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ORIENTE MEDIO

La crisis de Gaza. Una primera evaluación

Cuando Ariel Sharón presentó su política de desenganche, en Israel se dio paso a un debate nacional en el que casi todo lo ocurrido posteriormente fue anunciado y analizado.

Cuando Ariel Sharón presentó su política de desenganche, en Israel se dio paso a un debate nacional en el que casi todo lo ocurrido posteriormente fue anunciado y analizado.
El ex primer ministro israelí Ariel Sharón.
De una parte, la seguridad nacional requería separar de una vez por todas a palestinos de judíos. Un estado palestino no era sólo una demanda árabe, era sobre todo una necesidad israelí. Puesto que el proceso diplomático estaba bloqueado por la división entre islamistas y nacionalistas en el campo palestino, no había otra opción, a juicio de Sharón, que avanzar por la vía unilateral. De otra parte, el levantamiento de los asentamientos judíos en Gaza y la retirada del Ejército israelí daría a Hamás la oportunidad de hacerse con el pleno control de ese territorio, desplazando tanto a Fatah como a la propia Autoridad Palestina y haciendo posible la creación de un mini estado islamista en la Franja.
 
El Hamastán se previó y se asumió. Ya entonces se adelantó que el programa de misiles de los islamistas palestinos, desarrollado en colaboración con la Guardia Revolucionaria iraní y Hezbolá, obligaría a realizar periódicas incursiones en la Franja si, como se temía, la Autoridad Palestina era incapaz de imponer su autoridad. El debate fue intenso, el análisis bastante semejante, y al final se impuso el sentir de la mayoría: lo más urgente era avanzar en el desenganche, en la separación de dos comunidades incapaces de entenderse.
 
Con el tiempo trascurrido, podemos confirmar que la retirada de Gaza dio paso, efectivamente, a la creación de Hamastán. Las brigadas Al Qassam se impusieron sobre la policía palestina y las fuerzas de Fatah. Limpiaron de simpatizantes nacionalistas los cargos públicos y acabaron imponiendo la sharia. Hoy, Gaza es un microestado islamista de rito suní. La colaboración con Irán y con Hezbolá ha permitido a Hamás avanzar en el desarrollo de granadas, cohetes y misiles, así como en el adiestramiento de sus milicias para acciones guerrilleras, en particular de guerrilla urbana.
 
Logo del brazo armado de Hamás.Para Hamás, es una necesidad estratégica poder golpear en el corazón de Israel. Si aspira al liderazgo político palestino, como parte de la aspiración de los Hermanos Musulmanes por transformar el conjunto del Mundo Árabe, tiene que poder demostrar que, a diferencia de Fatah, puede derrotar al estado judío. En su visión no cabe el entendimiento. Palestina es tierra del Islam y no hay más salida que la expulsión de los judíos. Sin posibilidad de provocar atentados suicidas, por el positivo efecto que el levantamiento de la valla-muro ha tenido en la seguridad de Israel, la única opción es hacer llegar la destrucción desde el aire.
 
Lo que en aquellos días no estaba previsto era que las Fuerzas Armadas israelíes fueran derrotadas por Hezbolá. Se esperaba el conflicto, pero gravísimos errores israelíes de ejecución permitieron a las milicias chiíes, a pesar del durísimo castigo recibido, mostrar al conjunto del Islam que ya estaban en condiciones de mantener un pulso con Israel y obligar a su ejército a retroceder sin haber conseguido sus objetivos. Para los islamistas, era la prueba de que el trabajo que venía haciendo la Guardia Revolucionaria iraní en el adiestramiento de Hezbolá había logrado su cometido. No sólo eran el primer ejército del Líbano, por primera vez un ejército árabe derrotaba a Israel.
 
El ciclo de fracasos parecía haber finalizado. Desde 1948, Israel había vencido y humillado a ejércitos nacionales, así como a los nacionalistas de Fatah. Los islamistas habían explicado esta sucesión de humillaciones por el carácter corrupto de los gobiernos árabes y los dirigentes palestinos. Eran corruptos por haberse contaminado con los valores occidentales y haberse convertido, finalmente, en servidores de los intereses coloniales. La victoria de Hezbolá demostraba la tesis mantenida durante años.
 
Para los islamistas, Gaza sería la siguiente etapa. Como Hezbolá, Hamás tenía que demostrar a la sociedad palestina que sí sabía derrotar a Israel, que no era necesario llegar a una paz claudicante, que la victoria final estaba en la mano si se seguía la estrategia correcta, si se volvía al camino justo descrito por el Profeta. Sus dirigentes consideraron que el tiempo ya había llegado, que estaban en condiciones de repetir la hazaña de Hezbolá en un momento clave: elecciones en Israel y, es un suponer, en Palestina. Si en el primero de los casos fueron adelantadas por una crisis en la mayoría que sustentaba al Gobierno, en el segundo expiraba el mandato del presidente y del Parlamento. Abú Mazen ejerce como presidente más allá del tiempo para el que fue elegido, una práctica que no es nueva en la breve historia de la Autoridad Palestina.
 
Hamás ganó la mayoría parlamentaria en las anteriores elecciones, estableciendo así un principio de autoridad sobre la política palestina. A continuación se hizo con el pleno control de la Franja, haciendo evidente para todo el mundo que Mahmud Abbás no tenía allí ningún poder. Ahora se trata de dar el siguiente paso, asumiendo también el pleno control de Cisjordania.
 
Cuando Hamás puso fin unilateralmente al alto el fuego y lanzó durante tres días una lluvia de cohetes sobre territorio israelí estaba declarando la guerra, una guerra que creía poder ganar en los términos propios de una estrategia asimétrica. Era consciente de que sufriría un duro ataque desde el aire, seguido por la entrada del Ejército de Tierra israelí en la Franja.
 
Terroristas de Hamás, preparando unos cohetes Kassam.Para sus dirigentes, la clave residía en dos elementos. En primer lugar, las brigadas Al Qassam tenían que demostrar su alto nivel de preparación en la guerrilla urbana apostándose en los sitios adecuados y atrayendo al enemigo hacia trampas previamente ensayadas. Era su terreno, en él se habían entrenado, y ahí debían batir a su enemigo, hasta el punto de forzarle a retirarse sin haber logrado sus objetivos. En segundo lugar, si el desenganche de Gaza había aportado a Israel un enorme prestigio internacional, en detrimento del campo palestino, la vuelta de aquél a la Franja debía resolverse con su descrédito internacional. Aquí Hamás se comportaba como tantos otros grupos terroristas que practican la estrategia asimétrica.
 
Si el flanco más débil de Occidente es su opinión pública, que tras años de paz es incapaz de tolerar los horrores de la guerra, sobre había que concentrarse. Con la siempre alta disposición a colaborar de buena parte de los medios de comunicación occidentales, se servirían cuantas imágenes y comentarios fueran necesarios para presentar a Israel como un estado carente de escrúpulos y dispuesto a realizar una matanza de civiles sin justificación alguna.
 
Hamás no ha tenido reparo en establecer sus centros operativos, talleres de fabricación de armamento y depósitos en viviendas o centros públicos, convirtiendo a la población en escudos humanos dispuestos para el sacrificio en beneficio de una determinada estrategia de comunicación. Los islamistas palestinos buscan y provocan la muerte de su propia gente porque saben que son las armas más eficaces para aislar a Israel de su entorno natural, minando su margen de maniobra diplomático, su economía y, a fin de cuentas, su supervivencia.
 
Israel esperaba la crisis con Hamás, como en su momento esperaba el estallido de un conflicto con Hezbolá. El desastroso desarrollo de la reciente crisis del Líbano llevó a las Fuerzas Armadas israelíes a un estudio en profundidad de cuáles habían sido los errores cometidos y cómo prepararse para un segundo conflicto de las mismas características, en tierras del Líbano o en la Franja de Gaza.
 
La estrategia islamista es evidente y bien conocida. Más tarde o más temprano, un choque con Hamás sería inevitable, más aún a la vista del desarrollo de sus cohetes: tanto los de fabricación artesanal como los de origen iraní, que han ido llegando poco a poco durante estos últimos años, constituyen una seria amenaza para Israel. Con un recorrido de hasta 70 kilómetros, representan, junto con sus equivalentes de Hezbolá, un escenario en el que el territorio de Israel, en especial sus grandes centros urbanos, quedará en creciente medida bajo su área de influencia. La tenaza formada por la acción conjunta de Hamás y Hezbolá complementaría la amenaza creada por los misiles iraníes, que en un tiempo breve podrían dotarse de cabezas nucleares.
 
Aceptar esta situación sería una irresponsabilidad por parte del gobierno israelí. Sea cual sea la mayoría parlamentaria que sustente al gobierno de Jerusalén, no hay diferencias a la hora de negarse a vivir bajo esas condiciones. La suma de un discurso agresivo, el fin del alto el fuego, la inmediata lluvia de cohetes y la amenaza que su desarrollo supone para el futuro de Israel llevaron a Olmert, con un amplio apoyo político, a poner en práctica una operación que se venía preparando desde hacía tiempo, a partir de la experiencia de la última guerra del Líbano.
 
Los objetivos del gobierno israelí al ocupar la Franja entran dentro de los presupuestos asumidos en los días del gobierno Sharón, cuando se aprobó la política de desenganche: hundir los túneles por los que Hamás se aprovisiona desde Egipto, destruir sus talleres, volar sus depósitos de armas, eliminar el mayor número posible de milicianos y dirigentes y facilitar que la Autoridad Palestina recupere el control del territorio. No hay una vuelta atrás, hay un acuerdo general sobre la necesidad de separarse de los palestinos. Cosa distinta será el futuro de la Franja y de Cisjordania si finalmente quedan bajo un estado palestino, o si Egipto y Jordania asumen la responsabilidad de su gobierno.
 
La campaña desde el aire, con aparatos F-16 y Apache, se ha desarrollado con aparente eficacia y una cifra de bajas civiles sorprendentemente baja, dadas las circunstancias. El alto número de objetivos cubiertos pone en evidencia una labor de inteligencia inexplicable sin la colaboración de la población árabe, tanto de los restos de Fatah en la Franja como de ciudadanos normales. Frente a la imagen que una buena parte de los medios de comunicación occidentales están dando, allí se vive la crisis además como un conflicto intrapalestino. El ejército israelí no sólo está protegiendo su país, está devolviendo a Hamás lo que ésta hizo con Fatah y permitiendo a la Autoridad Palestina recuperar el control de la situación.
 
No debe extrañar que mientras los soldados de Israel avanzan, las milicias de Hamás asesinen sistemáticamente a palestinos por su posible colaboración con Fatah o con Israel. Tampoco puede extrañar que gobiernos árabes como el egipcio, el jordano o el sirio hayan adoptado un tono de moderación en su crítica a Israel, hasta el punto de provocar ácidas críticas desde sectores islamistas y desde la propia calle. El propio presidente egipcio declaró a una delegación europea que era necesario que Hamás sufriera una seria derrota para poder avanzar en la estabilización de la región.
 
Hamás es la versión palestina de los Hermanos Musulmanes, la principal fuerza de oposición en Jordania y Egipto. No lo es en Siria porque el gobierno de Damasco asesinó a miles de sus miembros, ante el creciente papel que estaban ganando. Hamás representa la opción islamista, y todos aquellos gobiernos árabes o fuerzas políticas contrarias al fundamentalismo necesitan que sea derrotada.
 
Esta tensión entre nacionalismo e islamismo se complica con la injerencia de Irán en los asuntos palestinos. El régimen de los ayatolás disputa con Arabia Saudí el liderazgo del Islam. En Irak, el gobierno de Teherán intervino para lograr que un estado que tradicionalmente había girado en la órbita suní pasara a hacerlo en la chií. A través de Hezbolá, Irán ha conseguido que un estado gobernado por maronitas y suníes pase a estar controlado, de hecho, por chiíes. En Palestina la población es suní. Hamás, en cuanto que formación islamista, ha estado mantenida económicamente por las fortunas y los estados del Golfo. El hecho de que Irán se haya convertido en la guía de esta organización en materia militar y armamentística supone una grave humillación para esas naciones, en especial para Arabia Saudí, así como un aviso de lo que puede ocurrir en el futuro si no se pone fin al entrometimiento iraní en el ámbito suní.
 
Las autoridades israelíes declararon desde el primer momento que la campaña sería larga. La evolución de los acontecimientos no ha hecho más que confirmar esta idea. A diferencia de lo ocurrido en Líbano, la acción desde el aire no ha tratado de lograr la victoria, sino sólo de destruir infraestructuras e instalaciones vinculadas con Hamás, así como dificultar la coordinación de sus unidades. Sin prisa, cuando los objetivos ya se habían alcanzado, comenzó la campaña terrestre. Si en el Líbano ésta se desarrolló de forma apresurada y descoordinada, en Gaza se percibe la ejecución sistemática de un plan elaborado con extremo detalle y muy dependiente del paralelo trabajo de la inteligencia. Se avanza con lentitud, consolidando el terreno, tratando de destruir las posiciones de Hamás y eliminando a sus milicianos.
 
Durante meses, cuando no años, Hamás ha construido túneles y sótanos donde esconder armas y personas. Descubrirlos es un reto difícil, en el que las partes se juegan el resultado final. Su localización requiere una inspección cuidadosa de cada edificio, y eso exige tiempo, tanto como el avance en un teatro de operaciones urbano donde las milicias islamistas tienen ventaja. Una operación de estas características resulta durísima para la población civil. Ésta ha sido la opción de Hamás, y sobre dicha organización debe recaer la responsabilidad.
 
Nunca antes se ha tomado un área urbana con tanto cuidado. Cuando se detecta un objetivo en una vivienda, las autoridades israelíes tratan de comunicarse con los vecinos para que abandonen el lugar lo antes posible, un hecho que explica el bajo número, en términos porcentuales, de bajas civiles. Nada que ver con operaciones semejantes, desde la ocupación de Caen tras el Desembarco de Normandía hasta la definitiva toma de Faluya, en el Triángulo Suní de Irak, pasando por la ejemplar acción de las Fuerzas Armadas rusas en Chechenia.
 
Terroristas de Hezbolá.La propuesta franco-egipcia de alto el fuego, avalada por el Consejo de Seguridad y rechazada por las partes en conflicto, nos permite ver con claridad las posiciones de los distintos actores. Ni Egipto ni Francia son neutrales. El Gobierno de El Cairo, como ya he señalado con anterioridad, teme la influencia de los Hermanos Musulmanes y desea que Hamás sufra un serio escarmiento. Pero, al mismo tiempo, vive bajo la presión de la opinión pública, que denuncia una acción militar israelí injustificada contra la población civil. Francia sufrió un durísimo atentado contra sus fuerzas militares desplegadas en el Líbano por parte de Hezbolá, organización que pone en peligro la transición desde un protectorado sirio a un estado de derecho en el País de los Cedros. Francia creó el Líbano, desgajándolo de Siria, para que los cristianos tuvieran su propio estado, no para que los radicales chiíes dispusieran de un campo de operaciones para extender el radicalismo y el terror por todo el planeta.
 
Egipcios y franceses apuestan por una salida diplomática de la crisis israelo-palestinba, y eso exige una Autoridad Palestina fuerte y moderada. De ahí que su propuesta de alto el fuego incluyera la recuperación del control de determinados servicios por parte de la Autoridad Palestina. A Hamás le interesa un alto el fuego, pero no a ese precio. No eliminó a las gentes de Fatah y se hizo con el control de la administración para ahora, cuando más fuerte se siente, ceder gratuitamente ante el gobierno de Ramala. Con razón, los dirigentes islamistas han visto en la propuesta una agresión contra sus intereses. Para Israel, todo alto el fuego es oxígeno para el enemigo. No hay razón para detener la operación, más allá de breves altos para facilitar ayuda humanitaria a la población.
 
La trascendencia de la campaña de Gaza en el conjunto de la crisis de Oriente Medio no debe minusvalorarse. Si tras el fracaso israelí en el Líbano los islamistas, capitaneados por Irán, lograsen una segunda victoria frente a Israel, sería un desastre tanto para el gobierno de Jerusalén como para el conjunto del denominado "Islam moderado". Con el prestigio social de haber derrotado al Tsahal, Hamás estaría en condiciones de desbordar las resistencias de Fatah y hacerse definitivamente con el liderazgo palestino. Al mismo tiempo, tanto en Egipto como en Jordania las críticas contra sus respectivos gobiernos crecerían, apoyadas por acciones de fuerza, poniendo en serio peligro su estabilidad. En el conjunto del Islam, la presión islamista aumentaría, con el argumento de que la decadencia no es inevitable, de que pueden ocupar un papel relevante en el mundo si vuelven al rigorismo religioso y abandonan toda idea de modernización globalizadora.
 
Tanto la influencia iraní como los movimientos islamistas deben ser frenados en Palestina, comenzando por la Franja de Gaza. Para lograrlo es necesario, por duro que sea, dejar al ejército israelí continuar sus operaciones. Sólo desmontando sus infraestructuras, destruyendo sus talleres y depósitos y derrotando a sus milicias será posible que la Autoridad Palestina se mantenga en manos moderadas y recupere el control de la Franja. Si tras la retirada del Tsahal Hamás sale de sus escondites con la fuerza suficiente para continuar hostigando a Israel y retener el control de Gaza, estaremos ante un serio problema con gravísimas consecuencias para todos nosotros. 
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