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IMPRESIONES DE UN VIAJE A CUBA

La Historia no absolverá a Castro

Corría el mes de octubre del año 1953 cuando Fidel Castro concluyó su defensa en el mitificado juicio del Moncada, encomendándose a la absolución de la Historia. Al leer su interminable alocución se da uno de bruces con su demagogia y su mesianismo; y, sobre todo, con su cinismo. Y es que las injusticias y atrocidades que denunciaba entonces –las del Gobierno de Batista– se han agravado durante su medio siglo de tiranía comunista.

Corría el mes de octubre del año 1953 cuando Fidel Castro concluyó su defensa en el mitificado juicio del Moncada, encomendándose a la absolución de la Historia. Al leer su interminable alocución se da uno de bruces con su demagogia y su mesianismo; y, sobre todo, con su cinismo. Y es que las injusticias y atrocidades que denunciaba entonces –las del Gobierno de Batista– se han agravado durante su medio siglo de tiranía comunista.
En estos días, aún recientes las muertes de otros dictadores como Pinochet o Husein, no se debe pasar por alto el siniestro legado del tirano de Birán. Fidel Castro no sólo ha sometido el pueblo cubano a la dictadura y la miseria, sino que ha protagonizado conflictos internacionales que a punto han estado de causar una confrontación militar a escala planetaria. Su oportunismo le hizo enarbolar el modelo soviético con belicosidad temeraria mientras la paz mundial pendía de un hilo, en plena Guerra Fría. Y su tan cacareada internacionalización de la revolución sólo sirvió para exportar miseria y opresión a varios países africanos y latinoamericanos.
 
Hace apenas unas semanas tuve ocasión de viajar a La Habana para visitar a los principales líderes de la disidencia. En esos días se celebraban en la capital cubana numerosos actos conmemorativos del octogésimo aniversario del ausente timonel bananero. El Gobierno, la cúpula militar, el politburó del PCC, los ilustres invitados de Haití, Angola, Kenia, Nicaragua, Bolivia o Venezuela..., todo el mundo proclamó su admiración por el líder del antiimperialismo capitalista, con unos discursos iracundos y falaces que, por si fuera poco, contenían un mensaje enormemente preocupante.
 
Así, la sucesión de Castro estaría garantizada en la Isla con el directorio de acólitos que designó el dictador cuando cedió sus poderes: Raúl, Lage, Alarcón y Pérez Roque, principalmente. Pero, por desgracia, también lo estaría en el exterior, con su fiel adlátere Chávez, que, con sus petrodólares y su flamante victoria electoral, amenaza con patrocinar un poscastrismo que complique la transición a la democracia en Cuba.
 
Los disidentes con que conseguí reunirme (clandestinamente) coincidían en notar un cambio del escenario internacional en lo relacionado con Cuba. Hugo Chávez ha venido a reemplazar a los soviéticos en materia de ayuda económica, y se ha convertido en un importante actor internacional para el futuro político cubano, en detrimento de los Estados Unidos y la Unión Europea. Desde Washington no se ha bajado la guardia, pero en el Viejo Continente han tenido que tomar la iniciativa los países de la Europa Oriental, debido a su dramática experiencia comunista pero también a causa del creciente appeasement frente al castrismo que muestran otros países, especialmente el nuestro.
 
José Luis Rodríguez Zapatero.España podría y debería tener una gran influencia en el futuro de Cuba, tanto por los profundos lazos históricos y humanos que unen a las dos naciones como por el magnífico ejemplo que representa nuestra no tan lejana Transición para el cambio político en la Isla. El cambio de estrategia de Madrid en la cuestión cubana tras la llegada de Zapatero al Gobierno ha sido muy criticado por la disidencia. Tanto Oswaldo Payá (Movimiento Cristiano Liberación) como Elizardo Sánchez (Comisión Cubana de Derechos Humanos) me transmitían su malestar por la actitud de la embajada española y por las excesivas avenencias del Ejecutivo español con el régimen de Castro. Vladimiro Roca (Partido Socialdemócrata Cubano) también me comentaba la incomprensible contemporización que el PSOE muestra en la Internacional Socialista con el castrismo.
 
Lo cierto es que, por acción o por omisión, el presidente del Gobierno ha hecho que España pierda posiciones en la cuestión de la Cuba post Fidel. Y lo que es más grave, está manteniendo un execrable silencio ante las violaciones de los derechos y libertades fundamentales que inflige la dictadura comunista a los que disienten de su pensamiento único. Quizá por la habitual incompetencia diplomática del Gobierno socialista, o por su complicidad con los regímenes comunistas y populistas antinorteamericanos, o por el resentimiento de Zapatero contra cualquier postura anterior de los gobiernos del Partido Popular, muy beligerantes contra el castrismo y sus cómplices.
 
Sin lugar a dudas, el ocaso de Castro plantea un nuevo y complejo escenario en Cuba: por un lado, abre por fin la posibilidad de un cambio de régimen, que se antojaba imposible con el obstinado dictador al mando; pero, por otro, ha supuesto el recrudecimiento de la represión contra los periodistas, escritores y líderes sociales desafectos, que atraviesan tal estado de incertidumbre y arbitrariedad policial que temen incluso por sus vidas y las de sus familiares.
 
Decía Voltaire que es peligroso tener razón cuando el Gobierno está equivocado. Pero aún lo es más cuando ese Gobierno tiene a su disposición uno de los aparatos represivos más implacables del mundo. En los escasos días que pude quedarme en Cuba se efectuaron detenciones, encarcelamientos y actos de repudio contra disidentes en diversos puntos del país, mientras la prensa internacional sólo se hacía eco de la excarcelación de un preso político y de la oferta de diálogo de Raúl Castro a Estados Unidos, declinada con acierto por la Administración Bush hasta que no se garanticen los derechos y libertades en Cuba.
 
Precisamente ahí radica la clave de la actuación internacional. No es fácil que el castrismo consiga sobrevivir a Castro. De hecho, los que se sienten sus albaceas ya vienen acuñando el término "continuidad" para referirse a ese futuro inmediato, un eufemismo demasiado inquietante como para mirar hacia otro lado. Esos continuistas saben que no pueden mantener la distopía comunista demasiado tiempo, mientras el pueblo cubano roza la inanición y las ciudades se derrumban. Así que puede que intenten perpetuarse en el poder sin reestablecer las libertades públicas... pero permitiendo una leve apertura económica, tutelada, eso sí, por el ejército.
 
Para eso necesitan la connivencia de países inversores. De ahí que las naciones libres deban mostrarse firmes en su apoyo a la disidencia y no sucumbir al posibilismo o a la corrección política.
 
El futuro de Cuba sigue siendo una gran incertidumbre, tan preocupante como ilusionante. Se puede pasar de la actual subsistencia estabulada a una sociedad abierta, del imperio del terror a un Estado de Derecho, de una población alienada a un pueblo emprendedor. Y ese futuro lo tienen que decidir todos los cubanos en libertad, sin presos en las cárceles, sin represión política e ideológica, construyendo entre todos una transición pacífica que les devuelva la soberanía y la dignidad.
 
Fidel agoniza, y su régimen estalinista ha de morir con él. Hasta entonces no caben las medias tintas: o se está con el comandante liberticida, o con los disidentes que arriesgan su vida por la libertad. Una dictadura nunca puede ser un interlocutor válido para países democráticos, como ha señalado, con conocimiento de causa, Václav Havel. Y menos aún en el caso de un régimen despótico que ha sobrevivido medio siglo a costa de dos millones de emigrados, decenas de miles de encarcelados y miles de asesinados.
 
Quizá sea ya demasiado tarde para que Castro responda de su pernicioso legado ante la Justicia, pero sin duda lo hará ante la Historia, que, en contra de su deseo, no le absolverá.
 
 
PABLO CASADO BLANCO, presidente de las Nuevas Generaciones de Madrid.
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