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AMÉRICA

Colombia y las Fuerzas Militares

Tiempos felices, que por felices se fueron. Tiempos para la esperanza, transidos de fe. Cuando Colombia despertó de una larga pesadilla y creyó en su propio destino y se unió para la hazaña. Y ese espíritu nuevo se nutrió de las Fuerzas Militares, limpias y heroicas, que hicieron frente al colosal enemigo que destrozaba las entrañas de la Nación.

Tiempos felices, que por felices se fueron. Tiempos para la esperanza, transidos de fe. Cuando Colombia despertó de una larga pesadilla y creyó en su propio destino y se unió para la hazaña. Y ese espíritu nuevo se nutrió de las Fuerzas Militares, limpias y heroicas, que hicieron frente al colosal enemigo que destrozaba las entrañas de la Nación.
Militares colombianos.
A partir de nada empezó la reconquista. El regreso a sus sedes de más de 350 alcaldes, fugitivos en las capitales de los departamentos; la recuperación de las carreteras, perdidas por las pescas milagrosas; el impedir que los pueblos de cualquier parte del país volaran en pedazos por los mortíferos cilindros de gas; la lucha contra los secuestros, que se cobraban cada año no menos de 3.500 víctimas; el combate eficaz contra las hordas asesinas, que convertían en masacres cualquier deslealtad, todo esto parecía un sueño inalcanzable, un ideal para otra generación más venturosa.
 
Cómo olvidar esas caravanas de automóviles que volvían a los caminos mancillados de la Patria. Y cómo olvidar esos pañuelos que flotaban al viento ante la presencia de un soldado, que estaba ahí, como guardián y como símbolo. Y cómo dejar caer de la memoria la reacción ante las noticias asombrosas de cada victoria, de cada avance, de cada consolidación de la conquista.
 
Han pasado los años, y el colombiano del común ni olvida ni renuncia. Por eso, sobre el sólido lomo de esa gesta, el presidente mantuvo su prestigio de salvador y coloso. Es el premio que la Historia reserva para los grandes vencedores. Al tiempo, las Fuerzas Militares mantenían su prestigio, vecino con el mito. En cada encuesta nos parecía oír el eco atronador de una nueva ovación para el general Mora Rangel cuando concurría a cualquier acto público.
 
Raúl Reyes.Un día, al presidente le pareció parco el botín de la victoria. No era suficiente el terreno ganado, ni la desbandada enemiga. Debían caer los malvados que podrían mañana repetir su feroz acometida. Pues fueron cayendo, uno por uno. El Negro Acacio, Martín Caballero, Lozada, Cristóbal, J. J., Simón Trinidad, Sonia y, más tarde, Raúl Reyes, Ríos, Karina: la lista de las bajas enemigas, de las entregas forzadas, de los éxitos impresionantes, es interminable.
 
Nadie se atrevía a poner en duda el triunfo de esa cruzada magnífica. Eficaz y limpia, porque Colombia era testigo de excepción de la pureza de los medios, tanto como de la contundencia de los resultados. Hasta que todo cambió, sin que sepamos por qué. Entramos en el juego sucio de los enemigos políticos que, agazapados en la sombra, disparaban la furia de sus armas vencidas en la selva.
 
Todo vino después de la operación Fénix, victoria tan mal manejada como cabía imaginar; y de la operación Jaque, que se manejó todavía peor. En las reuniones internacionales y en los conciliábulos enemigos perderíamos todo lo ganado.
 
Sin disparar un tiro, nos dieron de baja tres divisiones del Ejército. Y sin que sepamos por qué, nos declaramos en derrota ante el mundo entero. La rendición de Breda es el cuadro de nuestras pesadillas. Rodilla en tierra, entregamos las llaves de la ciudad sitiada.
 
Sólo nos faltaba una gota del cáliz. Ya nos la dieron a beber. En adelante no tendremos por general sino al que pase por el polígrafo. Es la última de las horcas caudinas. Después de ganarlo todo, lo perdimos todo. Hasta la fe.
 
 
© AIPE
 
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, ex ministro colombiano de Interior y Justicia.
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