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ALEMANIA

Juntos, pero no revueltos: 110 días de coalición cristiano-liberal

La coalición cristiano-liberal que gobierna Alemania desde el pasado 28 de octubre ya ha cumplido, pues, más de 100 días, y los balances, comentarios, sentimientos y percepciones de los alemanes no pueden ser más diversos.

La coalición cristiano-liberal que gobierna Alemania desde el pasado 28 de octubre ya ha cumplido, pues, más de 100 días, y los balances, comentarios, sentimientos y percepciones de los alemanes no pueden ser más diversos.
Ángela Merkel.
A nadie se le escapa que predomina en el consciente colectivo la sensación de que no se ha comenzado con buen pie. Quieren gobernar juntos, pero la tarea no parece fácil, si nos fijamos en las múltiples discusiones internas –algunas lamentablemente llevadas a los medios, incluso iniciadas desde ellos– que han jalonado estos primeros 100 días.

A todo el mundo le sorprendió sobremanera que nadie en la CDU viese motivo para celebrar los 100 días de Gobierno conjunto, tal y como es habitual en Berlín desde hace ya muchas legislaturas. La cocina de los rumores malpensados se puso a trabajar de inmediato. Nadie en el partido de Merkel opina abiertamente que la coalición con el FPD ha sido un paso en falso, pero casi todo el mundo piensa que el camino recorrido hasta ahora ha sido tortuoso.

El balance oficial de la coalición podría resumirse así:
– Nos entendemos perfectamente.

– Hemos puesto en marcha, en tiempo récord, una ley para acelerar el crecimiento económico y los presupuestos para el 2011.

– La ley de remuneración de los empleos precarios es un éxito.

– Hemos conseguido liberar de carga fiscal (en varios miles de millones de euros) a las familias y a la mediana empresa (sobre todo a los autónomos), para que vuelvan a ser el motor de la economía.

– Si la reducción de impuestos se traduce en menos dinero para los ayuntamientos, se deberá sólo a la falta de previsión y el derroche de éstos.
Pero nada es tan simple como parece. Los recortes fiscales que se convirtieron en centro de atención de la campaña electoral y núcleo duro de las conversaciones previas a la formación de la coalición no son simples reajustes presupuestarios. Si de los expertos económicos del FDP dependiese, la reforma sería casi una revolucion. Para ellos, el estado es un lastre carísimo; los últimos años han sido poco prácticamente un decenio perdido por causa de una economia estatal superburocratizada que ha abusado de la clase media como si de "la vaca lechera de la nación" (palabras textuales de Westerwelle) se tratase.

Ahora bien, resulta que las encuestas muestran cómo ni siquiera quienes votaron al FDP hace algo más de 100 días parecen estar de acuerdo con los líderes de este partido. Apenas un 9% daría hoy su voto a los liberales. Casi la mitad de quienes lo hicieron entonces. La razón: los medios y la oposición han presentado la reforma fiscal como el "asesinato" de la política social. Y la opinión pública se lo ha creído porque, desde CDU y FDP, nadie ha sabido justificar de manera efectiva los cambios propuestos. Estamos ante la mejor pero peor vendida reforma fiscal de la historia de la Bundesrepublik. Y por eso amenaza convertirse en una magnífica idea pobremente llevada a la realidad.

Guido Westerwelle.El populismo socialdemócrata acusa al gobierno de clientelista, a lo que una Merkel madura responde: "La familia no es un cliente del Gobierno. ¡Es nuestra base social!". El efecto real es, empero, poco notable. Un aumento de los ingresos medios familiares de 20 euros netos parece no ser el arma para que las familias puedan contribuir a la recuperación del consumo y la economía. Añadan el desastre de Kundus (un ataque aéreo del ejército alemán a un convoy en las proximidades de esa localidad afgana que se saldó con la muerte de 142 civiles indefensos), saldado con la dimisión de Jung, por aquel entonces ministro de Defensa, y las discusiones internas y externas protagonizadas por Westerwelle y su socio de la CSU bávara Seeehofer –se acusaron mutuamente, con palabras poco amables, de ser incapaces de comprender lo que los votantes realmente querían–, y el cuadro final será como mínimo desconcertante y poco satisfactorio.

La coordinación –deberíamos decir descoordinación– entre ministerios no ayuda a mejorar la imagen: parece que todos quisieran ser el titular de Exteriores, o el de Trabajo. Desde el Ministerio de Familia se lanzan mensajes propios de un Ministerio del Interior, y a la ministra de Trabajo le gustaría ser la de Familia. La famosa eficiencia germana brilla por su ausencia. Es necesario que Angela Merkel retome las riendas de un gabinete que destaca más por sus disonancias que por sus resultados, aunque éstos no falten.

Los asuntos de los próximos meses están en boca de todos: un nuevo concepto de política energética, en el que la energía atómica ha de desempeñar un papel relevante; la reforma urgente del sistema educativo (y de su financiación); una clarificación de las políticas de inmigración; y la reforma del sistema de salud público, que será, sin duda, la piedra de toque para la coalición.

Angela Merkel y Guido Westerwelle se enfrentan no sólo a los problemas del país, también a las diferentes formas de entenderlos y de buscar soluciones desde las filas de sus propios partidos, que amenazan con romper esta coalición con que ambos soñaron en su día.


LUIS I. GÓMEZ, editor del site Desde el Exilio.
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