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EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Demócratas: de eso nada...

Bob Woodward, el heroico periodista que destrozó a Nixon y no dijo ni una sola palabra de los escándalos de la presidencia de Clinton, acaba de sacar la tercera parte de su saga novelesca, y sumamente imaginativa, como las anteriores, sobre la guerra de Irak. Se titula State of Denial, que se podría traducir por "Estado de negación" o, más castiza y libremente, por "De eso nada".

Bob Woodward, el heroico periodista que destrozó a Nixon y no dijo ni una sola palabra de los escándalos de la presidencia de Clinton, acaba de sacar la tercera parte de su saga novelesca, y sumamente imaginativa, como las anteriores, sobre la guerra de Irak. Se titula State of Denial, que se podría traducir por "Estado de negación" o, más castiza y libremente, por "De eso nada".
Bob Woodward.
Woodward habla de Bush y su Administración, pero el título podría aplicarse muy bien al Partido Demócrata y, sobre todo, al espíritu progresista que ahora lleva la voz cantante en la organización. Como se sabe, los progresistas tienen la curiosa costumbre de negar sistemáticamente lo que hacen o de hacer lo contrario de lo que dicen, y, además de eso, de escandalizarse cuando alguien les recuerda que dijeron o dicen algo muy distinto de lo que han hecho o están haciendo.
 
Hace pocos días el núcleo duro clintonita montó en cólera cuando un programa de la cadena de televisión CBS recordó que Clinton tuvo la oportunidad de acabar con Osaba ben Laden y no la aprovechó. Ya se sabe: eran los años 90, los buenos tiempos del final de la historia, del desembarco de la generación cool y relajada del 68 en la Casa Blanca, del feminismo abierto y permisivo de Hillary –eso que los anarquistas españoles de los años 30, tan rojos ellos, llamaban "mujeres sueltas"–, incluso de las dudas sobre el significado del verbo "ser"…
 
¿Recuerdan ustedes aquella famosa disquisición metafísica de Clinton, emulando a Hamlet, con Mónica en el papel de Ofelia? Pues bien, los demócratas no quieren acordarse de nada y Clinton, en televisión, se ha puesto hecho una pantera, empeñado en negar los hechos sobre Ben Laden narrados no por un conservador de derechas, como el propio Clinton sugirió durante la entrevista con el periodista Chris Wallace, sino por Michael Scheuer, un funcionario de la CIA que no se ha privado tampoco de criticar a la Administración Bush. Véase, sin ir más lejos, su libro Imperial Hubris, que publicó tras abandonar su trabajo en la CIA.
 
Retrato de Bill Clinton.Lo de Clinton no fue simple teatro. Por lo que se cuenta, en alguna cena más o menos privada también ha dado muestras del carácter que no sacó ante Ben Laden cuando alguien aludió a las críticas que sigue recibiendo por dejar que el terrorismo islamista creciera, se organizara y fraguara durante sus dos mandatos.
 
Pero Clinton no es el único demócrata que niega los hechos en los que ha intervenido, o que contradice las ideas que por otro lado va proclamando a tambor batiente.
 
El Partido Demócrata ha querido últimamente erigirse en defensor de los supuestos derechos de los inmigrantes (ilegales), y puso el grito en el cielo cuando en el Congreso se propuso la construcción de un muro para intentar frenar la entrada ilegal de personas en Estados Unidos. Hablaron de racismo, de proyecto inútil y faraónico. Pues bien, cuando ha llegado el momento de votar la medida en el Senado, 26 senadores demócratas han votado a favor, mientras que sólo 17 lo han hecho en contra. Son como Rubalcaba. Habrá que recordar este tipo de gestos si los demócratas ganan las elecciones de noviembre, y bien seguros están de ello. ¿Se decidirán entonces a echar atrás el proyecto de construcción del muro fronterizo? Veremos.
 
Un periodista del Washington Post, Sebastian Mallaby, ha recordado hace poco otro caso de cambio de talante por parte de los demócratas. Cuando Clinton gobernaba en centrista –distraído o miope en cuanto al terrorismo, y centrista en muchos asuntos–, buena parte de su partido, en particular los miembros de la comisión sobre Seguridad Social nombrados por él mismo, eran partidarios de revisar el actual sistema de pensiones, parecido al español. Pues bien, la semana pasada un grupo de derechas puso sobre la mesa una propuesta de discusión sobre este asunto, en el que, como es sabido, George W. Bush no ha tenido mucho éxito.
 
Es una propuesta completamente abierta, sin soluciones preconcebidas. La reacción de los congresistas demócratas ha sido negarse a cualquier debate, alegando en tono escandalizado que es una trampa para ir articulando el programa republicano de "privatización" de las pensiones.
 
Es posible que los demócratas piensen que negando lo mismo que hacen y haciendo lo contrario de lo que dicen puedan llegar al poder. Incluso es posible que lo consigan. Otra cosa será lo que hagan cuando lo alcancen. A lo mejor tienen que invitar a dar una gira de conferencias a Rodríguez Zapatero, que tanto debe, aunque no lo sabrá, a la nueva izquierda norteamericana, la misma que manda hoy en el Partido Demócrata.
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