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CARA Y CRUZ DE LA DISOLUCIÓN DE LOS PARAS

El derecho y el revés de la paz en Colombia

Eliminar el paramilitarismo sin vencer a la subversión es un error, en una ecuación en la que el orden de los factores altera el producto. El ataque de las FARC en Tierradentro, corregimiento de Montelíbano (Córdoba), en el que fallecieron 17 policías y tres civiles, da cuenta de dos realidades duramente cuestionadas.

Eliminar el paramilitarismo sin vencer a la subversión es un error, en una ecuación en la que el orden de los factores altera el producto. El ataque de las FARC en Tierradentro, corregimiento de Montelíbano (Córdoba), en el que fallecieron 17 policías y tres civiles, da cuenta de dos realidades duramente cuestionadas.
Terroristas de las FARC.
La primera es que los grupos paramilitares sí se han desmovilizado: no estamos ante un proceso fingido, como consideran algunos detractores, en el que subsisten las estructuras mientras se entregan unas cuantas armas y se desmoviliza a individuos que no son combatientes. La segunda es que las zonas que antiguamente estaban dominadas por los paramilitares están siendo copadas por las guerrillas (prueba fehaciente del desmonte del paramilitarismo), tal como temían los campesinos, y el Estado no tiene recursos suficientes para mantener el control.
 
Tierradentro está en el corazón de lo que hasta hace un par de años era el principal enclave de las Autodefensas. A nadie se le habría pasado por la cabeza, mientras estuvo bajo el poder de los paramilitares, que hasta allí llegara una columna de 500 subversivos para atacar el puesto de policía, con el objetivo de poner en entredicho la política de seguridad del Gobierno, anunciar que son los nuevos mandamases de la región y apropiarse de los abundantes cultivos de coca que otrora financiaban a sus enemigos.
 
Desde que se iniciaron los diálogos con los grupos de autodefensa, la preocupación de muchos sólo giraba en torno de los castigos para tan temibles asesinos y perpetradores de matanzas. El asunto se politizó, apenas se hablaba de verdad, justicia y reparación, mientras que a los guerrilleros siempre se les ha recibido con los brazos abiertos del indulto y con promesas de celebrar una Constituyente, receta mágica que el mismo presidente Uribe ofertó, cuando Gobierno y FARC hicieron algunos coqueteos de paz. Pero en las zonas paramilitares la preocupación de los campesinos siempre fue otra, la de cómo los iban a proteger de las vengativas incursiones guerrilleras.
 
Desde el comienzo se supo que las FARC fueron copando las zonas abandonadas por el paramilitarismo, huérfanas de seguridad. La guerrilla regresó rápidamente a regiones de donde habían sido desplazadas y poco a poco fortalece su presencia, gracias a su gran capacidad para mimetizarse entre la población civil, sin que las Fuerzas Armadas puedan hacer mayor cosa sin incurrir en supuestas, y en reales, violaciones de los Derechos Humanos.
 
Miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).Cabe recordar que si el paramilitarismo pudo extirpar a la guerrilla de muchas regiones se debió a unas cruentas prácticas de exterminio: eliminaba sin reserva a quien pareciera o fuera comprobadamente un colaborador de las guerrillas. De esa manera, jugando al ensayo y al error, asesinando a guerrilleros de civil (como decía el jefe de las Autodefensas Carlos Castaño) pero a menudo equivocándose (como también admitía Castaño), cortaron el oxigeno a la subversión en áreas que antes dominaban. Sobra decir que las Fuerzas Armadas no pueden operar así.
 
Por supuesto, sería una canallada decir que las estructuras paramilitares debieron mantenerse tranquilas, o permitir que se diseminaran por otras zonas del país, para atacar a la subversión con sus métodos despiadados. Pero las buenas intenciones con que el Gobierno del presidente Uribe impulsó el desmonte del paramilitarismo cuentan muy poco.
 
El Gobierno arguyó que este factor de perturbación debía desaparecer, por cuanto la guerrilla siempre ha exigido su disolución para hacer la paz. También se mencionó la desinstitucionalización registrada en inmensas zonas del país, en las que el Estado no hacía acto de presencia y era suplantado por los grupos de autodefensa. Igualmente se dijo que los paras, considerados terroristas y narcotraficantes, eran enemigos del Estado y debían ser combatidos; sacarlos de la confrontación era, por tanto, aliviar la tarea de unas Fuerzas Armadas que debían enfrentar a varios enemigos al tiempo y quitar de en medio un factor que ha corrompido a muchos servidores del Estado.
 
Todo esto es cierto, pero el problema es que las cosas tienen derecho y tienen revés. Eliminar el paramilitarismo sin vencer a la subversión no sólo acaba resultando un favor para las guerrillas: quitarles de encima a su peor enemigo, sino un error en una ecuación en la que el orden de los factores altera el producto. Las autodefensas sólo pueden desaparecer cuando lo haga la subversión; mientras ésta subsista, aquéllas revivirán.
 
Las zonas que dejan los paras deben coparlas fuerzas de paz extranjeras, desmovilizados bajo el mando del Ejército o unas Fuerzas Armadas con más efectivos y mejores recursos. Los pilotos más experimentados mueren en los vetustos aviones de la Fuerza Aérea, y a las tropas las masacran en las carreteras cuando se movilizan en unos camiones más apropiados para transportar gallinas.
 
 
© AIPE
 
SAÚL HERNÁNDEZ BOLÍVAR, periodista y escritor colombiano.
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