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PERÚ

El voto "exigente y crítico" de Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa es el peruano vivo que más admiro. Es nuestro Tolstói, nuestro Víctor Hugo, nuestro Borges.


	Mario Vargas Llosa es el peruano vivo que más admiro. Es nuestro Tolstói, nuestro Víctor Hugo, nuestro Borges.
Mario Vargas Llosa.

Mario, lo sabemos todos, es un escritor comprometido, en el pleno sentido de la palabra. El liberalismo que él defiende es el liberalismo que los peruanos conocimos, y que a mí, particularmente, me alejó del facilismo intelectual socialista. Incluso puedo recordar el momento de mi adhesión a la causa de la libertad: cuando, en 1992, leí su demoledor prólogo contra la degradación de las ideas y del lenguaje a El desafío neoliberal, editado por Barry B. Levine.

Fue tal vez gracias a él que conocí a Popper, a Mises, a Hayek, a Berlin, a Mill, a Hume, entre otros. Mario es un liberal un poco conservador –lo que me aparta mucho de él–, pero algo que todos reconocemos es su terca defensa, coherente y consecuente, de las libertades públicas.

Por eso me apena y desconcierta su posición ante la segunda vuelta electoral.

En el artículo que recientemente publicó en El País ahonda más en las razones por las que no votará por Keiko Fujimori, razones totalmente atendibles y justificables. Muchos coincidimos casi totalmente en esas críticas. Pero tan insuperable descalificación sería fácilmente aceptada por cualquier votante sensato si la otra opción fuera siquiera mínimamente superior en lo relacionado con la defensa de la democracia y de las libertades públicas. Sin embargo, nos encontramos, desgraciadamente, ante un peligro mayor.

Como si no tuviéramos gran cosa que perder, nos invita a votar por Humala y arriesgar infantilmente nuestra democracia, nuestras libertades públicas y nuestro todavía incipiente desarrollo económico entregando el poder a un sujeto que ha demostrado en estos últimos diez años –no en estas dos últimas semanas– que no tiene el menor respeto por todo ello.

Con una candidez desproporcionadamente generosa, Mario implora a Humala que dé "pruebas fehacientes de su identificación con la democracia y con una política económica de mercado". ¿Pero cuándo ha dado, aunque sea aproximadamente, esas señales? Nunca. Humala ha puesto por escrito que quiere una nueva Constitución (en el mismo derrotero de Chávez, Evo y Correa) para perpetuarse en el poder. Y el modelo económico que defiende es estatista a más no poder.

Más grave todavía es que crea que Humala está en la senda de "los socialistas chilenos, brasileños, uruguayos y salvadoreños". Sin ningún dato cierto que sostenga lo que afirma, escribe que Humala debe perseverar "en esta dirección que parece haber emprendido". Pero, por Dios, ¿está hablando de la misma persona que conocemos todos?

En los últimos cinco años, la cercanía de Humala a Chávez se ha acentuado, tanto en lo político como en lo económico (hay que ver nomás el extendido proselitismo del chavismo entre los líderes humalistas del sur peruano y entre la izquierda local que puntualmente reporta a Caracas). En cambio, no conocemos de visitas de y coordinaciones con los líderes de la Concertación chilena o con los dirigentes del Frente Amplio uruguayo, tan alejados de Chávez. El acercamiento a Lula es del último año (casi coincidiendo con el inicio de la campaña electoral). Si fuera sincera esa aproximación a las posturas sensatas de la izquierda sudamericana, su distanciamiento de Chávez, Morales o Correa habría sido contundente (y estaría plasmado en su plan de gobierno), y sin embargo hasta ahora se niega a aclarar su posición con respecto al dictador venezolano, cuyas políticas la mayoría de peruanos rechaza.

En una democracia, el voto es el único medio de defensa de las libertades que tienen los electores. En un balotaje, los votantes eligen una de entre solo dos opciones políticas, o rechazan aquella que más daño creen haría al conjunto. Aquí no hay lugar al voto "exigente y crítico" que bienintencionadamente –o ilusamente– propone Mario. Es un voto a secas, frío, reflexivo, racional, defensivo.

Cuando perdamos nuestra democracia, no todos tendremos la oportunidad, como el Nobel, de condenar desde afuera al dictador que por propia voluntad colocamos en el poder.

 

© El Cato

CARLOS ATOCSA, Jefe del área jurídica del Instituto Pacífico y miembro de Ácrata

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