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RUSIA

La Doctrina Putin

El presidente –por no decir el padrino– de Rusia ha pronunciado un discurso en Múnich que ha fijado un nuevo patrón de antiamericanismo. No sólo ha acusado a EEUU de "sobreutilizar la fuerza", "despreciar los principios básicos del Derecho Internacional" y "sobrepasar sus fronteras nacionales (...) con las medidas económicas, educativas y políticas que impone a otras naciones", también ha denunciado que la proliferación de armas de destrucción masiva, que EEUU y sus aliados han estado combatiendo pese a la resistencia rusa, se debe a la "dominación" americana, que "alienta irremediablemente" a otros países a adquirirlas.

El presidente –por no decir el padrino– de Rusia ha pronunciado un discurso en Múnich que ha fijado un nuevo patrón de antiamericanismo. No sólo ha acusado a EEUU de "sobreutilizar la fuerza", "despreciar los principios básicos del Derecho Internacional" y "sobrepasar sus fronteras nacionales (...) con las medidas económicas, educativas y políticas que impone a otras naciones", también ha denunciado que la proliferación de armas de destrucción masiva, que EEUU y sus aliados han estado combatiendo pese a la resistencia rusa, se debe a la "dominación" americana, que "alienta irremediablemente" a otros países a adquirirlas.
Vladimir Putin.
Tiene gracia, que critique el uso de la fuerza quien ha convertido Chechenia en una escombrera incandescente; que invoque el Derecho Internacional quien no ha consentido que Scotland Yard interrogue a los matones empapados en polonio de los que ésta sospecha asesinaron a Alexander Litvinenko (otro más de los opositores de Putin que muere antes de tiempo y en circunstancias no aclaradas); que hable de acoso a otros países quien ha llegado a cortar el suministro energético a Ucrania, Georgia y Bielorrusia para que cedan a su extorsión política y económica.
 
Menos gracia tiene, sin embargo, el significado del discurso de Múnich. Rusia vuelve por sus fueros. Ahora que le llueve el dinero procedente del gas y el petróleo, que ha consolidado su autoridad dictatorial en casa y hecho capitular a las compañías (nacionales y extranjeras) a las que había secuestrado activos, Putin profiere su más enérgica declaración en el sentido de que la Rusia postsoviética se dispone a reafirmar su posición en el escenario mundial.
 
Puede que su apariencia inocua explique que el pasaje más importante del discurso muniqués haya pasado prácticamente inadvertido. "Frecuentemente escucho llamamientos, procedentes de nuestros socios, entre los que se cuentan los europeos, para que Rusia desempeñe un papel cada vez más activo en los asuntos mundiales", dijo Putin. Y añadió: "Lo cierto es que no necesitamos que se nos incite a ello".
 
El ministro soviético de Asuntos Exteriores Andrei Gromiko se jactó una vez de que no había conflicto alguno que pudiera solucionarse sin tener en cuenta la postura y los intereses de la URSS. Esta descripción gromikiana de la influencia soviética constituye la mejor definición jamás formulada del término "superpotencia".
 
Sabemos cuánto añora Putin –para quien la desaparición de la URSS supuso la mayor catástrofe política del siglo XX– aquellos días en que Rusia era una superpotencia. En Múnich ni siquiera disfrazó su nostalgia por los tiempos de la Guerra Fría, de ahí que afirmara que en aquella época la "seguridad global" estaba garantizada por "el potencial estratégico de dos superpotencias".
 
En la ilustración, Putin sobre la tristemente célebre Lubianka, sede central del KGB.Putin lamenta con amargura que hoy sólo haya una superpotencia, un gigante que domina este "mundo unipolar". Sabe que Moscú no tiene los medios económicos, militares y demográficos necesarios para desafiar a América tal como lo hizo la URSS, de ahí que hable, modestamente, de una coalición de países agraviados, que podría encabezar Rusia, para contrarrestar el poder americano, y de ahí su cada vez más activa política exterior, que pasa por la firma de acuerdos militares con China, por la cooperación nuclear con Irán, por el suministro de armas a Siria y a Venezuela, por el apoyo diplomático y armamentístico al régimen genocida de Sudán, por el establecimiendo de relaciones cordiales con países que podrían sumarse a una alianza antihegemónica (léase antiamericana)...
 
¿Significa esto que ha vuelto la Guerra Fría? Lo cierto es que el ex agente del KGB que gobierna Rusia suelta de vez en cuando anacronismos marxistas, como ése del "capital extranjero" (en referencia a las compañías petroleras occidentales), y que ha llegado a insinuar que podría acabar con uno de los grandes logros de los últimos tiempos de la Guerra Fría, el acuerdo Zero Option, de 1987, con el objeto de poner en pie un sistema de misiles de alcance medio de tipo soviético.
 
Aun así, la agresividad de Putin no significa que hayamos vuelto a los tiempos de la Guerra Fría. Se trata de un tipo demasiado inteligente como para dejarse embaucar por algo tan absurdo como la economía socialista o la política marxista. Está encantado de no tener ataduras ideológicas, filosóficas o económicas. No hay enfrentamiento existencial alguno con Estados Unidos.
 
Putin se conforma con menos. Es, simplemente, un hampón que roba para sí y para sus secuaces –en su mayoría, ex agentes del KGB como él– los recursos económicos y políticos de su país. Y aunque esgrime los intereses nacionales rusos como excusa para adoptar una práctica diplomática que desafía a la potencia dominante, lo cierto es que hace lo que hace guiado exclusivamente por su propio interés.
 
Putin quiere hacerse con la influencia de que disfrutó la URSS de Gromiko –o siquiera con parte del reconocimiento internacional que se debe a Moscú–, pero sin pagar peaje ideológico alguno. No quiere aplastarnos, sino comernos la merienda. Se trata del retorno de la política del siglo XIX en su versión más basta y cruda. Putin no quiere tenernos como enemigos, pero en Múnich le dijo al mundo que Rusia ha pasado de ser socia a adversaria de América.
 
 
© Washington Post Writers Group
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