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EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Bush inédito

Los demócratas norteamericanos han hecho muchas tonterías en los últimos treinta años. Lo que no han hecho nunca es dejar de apoyar a Israel. Es uno de los raros puntos en que el consenso que una vez reinó en la política de EEUU permanece intacto. Ahora mismo, demócratas y republicanos apoyan sin fisuras al Gobierno israelí. Saben que sus intereses nacionales coinciden con los de Israel, y que, ante la provocación de los terroristas de Hamás y Hezbolá, Israel no tenía otra opción que desarbolar a estos grupos.

Los demócratas norteamericanos han hecho muchas tonterías en los últimos treinta años. Lo que no han hecho nunca es dejar de apoyar a Israel. Es uno de los raros puntos en que el consenso que una vez reinó en la política de EEUU permanece intacto. Ahora mismo, demócratas y republicanos apoyan sin fisuras al Gobierno israelí. Saben que sus intereses nacionales coinciden con los de Israel, y que, ante la provocación de los terroristas de Hamás y Hezbolá, Israel no tenía otra opción que desarbolar a estos grupos.
La Alianza de Civilizaciones tiene que organizarle una gira a Moratinos para que explique a los miembros del Partido Demócrata lo equivocados que están en este asunto y lo conveniente que es llevarse bien con los terroristas.
 
Mientras tanto, hay que apuntar que la pasada semana ha deparado dos novedades importantes, hasta el punto de que Bush ha dado dos pasos nuevos, inéditos en los anales de sus años en la Casa Blanca. El primero consiste en que por primera vez ha vetado una ley votada en el Congreso. Como se sabe, Bush era hasta ahora el primer presidente desde Garfield, en 1881, que no había ejercido nunca el derecho de veto que le otorga la Constitución. Esta actitud había suscitado fuertes críticas entre la coalición liberal-conservadora que le apoyó en las últimas elecciones presidenciales.
 
Se sabía, por ejemplo, que Bush no estaba de acuerdo con la ley de financiación electoral patrocinada por el senador republicano John McCain y por el demócrata Russ Feingold. Era una ley poco popular entre la derecha norteamericana, que pensaba, y sigue haciéndolo, que cercena la libertad de cada uno para apoyar al partido que le venga en gana. A pesar de todo, Bush la firmó, como ratificó proyectos presupuestarios que suponían un aumento de gasto considerado demagógico y desproporcionado por muchos en la derecha.
 
Es curioso que un presidente considerado por muchos un radical, incluso un revolucionario, se haya mostrado tan conciliador con el Congreso, incluso cuando, como ocurrió en su primera presidencia, su partido no tenía la mayoría en el Senado.
 
La ley sobre financiación pública a la investigación con células madre, aprobada por el Senado esta semana después de haber obtenido el visto bueno del Congreso, ha hecho saltar todas las resistencias. Era un trágala para Bush. Habrá quien entienda el veto como un gesto a su propio electorado, en tiempos difíciles como los que corren. Es más probable que Bush se haya negado a ratificar la ley por pura y simple convicción moral. Le enfrentará a algunos miembros importantes de su partido, entre ellos Bill Frist, el líder de la mayoría republicana en el Senado.
 
No acaban ahí las novedades. Otra muy notable es que Bush ha hablado oficialmente ante la NAACP (esta organización presume de ser la más antigua en la defensa de los derechos civiles. La veteranía se la disputa la NRA, la National Rifle Association, fundada en 1871 y según la cual la posesión de armas es un derecho protegido por la Constitución).
 
La National Association for Advancement of Colored People (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) fue fundada en 1909 por un grupo de afroamericanos encabezados por W. E. B. DuBois, uno de los líderes más influyentes y probablemente más nefastos que ha padecido la población negra de Estados Unidos.
 
DuBois pensaba que la vía para la mejora de la situación de los negros debía venir por la acción del Gobierno. Desde la NAACP promovió sus ideas acerca de la prioridad absoluta de la igualdad legal, que debía ser reconocida por el Gobierno como paso previo a cualquier otro avance. Lo primero era la lucha legislativa y política. La económica, es decir la individual, vendría después. El reconocimiento de la población blanca carecía de relevancia.
 
Durante mucho tiempo estas ideas parecieron exóticas. Prevalecían las de otro líder negro, Broker T. Washington (1856-1915), que había nacido esclavo, consiguió estudiar, fundó una institución universitaria que se convirtió en uno de los grandes centros de promoción de los afroamericanos, el Tuskegee Institute de Alabama, y preconizó siempre el trabajo duro, la confianza en uno mismo y el progreso económico como única vía para superar la discriminación y la desigualdad racial. Si se gana dinero, solía decir Washington, la igualdad llegará inevitablemente.
 
William Edward Burghardt DuBois.A partir del movimiento por los Derechos Civiles de los años 60 se pusieron de moda las ideas de DuBois. Éste había acabado elogiando a Stalin y a Mao, incluso renunciando a la ciudadanía norteamericana. Pero eso no importó. La vía de la radicalidad resultaba atractiva, y desde entonces la NAACP ha preconizado con éxito que la reforma política debe ser previa a cualquier reforma moral personal (como parece lógico, dada esta manera de pensar, la NAACP también ha tenido problemas de financiación muy serios).
 
En las últimas campañas electorales la NAACP adoptó una actitud militante contra Bush y el republicanismo. Invitado a participar en la convención nacional de la organización en 2004, Bush había declinado asistir, aunque manifestó su respeto por la larga lucha que la NAACP lleva sosteniendo desde hace un siglo contra el racismo. Ahora se ha presentado en la convención nacional de la organización, y pronunciado un discurso de alto voltaje moralista en contra de cualquier segregación.
 
Al parecer, fue consultada incluso una antigua colaboradora de Al Gore, Donna Brazile, pero las palabras de Bush son perfectamente consistentes con lo que siempre ha dicho acerca del problema heredado de la esclavitud y la segregación. Le acompañó, eso sí, Condoleezza Rice, que fue acogida con una ovación.
 
Obviamente, Bush no está en posición de desperdiciar ningún apoyo para su partido. Ante la NAACP, prometió su ratificación para la renovación, por otros veinticinco años, de la Voting Rights Act, la famosa ley de 1965 cuya vigencia acaba de ser renovada en el Senado, en buena medida a iniciativa de la Casa Blanca, un año antes de que fuera estrictamente necesario, dado que prescribía el año que viene.
 
Con su promesa, Bush cosechó grandes aplausos. Según todas las crónicas, se mostró natural y relajado, mucho más de lo que la atmósfera envenenada que ha presidido las relaciones entre la NAACP y su Administración dejaba prever.
 
En realidad, es posible que, más allá de cualquier posible consideración electoral, la presencia del presidente en la convención de la NAACP y la falta de tensión que ha exhibido tengan un significado algo dramático; o peor aún, revela una posición cínica por parte de la Administración Bush.
 
Desde mediados de los años 60 los negros votan al Partido Demócrata. Éste se apoya en una oligarquía, perfectamente bien representada en la asamblea de la NAACP, que vive en muy buena medida de venderle a la población negra su condición de víctima inocente de un sistema explotador. La situación es sumamente paradójica, porque la población negra es, en su mayoría, bastante más conservadora de lo que lo son sus líderes, casi todos ellos progresistas de la franja radical.
 
El caso es que una parte muy importante de la población negra se zafó de la segregación, pero no para asumir sus derechos y sus responsabilidades (como había preconizado Broker T. Washington), sino para depender de los programas del Estado benefactor que Johnson bautizó como Gran Sociedad, gestionados, en buena medida, por personas relacionadas con organizaciones como la NAACP.
 
Se ha creado así una comunidad desestructurada, con lazos familiares débiles, alta tasa de delincuencia y menor formación que el resto de la población. En vez de impulsar el progreso, la intervención del Gobierno ha corroído la consistencia moral del grupo y la capacidad de las personas para superarse. Eso sí, a cambio, los demócratas se han asegurado el voto de los afroamericanos por medio de organizaciones como la NAACP.
 
Los esfuerzos de Bush por romper esta dependencia –como ha tratado de evitar que ocurra con los hispanos– no han tenido éxito. En 2004 avanzó algo entre el electorado negro, pero sobre todo lo hizo en condados y estados –como Ohio– donde la comunidad negra está estructurada gracias a otro tipo de organizaciones, como algunas iglesias. Fue un avance muy pequeño, y tal vez momentáneo. Según una encuesta AP-Ipsos de junio, el 86% de los negros desaprueban la gestión de Bush, frente al 56% de blancos. El desastre del Katrina y el diluvio de demagogia caído desde entonces no han mejorado las cosas.
 
En estas condiciones, la negativa de Bush a acercarse a la NAACP tenía un cierto valor simbólico. Más que una revancha, se podía interpretar como un gesto de confianza: Bush pensaba que podía llegar directamente a los ciudadanos negros sin pasar por organizaciones como ésta, de tinte a veces casi mafioso.
 
Al parecer, no ha sido así. Ha prevalecido la política, y probablemente se habrá perdido la oportunidad de un cambio en la población negra norteamericana.
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