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GEORGE W. BUSH

El presidente disidente

Dos cosas distinguen al disidente. En primer lugar, los disidentes son condenados por sus ideas, y permanecen fieles a ellas sin importar las consecuencias. En segundo lugar, generalmente creen que traicionar dichas ideas constituiría el mayor de los fracasos morales. Abandona, se dicen a sí mismos, y el mal triunfará. Si te mantienes firme, puedes dar esperanzas a otros y ayudar a cambiar el mundo.

Dos cosas distinguen al disidente. En primer lugar, los disidentes son condenados por sus ideas, y permanecen fieles a ellas sin importar las consecuencias. En segundo lugar, generalmente creen que traicionar dichas ideas constituiría el mayor de los fracasos morales. Abandona, se dicen a sí mismos, y el mal triunfará. Si te mantienes firme, puedes dar esperanzas a otros y ayudar a cambiar el mundo.
George W. Bush
Los líderes políticos son la más rara especie de entre los disidentes. En una democracia la vida de un líder la marca el pulso del electorado. Dejar de estar en sintonía con el sentimiento del público puede hacer tambalear cualquier Administración y minar cualquier agenda política. Además, los líderes democráticos, para quienes el compromiso es crucial para el gobierno eficaz, casi nunca contemplan un asunto en términos maniqueos. En su mundo, casi todo se pinta en diferentes tonos de gris.
 
He aquí el motivo por el que el presidente George W. Bush es una excepción. Tiene una profunda fe en el atractivo universal de la libertad, en su poder transformador y en su conexión capital con la paz y la estabilidad internacionales. Incluso los críticos más feroces de estas ideas admitirán que Bush las ha defendido antes y después de su reelección; cuando aparecía arriba en las encuestas y ahora, que su popularidad ha caído; cuando la crítica ha procedido de veteranos detractores y cuando ha procedido de antiguos partidarios.
 
Con una terca determinación que cualquier disidente sabe apreciar, Bush, haciendo frente a la aplastante oposición, se mantiene en su terreno ideológico, movido en gran medida por lo que parece ser un rechazo a aceptar el fracaso moral.
 
La estatua de Sajarov erigida ante la Academia de Ciencias de San Petersburgo.Yo mismo no he escatimado críticas a Bush. Al igual que mi maestro, Andréi Sajarov, estoy de acuerdo con el presidente en que promover la democracia es crucial para la seguridad internacional. Pero creo que se ha puesto demasiado énfasis en celebrar elecciones rápidas, mientras que se ha dedicado poca atención a ayudar a la construcción de sociedades libres protegiendo aquellas libertades –de conciencia, de expresión, de prensa, de religión, etcétera– que conforman el corazón de la democracia.
 
Creo que tal enfoque erróneo es una de las razones por las que una organización terrorista como Hamas ha podido llegar al poder a través de medios ostensiblemente democráticos, en una sociedad palestina dominada desde hace mucho por el miedo y la intimidación.
 
También creo que no se ha hecho lo suficiente para convertir la política de promoción de la democracia en un esfuerzo bipartidista. Los enemigos de la libertad tienen que saber que el compromiso de la única superpotencia del mundo con la expansión de la libertad más allá de sus fronteras no dependerá de los resultados de las próximas elecciones.
 
Igual que el éxito a la hora de ganar anteriores conflictos globales dependió de forjar una amplia coalición que se extendiese más allá de las líneas partidistas o ideológicas, el éxito a la hora de impulsar la democracia con el fin de ganar la guerra contra el terror dependerá de construir y mantener un consenso amplio.
 
Con todo, reconozco que me tomo el lujo de criticar la agenda democrática de Bush sólo porque, en primer lugar, existe una agenda democrática. Algo que durante años no fue sino un tema esotérico de debate académico ocasional es hoy la piedra miliar de la diplomacia americana.
 
Durante décadas prevaleció un "realismo" basado en una percepción miope de la estabilidad internacional. En un breve momento de la Guerra Fría la política realista de acomodamiento con la tiranía soviética fue reemplazada por una que hacía frente a ésta y convertía la democracia y los Derechos Humanos dentro de la URSS en una prueba de fuego para las relaciones entre las superpotencias.
 
El enorme éxito de tal política para poner un pacífico punto final a la Guerra Fría no impidió que la mayor parte de los policy makers continuasen defendiendo un enfoque de la estabilidad internacional basado en mimar a dictadores "amigos" y denegar apoyo a las aspiraciones de libertad de pueblos oprimidos.
 
Entonces llegó el 11 de septiembre del 2001. Pareciera que ese horrible día dejó claro que el precio de apoyar a dictadores "amigos" en todo Oriente Medio fue la creación del mayor campo abonado para el terrorismo. Había de trazarse un nuevo rumbo político.
 
Hoy nos encontramos en medio de una gran lucha entre las fuerzas terroristas y las de la libertad. El mayor arma que posee el mundo libre es el sorprendente poder de sus ideas.
 
La Doctrina Bush, basada en el reconocimiento de los peligros planteados por regímenes no democráticos y en el compromiso de Estados Unidos con el fomento de la democracia, ofrece esperanza a muchas voces disidentes que luchan por llevar la democracia a sus países. El terremoto democrático que ha ayudado a desencadenar, incluso con todos los peligros que entrañan sus réplicas, ofrece la promesa de un mundo más pacífico.
 
Aun así, cada día que pasa se añaden nuevas voces al coro de los detractores de esa doctrina y se reduce el círculo de sus partidarios.
 
Los críticos protestan contra cada paso que se da en el camino, nuevo y difícil, en que se ha adentrado Estados Unidos. Pero al señalar los muchos obstáculos que no se han sorteado, y aquellos que aún pueden surgir, los críticos deberían recordar que el camino alternativo lleva a la opresión prolongada de centenares de millones de personas y a la continua inflamación de las patologías que llevaron al 11 de Septiembre.
 
Ahora que el presidente Bush está cada vez más sólo en su apuesta por la libertad, sólo puedo esperar que su espíritu disidente continúe perseverando, porque si se quiebra, en la práctica el mal triunfa, y las consecuencias para nuestro mundo serían desastrosas.
 
 
Natan Sharansky pasó ocho años en el Gulag y fue asistente del célebre físico y disidente Andréi Sajarov. Posteriormente se instaló en Israel (cuya nacionalidad adoptó), donde ha desempeñado cargos políticos de primera fila: primer ministro en funciones, ministro de Asuntos de la Diáspora, ministro de Vivienda y Construcción, ministro del Interior, ministro de Comercio e Industria. Abandonó el Gabinete Sharon en abril de 2005, en protesta por el plan de evacuación de la franja de Gaza. Su libro The case for democracy ha tenido un considerable impacto en la arena política internacional, especialmente en EEUU. Próximamente, la editorial Gota a Gota publicará la versión en lengua española.
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