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REINO UNIDO

Boris Johnson, un conservador muy antipático

Boris Johnson (1964), diputado, columnista político y antiguo editor del semanario The Spectator, santo y seña de la política antipática del Estado Limitado y la cautela a la hora de embarcarse en el reformismo, es el nuevo alcalde conservador de la ciudad de Londres. Una buena noticia para casi todos.

Boris Johnson (1964), diputado, columnista político y antiguo editor del semanario The Spectator, santo y seña de la política antipática del Estado Limitado y la cautela a la hora de embarcarse en el reformismo, es el nuevo alcalde conservador de la ciudad de Londres. Una buena noticia para casi todos.
Boris Johnson.
Johnson, cuyo exotismo –es bisnieto del político turco Ali Kemal– no resulta excepcional en la historia de su partido (el premier Disraeli era de origen judío, Thatcher fue la primera jefe de Gobierno, y la razón de la soltería de Edward Heath era, como afirman algunos viejos tories, algo demasiado evidente para ser comentado), ha basado su triunfo en unas cuantas ideas claras y en un puñado de propuestas que casi caben en 59 segundos:
– Seguridad: más policía en la calle y en el metro y mayor dureza contra los vándalos.
 
– Movilidad: supresión de la tarifa de 25 libras (30 euros) que ha de abonarse para acceder a la ciudad e inversiones en trenes de cercanías y carriles-bici.
 
– Medioambiente: castigo a los dibujantes de grafitis y a los que arrojan basura en la vía pública. Apoyo al reciclaje. Presión a las juntas municipales para que mejoren el cuidado de los parques.
 
– Apoyo a los comerciantes: agilización de los trámites burocráticos para la apertura de negocios y congelación de impuestos.
 
– Vivienda: flexibilización de los planes urbanísticos (no a las cuotas) y trabajo con los distritos para construir más hogares unifamiliares. 
 
– Olimpiadas: control del gasto y aumento de la seguridad.
 
– Sanidad: introducción de criterios gerenciales privados en la dirección de los hospitales y de mecanismos de control en el presupuesto destinado a salud pública.
Odiado y amado a partes iguales por la prensa conservadora británica (hace dos veranos, unas instantáneas obtenidas por el Daily Mail que le mostraban bebiendo una copa de champán en la terraza del Parlamento, así como los rumores sobre sus aventuras extraconyugales, hicieron que algunos de sus colegas comenzaran a cavar su tumba política), Boris ha hecho la campaña a pie de calle, concentrándose sobre todo en los barrios de clase media-baja y olvidando algunas zonas aristocráticas conquistadas a mediados de los 90 por los laboristas. A este respecto, parece haber escuchado los consejos del columnista del Times y ex colaborador de Margaret Thatcher Matthew Parris, quien el pasado verano escribía lo siguiente:
A ningún alumno de Eton debe permitírsele acercarse a menos de cinco millas de su campaña. Boris no es un esnob, los londinenses no son esnobs al revés, y Johnson podría incluso utilizar su pijería en beneficio propio si los inevitables ataques clasistas de los laboristas y los liberal-demócratas resultan ser infundados.
Su manifiesto electoral, basado en la ley y el orden, las cuentas claras, la transparencia y un par de guiños al medioambiente, tan en boga en nuestros días, contemplaba asimismo los actos sectoriales con diversos grupos especialmente notables en Londres. Así, Johnson ha mostrado la misma firmeza a la hora de criticar el multiculturalismo filoislámico que al defender a los homosexuales (más del 10% de la población de la ciudad), que cada vez padecen más agresiones (imagínense a manos de quiénes).
 
Durante el debate que los candidatos a la alcaldía celebraron en la sede de la ONG gay Stonewall, que se financia con dinero privado, Boris, criticado por su oposición al matrimonio gay (sin embargo, votó a favor de la ley que equipara las uniones con los matrimonios), reiteró su compromiso con las personas, no con los grupos, y se mostró contrario al discurso deconstruccionista y al paternalismo de algunos políticos. También dijo que, ganara o perdiera las elecciones, participará en la próxima marcha del Orgullo.
 
Los resultados de la última encuesta entre los lectores del periódico gay Pink News mostraban a Brian Paddick, el candidato de los liberal-demócratas, en cabeza, mientras que Johnson registraba un espectacular aumento de popularidad a costa del anterior, policía y abiertamente gay, y del izquierdista Livingstone, cuyas relaciones con los islamistas han perjudicado su imagen entre los homosexuales, las mujeres y los más jóvenes. No parece que el Museo Gay y las Olimpiadas del Arco Iris que prometían los socialistas hayan bastado para hacer olvidar a muchos de dónde procede el auténtico peligro.
 
"Mentiroso", "bufón" y "pseudofascista" han sido algunos de los epítetos que le ha lanzado el lobby radical chic de esta ciudad supuestamente progresista que sin embargo fue el último rincón de Inglaterra en dejar de apoyar al Partido Conservador en los años 90 y uno de los primeros en dar la espalda a Tony Blair y tender de nuevo la mano al partido azul, en las anteriores elecciones locales (Livingstone ganó, aunque, como ahora, los conservadores se impusieron en la asamblea de la ciudad). Muchos actores, diseñadores gráficos y escritores pasan incontables noches en vela preguntándose por qué, mientras contemplan, desde la segunda planta de sus exclusivísimas casas recién restauradas con dinero público, su primoroso jardín "sólo para residentes".
 
La brutal y muy poco británica campaña de odio, insultos y miedo lanzada por el establishment progre londinense me ha hecho recordar algunos mensajes evacuados por la izquierda española antes del 9-M. Por suerte, los ingleses, a pesar de comer bastante peor que nosotros, ducharse con mucha menos frecuencia y no apreciar el buen vino, son bastante más astutos y menos crédulos de lo que aparentan.
 
La victoria de Boris Johnson, retratado el año pasado en una simpática y a veces  inclemente biografía por el cronista parlamentario del conservador Daily Telegraph ("Basura de principio a fin, pero bien escrita", fue la reacción del político), anuncia no sólo el definitivo canto del cisne del Nuevo Laborismo ("Viejas Mentiras", como afirma la propaganda tory), sino la emergencia del Nuevo Conservadurismo, una inteligente combinación de austeridad económica, descentralización de las decisiones burocráticas, transparencia en la gestión pública, defensa de lo que conviene conservar (por ejemplo, los derechos individuales) y mesurada apertura a nuevas realidades y tendencias sociales que nadie se puede permitir el lujo de ignorar.
 
¿Les parece poco centrista sostener que lo que los agentes de policía necesitan es menos cursos sobre buenismo y más medios? ¿Acaso resulta antipático escribir que en China sobra nacionalismo y falta respeto por la libertad, y que el llamado capitalismo chino tiene mucho de delirio y poco de verdad? ¿Y qué decir de la anunciada reducción inmediata de gastos en publicidad, marketing, relaciones públicas, asesorías diversas y otras hierbas para pagar el reforzamiento de la vigilancia en el transporte público? A eso le llamo yo dar al pueblo valor por lo que paga y dejarse de campañas de autobombo institucional. No sé si Boris será más o menos de derechas, liberal, socialdemócrata moderado o reformista, ese concepto vacío que tanto gusta a los ideólogos de la nada, aunque la verdad es que me importa bien poco.
 
La democracia mediatizada y el Estado intervencionista no dan para programas máximos. En el aquí y ahora, que es lo único que me interesa, Johnson es de lo mejorcito a que podemos aspirar los que observamos con preocupación el desprecio de buena parte de la izquierda por lo que deben hacer los políticos, esto es, crear un clima favorable a la innovación económica, mejorar los niveles de seguridad y, ya que no parece que muchos tengan intención de repensar la naturaleza de los llamados servicios públicos, al menos economizar y racionalizar su gestión. El Nuevo Laborismo parece haber olvidado que no sólo de ideología vive el hombre, y se ha embarcado en una cruzada moral y moralista que amenaza con sustituir la razón, que como afirmaba Hobbes es a la postre la única garantía de libertad, por el sentimentalismo, fuente inagotable de arbitrariedad.
 
Boris Johnson se enfrenta a una gigantesca e intrincada empresa: reparar los destrozos de Livingstone y los suyos en una de las ciudades más cosmopolitas y que, como ha recordado en su primer discurso como alcalde, "una vez gobernó el mundo". Tras ocho años de frustraciones e incremento espectacular de la burocracia y la corrupción, justo los problemas que el Nuevo Laborismo pretendía solucionar, Londres debe aprender a gobernarse a sí misma.
 
Los que hemos seguido la trayectoria de este simpático pijo gordito de pelos imposibles desde que a mediados de los 90 comenzara a sorprender, entretener y provocar (sus boutades reflejan la capacidad de sorpresa inmune al cinismo de que hacen gala sus compatriotas) desde las páginas del Spectator, la revista política y cultural más transgresora, no podemos sino celebrar su triunfo, que de alguna forma es también el nuestro.
 
El 11 de febrero de 2006, dicha revista publicaba la siguiente entrada del diario de Johnson; creo es una buena muestra del peculiar carácter del nuevo alcalde de Londres:
Cuando este número aparezca estaré de vuelta en Edimburgo (...) La última vez que me pasé por ahí había una enorme multitud de estudiantes (...) en un bar, y al fondo un preocupante grupo agitaba carteles que decían cosas como "Vete a la mierda, Boris" o "No a la subida de las matrículas". Me encaramé a un taburete y traté de pronunciar un discurso, pero el estrépito que armaron las dos facciones enfrentadas era tan grande que ni siquiera me oía a mí mismo. Poco después desistí, y creo que dije: "Y ahora me voy a tomar una cerveza". Mientras me bajaba del taburete, un canalla vino por detrás y me vació una pinta de cerveza sobre la cabeza (...) Más tarde algunos me dijeron que, si hubieran estado en mi lugar, le habrían dejado ciego a puñetazos, pero debo admitir que mi instinto no va por ahí. Dentro de mí debí de haber sentido una secreta simpatía por él: viene un diputado conservador y trata de convertirse en rector de la universidad... Una pinta de cerveza es lo mínimo que me merecía.
Buena suerte, alcalde, y no te resignes.
 
 
ANTONIO GOLMAR, politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.
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