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EL SILENCIO SIEMPRE ES CÓMPLICE

El presidente Uribe y Ayaan Hirsi Ali

Siempre me he preguntado qué parámetros se emplean en la prensa para decidir qué se pone en la primera plana. Por mucho que haya escrito en los medios a lo largo de los años, jamás tuve poder ni cargo para escoger titulares. La cuestión me inquietaba en una época, ya remota, en que la gran mayoría de los diarios españoles subrayaban las mismas cosas, y me inquieta más aún hoy, cuando las portadas difieren casi todos los días.

Siempre me he preguntado qué parámetros se emplean en la prensa para decidir qué se pone en la primera plana. Por mucho que haya escrito en los medios a lo largo de los años, jamás tuve poder ni cargo para escoger titulares. La cuestión me inquietaba en una época, ya remota, en que la gran mayoría de los diarios españoles subrayaban las mismas cosas, y me inquieta más aún hoy, cuando las portadas difieren casi todos los días.
Esbocé una explicación adecuada a mi escepticismo diciéndome que se pone en primer lugar lo que las personas que construyen información y opinión, solas o en compañía de otras, y no siempre con éxito, quieren que lea. A partir de ahí, empecé a leer los periódicos más o menos desde la mitad hacia atrás, hasta llegar a esa selección diaria de lo que gente a la que no conozco personalmente considera lo más importante.
 
Así aprendí dos cosas: que lo sustancial de la información no está en la primera plana y que lo que se omite o se relega (por inomitible) a un lugar secundario es lo que revela lo fundamental de la línea de un periódico. Y, en algunos casos, la línea de la prensa en general. Hay dos pruebas flagrantes en estos días: la expulsión de Ayaan Hirsi Ali de Holanda y la reelección del presidente Álvaro Uribe. Las dos cosas eran de esperar, pero no por ello son menos trascendentes.
 
Empecemos por Uribe. En uno de los países más importantes de Iberoamérica –espero que nadie frunza el ceño ante esa frase: hay países importantes y otros que lo son menos, como Alemania y Macedonia, por ejemplo–, en ese país, decía, un liberal, sólidamente aliado con los Estados Unidos, ejerciendo a lo largo de un período sin concesión alguna a los enemigos internos de la nación –narcotraficantes, guerrilleros y secuestradores, como los de ETA pero a lo bestia–, ha sido reelegido con el 62% de los sufragios, una mayoría absolutísima, desbordante, que sólo Perón alcanzó en su mejor momento, con una oposición controlada, infrarrepresentada y, en ocasiones, encarcelada.
 
Cartel electoral de Uribe en las presidenciales de 2002.Uribe tiene a la oposición ahí, todo lo libre que es posible ser: si a alguien deben temer, es a las FARC y otros grupos armados, no al Gobierno. Ha ganado, pues, de la mejor manera posible. Y nadie me va a decir que Uribe es un populista, ni, mucho menos, un líder carismático.
 
Consiguió más que un éxito electoral: consiguió un cambio de mentalidad radical en los colombianos. La segunda fuerza electoral es el Polo Democrático Alternativo, liderado por Carlos Gaviria, con el 22,3 % de los votos. El viejo Partido Conservador, con pocas posibilidades de subsistencia, se diluyó en la coalición Primero Colombia, que apoya a Uribe, y el viejo Partido Liberal se quedó en el 12% con el candidato Horacio Serpa. Ahora hay un partido de centroizquierda y uno de centroderecha, y no los partidos liberal y conservador que, como dice un personaje de Cien años de soledad, eran iguales en todo, salvo porque los conservadores iban a misa. Cambiaron las cabezas, cambió el mapa.
 
Y no se trata de una conquista de campaña: Uribe dio pasos de gigante en la lucha contra la guerrilla narcofidelista, sin dejar de lado las mejores relaciones posibles con su vecino Chávez, y ha desplazado el eje de la producción colombiana, de la coca a otras áreas; ha hecho crecer el Estado, no en el sentido burocrático sino en el territorial, porque Colombia sigue teniendo un inmenso territorio al que el Estado no ha llegado nunca; ha hecho de la soberanía una clave política y no se ha atado a ningún club continental. Y ese estilo de gobierno le ha procurado un aliado singular: Brasil.
 
La tranquilidad con que el presidente de la sonrisa tomó las expropiaciones del presidente de la chompa de rayas tiene mucho que ver en eso. Él sabe que Repsol-YPF es el capítulo menor en el conflicto boliviano, y lo sabe la empresa, que no ha salido a poner el grito en el cielo porque la situación tiene arreglo. La suya y la de otras empresas, americanas y europeas, que operan en la zona. Morales no es un teórico del socialismo: es un mestizo que ha hecho campaña indigenista porque no tiene ideología en el sentido estricto, fuera de un nacionalismo más etnicista que económico. Pero tiene dos problemas concretos: Santa Cruz de la Sierra y Brasil, que no dejan de ser el mismo.
 
La separación de Santa Cruz es una posibilidad más seria de lo que nuestra prensa dice, con su silencio, al respecto. Étnicamente diferente del resto de Bolivia, con un número importante de pobladores de origen alemán, es la zona más desarrollada del país, y ante la crisis desatada tras la caída de Sánchez de Lozada (que impulsó Hugo Chávez) siguió un proceso propio, en el que pesaron sus relaciones económicas privilegiadas con el fronterizo Brasil, siempre muy dispuesto a integrar la provincia en su federación de estados.
 
La otra parte del problema se llama Petrobrás. A los que crean en la sombra ubicua del imperialismo yanqui, este nombre no les dirá nada, pero Petrobrás es una empresa poderosa, más que YPF en sus mejores tiempos. Por eso Lula reaccionó como se esperaba que reaccionara Zapatero: enfrentándose a Morales. Hace mucho, y lo he escrito en su momento en alguna parte, que Lula viene alejándose de la órbita Castro-Chávez-Morales-Kirchner, para hacer política de Estado, como se hizo siempre en Brasil y en Chile. Ahora, ese alejamiento se convierte en acercamiento a Uribe.
 
Ayaan Hirsi Ali.No es imposible que Lula no sea reelecto, pero si se atiende a lo sucedido en los últimos años en su país, a la continuidad de su Gobierno respecto del de Henrique Cardoso, cabe pensar que la aproximación de Lula y Uribe se concrete como aproximación de Brasil y Colombia, que, en términos económicos, dejarían atrás al resto del subcontinente en un período relativamente breve y avanzarían en su estructuración democrática. De esto se lee poco en la prensa.
 
El otro asunto de entera actualidad es la expulsión de Ayaan Hirsi Ali de la muy democrática Holanda, por obra de una ministra de Integración e Inmigración (los holandeses tienen un Ministerio de ese nombre), una mujer, diputada por el mismo partido por el que lo era Hirsi Ali hasta el pasado 16 de mayo y llamada Rita Verdonk. No he visto jamás la cara de la Verdonk, pero en mis fantasías más íntimas me la represento muy parecida a la vicepresidenta De la Vega.
 
Todo el asunto es de vergüenza: para Holanda, para Europa, para los compañeros de partido de Hirsi Ali, para cada uno de los holandeses y para cada uno de los europeos; y no digamos ya para las feministas. Y, de más está decirlo, para los antiamericanos locales, puesto que los Estados Unidos ofrecieron asilo a la batalladora somalí.
 
El caso de Ayaan Hirsi Ali jamás será titular de cabecera en la primera plana de un periódico europeo para todos los públicos. La reelección de Álvaro Uribe tampoco. Y eso es silencio cómplice. La línea editorial consiste en no destacar nada que perturbe la paz de Eurabia: si se tienen presentes los lazos entre el eje castrochavistamoralista y la Liga Árabe, la Conferencia Islámica y la OPEP, se comprenderá que ambas cosas están muy relacionadas.
 
 
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