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AMÉRICA

Honduras y México, arrasados por la violencia

Acabo de regresar de un viaje por Honduras y México. El primero tuve la oportunidad de cruzarlo de sur a norte por tierra, desde Goascoran hasta Omoa, pasando por Tegucigalpa, Siguatepeque, el lago Yojoa y Puerto Cortés. En cuanto al segundo, recorrí calles del DF que nunca había pisado.


	Acabo de regresar de un viaje por Honduras y México. El primero tuve la oportunidad de cruzarlo de sur a norte por tierra, desde Goascoran hasta Omoa, pasando por Tegucigalpa, Siguatepeque, el lago Yojoa y Puerto Cortés. En cuanto al segundo, recorrí calles del DF que nunca había pisado.

¿Qué tienen de común ambos países, más allá de la belleza de sus paisajes, sus riquezas naturales, la riquísima gastronomía y, sobre todo, la calidad de su gente? Lamentablemente, la sensación de miedo, riesgo e impotencia que se experimenta cuando se pasea por sus calles.

Efectivamente, en Honduras la calle está dejando de ser un espacio para el ciudadano. La gente teme salir, con miedo pasea por los parques con sus hijos y difícilmente veremos a alguien trotando; y los centros comerciales, al igual que las zonas hoteleras, están controlados por policías privados fuertemente armados.

Honduras es un país con 8 millones de habitantes y cerca de 17.000 policías... y 80.000 guardias privados. Los vehículos blindados no son la excepción, y la industria de la seguridad –según nos comenta el analista del Cohep Guillermo Peña– representa cerca del 8 por ciento del PIB. Se estima que sólo entre el 20 y el 30% de las armas que hay en el país están registradas. Para las empresas, los gastos en seguridad representan entre el 4 y el 8% de sus ingresos.

Las pandillas y los narcos se están apoderando de ambos países. El riesgo –nos dice un joven periodista– se ha "democratizado", ya que el secuestro, la extorsión y las amenazas afectan a los sectores altos pero también a la clase media. Los que utilizan el transporte público se arriesgan a ser asaltados, pese a que los buses pagan el impuesto de guerra.

Los que tratan de emigrar sienten que la empresa es cada vez más peligrosa, pues los mojados utilizan rutas tomadas por el crimen organizado.

Lo que más sorprende es la vulnerabilidad de la confianza, lo cual hace muy compleja la resolución del problema. Ya no se trata de desconfiar de los políticos, la policía o los jueces, como históricamente ha sucedido, sino de todo el mundo. Quien puede se refugia en auténticas fortalezas, rodeadas de muros con alambres electrificados, y se toma la justicia por su mano. Impera la ley del más fuerte.

¿Quien es el culpable? ¿Dónde esta el Estado? ¿Acaso no debiera estar garantizando la seguridad de sus ciudadanos?

El debilitamiento de las instituciones es responsabilidad de un Estado débil y corrupto que, en ambos países, ha dejado al crimen organizado actuar impunemente. Algunos creen que la solución pasa por agrandar el Estado; otros, en cambio, sostienen que éste debe ser pequeño pero sólido.

Lo que nadie contesta es la pregunta: ¿cuál es el rol del individuo? Evidente, no se trata de inmolarse y lanzarse heroica e inútilmente a combatir en las calles, sino más bien de ver la manera de dar poder a los ciudadanos en la lucha por la recuperación de las libertades individuales.

México y Honduras tendrán elecciones presidenciales en 2012 y 2013, respectivamente, y no cabe duda de que éste será un tema de campaña. El desafío consiste en canalizar el miedo mediante un movimiento ciudadano que aproveche la oportunidad, protagonice el cambio y recupere las calles y los espacios públicos que tanto necesitamos.

 

© El Cato

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