecer el pinochetismo (tan o más brutal que la dictadura argentina), y durante algunos años, si bien en términos un poco más benignos, Uruguay tuvo su indeseada cuota de represión y exilio. Pero lo que sí resulta excepcional en la Argentina es el rol del Estado y el quehacer de los políticos que lo encarnan.

Juan Domingo Perón.Luego de años de minuciosa construcción de un Estado dador y benefactor (los años de las dos primeras presidencias del general Juan Domingo Perón, la segunda interrumpida por el golpe militar de 1955) se pasa, grosso modo, a un Estado de características liberales (en el peor sentido del término, absolutamente divorciado del concepto anglosajón de liberalismo), para terminar en un Estado cuya característica relevante es... su ausencia, un Estado desentendido de los elementales deberes estatales y refugiado en una pasión tan excluyente como paradójica: perpetuarse a sí mismo en el registro de su propia inoperancia.

Mientras en el seno de la ciudadanía argentina se levantan olas de protesta contra la inseguridad, el indigente estado de los hospitales nacionales, el sempiterno conflicto por los salarios docentes o la nula transparencia de los actos de gobierno, el doctor Néstor Kirchner (presidente del Partido Justicialista y, de hecho, del país) se desasosiega repartiendo prebendas entre los intendentes para garantizarse un resultado medianamente digno en las próximas elecciones legislativas; Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de la Nación, encabeza actos inexplicables, anunciando planes de canje de bicicletas y electrodomésticos; el ministro de Justicia, consultado en torno de la inquietante profusión de crímenes y asaltos, declara que tal fenómeno no atañe, estrictamente, a su competencia; las víctimas reales del dengue triplican, en muchos casos, las cifras proporcionadas por los responsables del área de la salud...

Históricamente, a la ausencia del Estado le sucede la emergencia de regímenes totalitarios. Lamentablemente, trágicamente, la Argentina parece ser el caldo de cultivo ideal para que vuelva a verificar esta lógica histórica.


OSVALDO GALLONE, escritor argentino.
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