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IBEROAMÉRICA

Dictadura monárquico-corporativa en Chile

Cuando comencé a interesarme por la política, en América Latina había muchos dictadores militares. Poder y orden. A lo que se movía, se le disparaba. Eran tiempos de obras públicas, bicentenarios y robos estatales por doquier, y los ministerios y los dineros estaban en manos de los amigos de los poderosos.

Cuando comencé a interesarme por la política, en América Latina había muchos dictadores militares. Poder y orden. A lo que se movía, se le disparaba. Eran tiempos de obras públicas, bicentenarios y robos estatales por doquier, y los ministerios y los dineros estaban en manos de los amigos de los poderosos.
El dictador Fidel Castro le dio elegancia al tema, pero masificando la ruina y confiscando las propiedades y libertades de los cubanos. Igual ocurría bajo la dictadura electa de Salvador Allende. Pero los focos se detuvieron en otras no electas: en la de los militares brasileros y, después, en la de los chilenos.
 
En Chile se instauró un liberalismo moderado y, luego, otro bastante más favorable al mercado, la apertura, la libertad económica y el Estado subsidiario. Todo esto se ve debilitado ahora por el incremento de impuestos, regulaciones y controles, que cierran oportunidades a los chilenos medios y pobres, no ligados a los grupos de poder capitalista.
 
Ricardo Lagos, aunque fue electo y no llevaba gorra, calzaba bien con esta clásica figura latina. Gran corporativista, socialista, amado por los capitalistas que operan "protegidos" por regulaciones, elaboró un Estatuto Docente de ignorancia y flojera, anticompetitivo y promotor de la dictadura educacional en programas y pruebas, con textos "únicos", restricciones prohibitivas a las nuevas universidades, acreditaciones y francas reinterpretaciones de la historia, el arte y la ciencia –como en tiempos de Stalin– que ignoran por completo nuestra reforma liberal y la moderna ciencia económica, que no se enseña, para mantenernos en el dogma cavernícola de la lucha de clases.
 
Ya se ven intentos de llegar a una religión oficial que imponga dogmas en materia de sexo, hijos, familia, trabajo, historia, cultura; intentos que comienzan a toparse con la Iglesia, que algo aprende de lo que se ve en Venezuela y Cuba. Lo de los países comunistas europeos ya se olvidó. El Estado grande y discrecional, típico de las dictaduras, comienza a perfilarse, con malos usos del dinero, legiones de inspectores y trámites que limitan la libertad y la posibilidad de obtener empleos privados. De los públicos... ¡olvídese!
 
La plata comunicacional sigue aumentando, como los premios, las becas, los créditos, los libros y los clusters innovativos para los amigos.
 
Los elefantes blancos y el derroche fiscal liquidarán a Chile. Y es que los concertacionistas, simplemente, no entienden que el progreso lo hacen los chilenos interactuando en libertad, con su plata y soportando pocas regulaciones. El ancestral totalitarismo lleva a los controles y la vigilancia oficial en decenas de ministerios, algo clásico de las dictaduras, donde no conviene emprender nada sin el apoyo oficial.
 
La eliminación de la alternancia en el poder ya es una realidad, como sucedía en el México del PRI, sobre todo después de la designación monárquica de Bachelet, y Lagos Weber para guardar el puesto. Las reelecciones no se eliminan, y nadie plantea limitar el poder del dictador legal en beneficio de las regiones, los municipios, los partidos, las empresas y las familias. Más bien se está pensando en aumentarlo, a costa de jueces y parlamentarios, quizá mediante plebiscitos "democráticos" como los de Chávez y un presupuesto fiscal que siga creciendo, como, por cierto, lo viene haciendo año tras año desde 1990.
 
 
© AIPE
 
ÁLVARO BARDÓN, profesor de Economía en la Universidad Finis Terrae y ex presidente del Banco Central de Chile.
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