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LA DECADENCIA DEL HEXÁGONO

La aguda enfermedad francesa

Es paradójico que Francia, tan generosa en aportes a la modernidad, la libertad, la racionalidad y el sentido de cambio como constante histórica, se encuentre atrapada en una tupida red de temores, miopía y conservadurismo que la está llevando a la parálisis y la amenaza con el retroceso.

Es paradójico que Francia, tan generosa en aportes a la modernidad, la libertad, la racionalidad y el sentido de cambio como constante histórica, se encuentre atrapada en una tupida red de temores, miopía y conservadurismo que la está llevando a la parálisis y la amenaza con el retroceso.
Las manifestaciones, paros y plantones que han conmovido al país durante las últimas semanas, en rechazo de los llamados "contratos de primer empleo" (CPE), han tenido una apariencia "progre" por sus símbolos, participantes y métodos de acción, similares a los de la famosa revuelta de mayo de 1968. Pero tras la apariencia se esconde otra cosa.
 
Hace 38 años los estudiantes universitarios se rebelaron contra las rigideces de la sociedad y del sistema educativo, con un mensaje fresco, original y transformador. Su rechazo de la realidad era iluso y erróneo; su propuesta de cambio, indefinida. Pero al menos los movía un deseo de transformación: el futuro, siempre incierto, como utopía.
 
Hoy, la revuelta camina marcha atrás. Su objetivo no es asumir riesgos para lograr una sociedad más justa y abierta, sino preservar una ilusión de seguridad laboral que ya sólo existe como privilegio para quienes están "dentro" del sistema y como barrera para la entrada de los demás; es decir, los propios jóvenes. Es una utopía "retro", atada a un pasado idealizado que no puede repetirse y a un presente que se ha vuelto insostenible.
 
El primer ministro francés, Dominique de Villepin, principal valedor de los CPE.Los CPE fueron concebidos para estimular la contratación de los menores de 26 años (grupo que padece un alarmante 23% de desempleo), al facilitar la posibilidad de despido, con indemnización, durante dos años de prueba. Se trata de una tímida, aunque necesaria, medida, muy lejana de la profunda reforma a la legislación laboral y al sistema de prestaciones sociales que Francia requiere con urgencia. Pero aun así produjo la virulenta reacción de las últimas semanas y la virtual capitulación del Gobierno ante las exigencias callejeras.
 
La razón de todo esto va más allá de los CPE. La enfermedad francesa trasciende la coyuntura actual. Se origina en que un enorme sector de sus ciudadanos aún no ha logrado procesar la incertidumbre típica del mundo moderno, vive presa del temor (sea a los inmigrantes, a la ampliación de la Unión Europea o a la competencia de China) y desconfía profundamente de sus dirigentes políticos. Por eso se aferran a un pasado idealizado como tabla de salvación.
 
Los síntomas del mal se expresan hoy con revueltas callejeras de jóvenes estudiantes de clase media. Pero en noviembre fueron los disturbios de jóvenes marginados de clase baja. Y en años recientes han estado el avance electoral de la extrema derecha nacionalista y exclusionista, el rechazo de la Constitución europea, el proteccionismo a ultranza de la agricultura y el furor por la supuesta competencia de los "plomeros polacos" si Francia se abre a una mayor movilidad laboral dentro de la UE.
 
La confusión y el desconcierto, sin embargo, no afectan a toda la sociedad. Un amplio sector de la población, fiel a la tradición de apertura, modernidad, racionalidad e innovación del país, ha abrazado el cambio con éxito. Como demostración están el dinamismo de múltiples compañías francesas, dentro y fuera de su territorio, las propuestas de múltiples intelectuales para superar el "declive" nacional y las decenas de miles de jóvenes que emigran al Reino Unido, Irlanda o Estados Unidos buscando oportunidades con contratos muy similares a los CPE.
 
Lo que el país necesita, con urgencia, es romper su parálisis y optar de forma coherente por la reforma, más allá de la coyuntura actual. Esto sólo podrá lograrse si su liderazgo político decide tomar la iniciativa, de forma persuasiva y enérgica, y convierte la necesidad de cambio en tema central de su discurso y acción. Es lo que han hecho, por ejemplo, Gran Bretaña, los países escandinavos y gran parte de Europa Oriental.
 
Pareciera, sin embargo, que ese momento no ha llegado todavía a Francia. Lástima por el país, y por el mal ejemplo que está dando al mundo, en especial a América Latina, donde las reformas económicas, políticas y sociales son aun más necesarias.
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