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COLOMBIA

Esta guerra se acabó. No inventemos otra

No es fácil vaticinar lo que será esa masa informe de bandidos que ha quedado como despojo de lo que las FARC fueron. Nada queda de esa organización espantable, sometida al tiránico poder de un hombre, Tirofijo, con sus acólitos del secretariado; nada de esos grupos dispersos en la geografía nacional pero unidos por una disciplina común y por un mal discurso que les daba cierta entidad; y nada, mucho menos, de la guerrilla triunfante que puso de rodillas al Estado y alcanzó a dominar con su aparato de terror más de la mitad del país.


	No es fácil vaticinar lo que será esa masa informe de bandidos que ha quedado como despojo de lo que las FARC fueron. Nada queda de esa organización espantable, sometida al tiránico poder de un hombre, Tirofijo, con sus acólitos del secretariado; nada de esos grupos dispersos en la geografía nacional pero unidos por una disciplina común y por un mal discurso que les daba cierta entidad; y nada, mucho menos, de la guerrilla triunfante que puso de rodillas al Estado y alcanzó a dominar con su aparato de terror más de la mitad del país.

De todo aquello no queda nada. O apenas, como diría nuestro poeta inmortal, "tiras de piel, cadáveres de cosas".

El presidente Uribe Vélez derrotó a las FARC. En un año de gobierno armó para combatirlas un ejército, adicional al que teníamos, de cien mil hombres, entre soldados y policías, hecho sin antecedentes ni réplica posible en el continente americano. Lo equipó, lo adiestró y, sobre todo, le dio espíritu de combate y ansia de victoria, sentido histórico a su lucha.

Pero las FARC no habían muerto. Su caudillo seguía vivo, y habían tomado a su nombre las riendas del poder dos hombres ambiciosos, sin escrúpulos y capaces de cualquier barbarie. Raúl Reyes y el Mono Jojoy se habrían bastado para mantener con vida ese organismo putrefacto.

Cuando cayeron esos personajes, todo estaba perdido. El secretariado tomó entonces la única decisión posible para alargar la agonía: el nombramiento de Cano.

Los curtidos guerrilleros de las FARC despreciaban a su nuevo jefe. Su ineptitud para las armas lo hacía motivo de irrisión. Se jugaron la carta del intelectual –nada merecida, sea dicho–, pero la única posible. Cano vivo daba la impresión de un ejército y un comandante. En el fondo, no había lo uno ni lo otro. Pero parecía que lo hubiera. Y eso bastaba. Por eso defendieron las FARC tan ferozmente a Cano. No por lo que valiera en sí mismo, que a efectos prácticos era nada, sino por lo que representaba. Cuando se vino abajo el grupo pertinaz del cañón de las Hermosas quedó claro el agotamiento bélico de las FARC. Y la muerte de Cano fue el acta de su destrucción militar y política. Quedan unos grupos de delincuentes aislados, sin sentido de pertenencia, sin fe, sin noción de unidad y sin mando.

Timochenko seguirá cuidando su diabetes en Venezuela, y será su última idea crear un nuevo frente parecido al que mantuvo a Cano con vida los últimos meses. Su lejanía producirá no solo la obvia sensación de abandono, sino lo peor que puede padecer la negra alma de un grupo de bandidos: desprecio por el jefe.

A las FARC les quedan reductos de impenitentes y feroces guerrilleros que atenderán a su propio interés. Y ello solo porque no tienen alternativa. Que el sargento Pascuas, Pablo Catatumbo o Fabián Ramírez renuncien a ser lo que han sido es un imposible moral y físico. La cocaína, como hasta ahora, les permitirá mantenerse en armas. Pero sin orden y sin esperanza. De modo que a las FARC no les queda sino el discurso. El que mantendrán a su nombre los del Partido Comunista que sustituyan a Gilberto Vieira, Álvaro Vásquez, Manuel Cepeda, Manlio Lafont o Luis Morantes (alias Jacobo Arenas). Esos tales existen y tienen aspiraciones de reemprender el camino. Pero les faltan Tirofijo y una idea menos anacrónica y torpe de lo que hoy representa una guerrilla castrista.

Los que están hablando de una paz negociada cañan con par jotas, diríamos con expresión de mucha usanza en los círculos del poder. Y solo un monumental error de perspectiva o un acto deliberado de traición al país abriría el espacio para la resurrección de las FARC. ¿Por qué no se reclama la victoria?

 

© Diario de América

FERNANDO LONDOÑO HOYOS, exministro colombiano de Interior.

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