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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Cuando el sueño de la paz produce guerras

Imaginemos a un periodista peruano que hubiera recorrido los campos de batalla y las ruinas de Europa, allá por los años 1944/45, y hubiera relatado con emoción los terribles bombardeos sufridos por Alemania: Hamburgo, Dresde, Berlín y otras ciudades arrasadas.

Imaginemos a un periodista peruano que hubiera recorrido los campos de batalla y las ruinas de Europa, allá por los años 1944/45, y hubiera relatado con emoción los terribles bombardeos sufridos por Alemania: Hamburgo, Dresde, Berlín y otras ciudades arrasadas.
Goya: EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS (detalle).
Pero como nuestro periodista peruano tiene un gran sentido de la objetividad y se toma muy en serio su trabajo de reportero no se dejaría en el tintero las barbaridades cometidas por el ejército soviético, en Polonia, el este de Alemania y otros lugares, hasta en Katyn, ilustrando sus relatos con ejemplos concretos, para darles un perfume de choses vues, y siempre impulsado por su objetividad y para no ir demasiado a contracorriente de esa época también se hubiera detenido en las barbaridades cometidas por los nazis, tanto en el frente como en la retaguardia (no creo que se le hubiera permitido visitar los campos de exterminio nazis).
 
Leyendo los reportajes de ese periodista peruano, cualquiera con dos dedos de frente, y una experiencia vivida de esa guerra, incluso en la retaguardia, se hubiera encogido de hombros, y murmurado: "¡No ha entendido nada!".
 
Imaginemos que ese, u otro, periodista peruano realiza un reportaje, en Francia, por los años 30, sobre los movimientos pacifistas que florecieron, poco antes de la guerra de 1939/45, y queda pasmado ante los argumentos de esos "justos", para quienes la guerra es lo peor de todo, incluso peor que el nazismo, y la paz el bien supremo. Traumatizada por los horrores de la otra guerra, la de 1914/18, Francia, sus "élites", su opinión pública, que aplaudieron los acuerdos de Múnich (sin ir tan lejos como los comunistas, quienes, mientras duró el pacto nazi-soviético, apoyaron abiertamente a la Alemania nazi), seguían aferrados al lema "¡Nunca más!", nunca más una guerra; se hicieron cómplices de los nazis, y muchos sucumbieron al "colaboracionismo" de Petain, que, por cierto, nada tenía de pacífico.
 
Porque, en ese como en otros casos, el dilema no era paz o guerra; era una falsa disyuntiva, una estafa, porque la guerra estaba allí, era una realidad, los nazis la querían, la hacían, la guerra constituía uno de los fundamentos de su ideología, y el verdadero dilema era: resistir o someterse. Lo mismo ocurre con los países arabomusulmanes en relación con Israel: desde el primer momento han negado su legitimidad, han aborrecido su existencia y le han declarado una guerra que no cesará hasta el aniquilamiento de Israel. Si pueden.
 
Ariel Sharon.Mario Vargas Llosa ha publicado en El País (of course) un largo reportaje inútil y realizado en Israel, un viaje baldío. Sus propias choses vues no tienen el menor interés, y lo que cita de las opiniones de Saïd (ayer), de Ben Ami, de Oz y de otros son harto conocidas en Europa, donde se publican frecuentemente sus artículos y entrevistas. Fingiendo modestia, puede cambiar de opinión, puesto que éstas no tienen importancia, se olvida de recordar que hace pocos meses insultaba a Ariel Sharon y a su Gobierno, tratándoles de "energúmenos" y "peores enemigos de Israel", para constatar ahora que, contra viento y marea, Sharon ha logrado su objetivo: la retirada israelí de Gaza.
 
Para explicar lo que no entiende, pretende descubrir "planes secretos", cuando se trata de secretos a voces: el propio Sharon ha declarado en varias ocasiones que si bien creyó en su día en la posibilidad de un Gran Israel, las guerras y el terrorismo incesantes, como los cambios en la cumbre de la autoridad palestina, con la muerte de Arafat y la llegada de Abbas, aparentemente menos terrorista, así como en toda la región, con la caída de Sadam Husein, etcétera, permitían intentar un paso hacia la paz y la negociación, pero sin desarmarse en ningún momento. Evidentemente, Vargas Llosa tampoco explica por qué, tras la retirada israelí, la banda de Gaza se ha convertido en un caos, donde fracciones rivales palestinas se asesinan mutuamente. Pasándose de modesto, otra vez, Vargas confiesa, con una sonrisa ingenua, que el único país en el que aún se considera de izquierdas es Israel. Que no se haga el distraído: también es muchas veces de "izquierda", en Prisa.
 
Para no perder demasiado el tiempo, dado el poco interés de sus artículos, pasaré a la moraleja, titulada 'Los justos' y casi exclusivamente dedicada al historiador israelí Illán Pappe, lo que, sin que se dé siquiera cuenta, constituye un elogio a Israel, en donde la libertad de expresión, para toda clase de opiniones y tesis, hasta las más estrafalarias, se expresan libremente, algo totalmente imposible en ningún país musulmán, y aún menos en Palestina ("territorios", "futuro estado", lo que ustedes quieran).
 
Vargas Llosa pretende entusiasmarnos con los escritos de ese Pappe, quien considera que la guerra de 1948 "constituyó una auténtica limpieza étnica en la que la inmensa mayoría de la población palestina fue expulsada y sus aldeas destruidas a fin de ganar territorios para el estado de Israel" (Vargas Llosa). Pues la verdad histórica es muy diferente. El Reino Unido, que, desde el fin del Imperio Otomano, ejercía su mandato sobre Palestina, confía su destino a la ONU, y en noviembre de 1947 su Asamblea General decide la creación de dos estados: uno judío, otro árabe. En mayo de 1948 Ben Gurión proclama la creación oficial del Estado de Israel, que acata las decisiones de la ONU, en cuanto a fronteras y relaciones con el vecino Estado arabopalestino. Quienes no las aceptan son los estados árabes, que rechazan la creación de los dos estados y desencadenan la primera guerra arabo-israelí para evitarlo, cuando Israel apenas existe.
 
Tropas de Egipto, Siria, Líbano y Jordania (que considera Palestina una provincia suya) invaden a sangre y fuego las tierras de Judea e Israel, ocupan Jerusalén, destrozando su barrio judío y masacrando a su población civil, etcétera. La responsabilidad del Reino Unido en esta primera guerra es evidente, porque tenía entonces lazos coloniales con esos países árabes, y además su force de frappe militar, la Legión Árabe, estaba al mando de un general británico, John Bagot Glubb, apodado Glubb Pachá. Pero el Gobierno británico se convence –o le convencen– de que hay que respetar las decisiones de la ONU y ordena a Glubb detener su ofensiva, la única victoriosa, porque los pioneros sionistas rechazan la invasión árabe en los demás "frentes". E Israel puede comenzar su trágica y heroica andadura, hasta hoy.
 
Hablar en estas condiciones de "limpieza étnica" es una canallada. La responsabilidad de esa guerra la tienen los países árabes, con la complicidad, al principio, del Reino Unido. Si Israel, con ayuda internacional, logró resistir, la Palestina árabe, en cambio, se convirtió en un no man's land político y jurídico (con sus habitantes desde luego), en seguida bajo control jordano, hasta que éste pasó, recientemente, a manos de la OLP y se creó ese pre-estado, o casi-estado, bajo el nombre de Autoridad Palestina.
 
Mahmud Abbas (Abú Mazen) y Ariel Sharon.No debe olvidarse que, desde 1948, los estados árabes –e Irán– consideran a "Palestina" un asunto interno, financian y controlan todas las organizaciones terroristas y hasta sus sangrientas rivalidades, como también controlaban a Arafat, y veremos qué ocurre con Abbas si, por milagro, concluye una "paz armada" con Israel. Hasta puede que aparezca un día "suicidado" en su despacho, como el sirio Kanaan. Las contradicciones y rivalidades entre países árabes, siempre se han reflejado en la "cuestión palestina".
 
No voy a tener la imbecilidad de negar que las guerras, todas las guerras, causan víctimas inocentes, y mi convicción de que Israel tiene derecho a existir y, por lo tanto, a defenderse no me ciega al punto de negar que desde 1948, hasta nuestros días haya cometido errores e incluso barbaridades. Pero también quiero insistir, a sabiendas de que el "justo" Pappe no estará de acuerdo conmigo, en que la firmeza de la respuesta militar israelí al incremento del terrorismo palestino estos últimos años ha tenido consecuencias muy positivas, y ha convencido, por ahora, a los dirigentes de la Autoridad de que las "intifadas" terroristas no conducían más que a desastres. Pero Vargas Llosa desbarra totalmente cuando exalta las tesis del catedrático Pappe (quien profesa y publica con toda libertad, repito), "uno de los más elocuentes defensores de un estado único y binacional, en el que judíos y árabes sean ciudadanos con los mismos deberes y derechos" (Vargas Llosa).
 
Si los hombres fueran buenos, son serían malos, claro. Esta pseudoutopía, como la reivindicación de un imposible "retorno de todos los refugiados", defendida ayer por Arafat y hoy por Vargas Llosa, y algunos judíos marxistas-leninistas parisinos, constituye la amable cicuta que los "justos" ofrecen a Israel para que se suicide cortés y voluntariamente.
 
Israel ya es un país binacional, con una importante minoría (dos millones) de araboisraelíes, aunque la explosión del irredentismo islámico, con su fanatismo religioso y su antisemitismo, ha logrado crear tensiones entre las dos comunidades. También existe un irredentismo hebreo, pero infinitamente menos importante y virulento.
 
Pero cuando Vargas Llosa se pasa de la raya es cuando se lamenta por que el terrorismo palestino no haya logrado sus objetivos: crear el caos en Israel. ¿He leído mal? Veamos: "Porque lo cierto es que, por doloroso que sean en lo individual y familiar, los atentados terroristas sólo son unos pequeños rasguños en la piel de ese elefante que es ahora Israel, algo que no amenaza su existencia, ni sus altos niveles de vida, ni, ay, su conciencia".
 
La conciencia de Israel, Don Mario, es su espíritu de resistencia. No todos los países están gobernados por Zapateros que ofrecen las llaves de la ciudad y autorizan su saqueo a cualquier agresor.
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