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ISRAEL

Gilad Shalit: un dilema asimétrico

Pocos se van a escandalizar por las masacres. Para eso están los judíos, ¿no? Para morir. Porque no tienen razón.

Pocos se van a escandalizar por las masacres. Para eso están los judíos, ¿no? Para morir. Porque no tienen razón.
El judaísmo no exhibe la muerte. Ni siquiera la del finado una vez tratado ritualmente y puesto en su ataúd. Es la Ley de la nación hebrea. Por extensión, Israel no muestra a sus caídos, no merca con la muerte de los suyos.

Ahora trascienden estas imágenes de factura policial, no autorizadas, por oposición a la entrega de los verdugos, y en total 980 prisioneros, a cambio de la libertad del soldado Gilad Shalit.

En el país se debate sobre esta decisión. Y este es mi criterio, que trasciende a Israel y a este caso.

Hay una guerra, hay víctimas civiles y soldados caídos –en Israel, la mayor parte de ellos, también civiles movilizados, como el joven Gilad–. Y hay prisioneros.

Los prisioneros israelíes son sistemáticamente torturados, mutilados y asesinados, por los palestinos, por los sirios, por Amal y Hezbalá. Nadie tiene contacto con ellos, y no vuelven vivos. En muchas ocasiones ni se entregan sus restos ni se da información alguna, como en el caso del piloto Ron Arad, buscado desde 1986 y que puede estar en manos de los pasdaran jomeinistas.

Los prisioneros árabes –incluso siendo irregulares– son tratados con arreglo a toda la legislación internacional vigente. Reciben visitas, bis a bis, y a abogados; algunos tienen teléfono; pueden celebrar reuniones de sus respectivos partidos, estudiar y diplomarse. Cuando cumplen condena, son liberados.

El prisionero de guerra, aunque sea un irregular, no está detenido como castigo. No tiene sentido castigar al soldado enemigo, por mucho que el dolor y la indignación de la familia y los amigos de sus víctimas lo reclamen. Sí lo tiene no dejarlo en libertad para que no torne a ser un efectivo de la fuerza adversa.

Hasan Nasralá.Y esto es lo que sucederá con una parte de los que van a ser entregados.

No obstante, no radica aquí el quid de la cuestión. Gilad Shalit no es un prisionero cualquiera, no ha sido asesinado. Su secuestro en la frontera con Gaza ha sido previsto como táctica de largo alcance: jugar con la pasión por la vida de los israelíes, y la angustia de sus próximos, para forzar al gobierno a negociar un canje.

¿Y qué significa el canje? Que la táctica funciona, que Israel puede ser vencido, o al menos humillado. Que su evidente superioridad militar se inclina ante una vida. Nasrala, caudillo de Hezbalá, ha sido claro al respecto: dijo en 2006, durante la guerra de Tzahal contra esa organización: "Venceremos porque ellos aman la vida y nosotros estamos dispuestos a morir"; de hecho, en esa contienda la victoria israelí no fue mayor porque el mando se negó a lanzar una invasión por tierra, precisamente, para no contar más bajas.

Este canje da a los enemigos viscerales de Israel un enorme balón de oxígeno. Tzahal no logró encontrar a su soldado cuando entró en la Franja, y ahora debe entregar 980 presos por su vida. Entre ellos, varios feroces criminales.

Los terroristas juegan con esa vida. Muchos cayeron. Los caídos, caídos están, incluso el que acompañaba a Gilad. Pero Gilad está vivo. ¿Puede todo Israel olvidarse de él? Ellos saben que no.

Que Israel se doblará por ese chico.

Pero ¿quién va a negociar la paz si se dan estas posibilidades de hostigar al enemigo? ¿Quién se atreverá a firmar el fin del conflicto en presencia de esos que se empeñan en demostrar que lo más conveniente es continuar la guerra? Así fue como Arafat llegó a patear la mesa en presencia de Barak y Clinton, en el 2000, cuando ya solo faltaba que estampara su dedo en el papel: al decir de su consejero Moratinos, era la propuesta más generosa, que Israel no volverá a ofrecer.

Ningún acto de justicia, ninguna generosidad, ningún juego limpio hace mella en los que por dogma son incapaces de clemencia ni, tanto menos, de subirse a una estrategia de fin de la guerra. Gilad será recuperado, muchos más morirán en los autobuses, en los cafés, en las calles, tanto si estos 980 son liberados como si no.

Y otros pueden ser capturados para negociar con ellos, habida cuenta del éxito de esta operación.

Es un dilema asimétrico, como todo en esta guerra.


JAIME NAIFLEISCH, periodista.
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