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VENEZUELA

Bolívar, convertido en chavito

Cuando vivía en Venezuela la moneda más pequeña era un centavo y la de mayor valor se llamaba "fuerte" (5 bolívares). Ésta era una linda moneda de 37 milímetros de diámetro, con la efigie del Libertador, el escudo nacional y el indicativo de que era plata 900 y pesaba 25 gramos. En apenas dos décadas el centavo ha sido reemplazado por una moneda de 10 bolívares, y el Banco Central de Venezuela acaba de anunciar que acuñará una moneda de 1.000 bolívares, cuando el billete más grande en los años 80 era de 500 y hoy es de 50.000.

Cuando vivía en Venezuela la moneda más pequeña era un centavo y la de mayor valor se llamaba "fuerte" (5 bolívares). Ésta era una linda moneda de 37 milímetros de diámetro, con la efigie del Libertador, el escudo nacional y el indicativo de que era plata 900 y pesaba 25 gramos. En apenas dos décadas el centavo ha sido reemplazado por una moneda de 10 bolívares, y el Banco Central de Venezuela acaba de anunciar que acuñará una moneda de 1.000 bolívares, cuando el billete más grande en los años 80 era de 500 y hoy es de 50.000.
Cinco bolívares.
He aquí la evidencia de la magnitud del robo que los venezolanos han sufrido de manos de sus gobernantes y funcionarios, y también parte de la explicación de por qué Venezuela aparece en el último lugar de América Latina en el Informe 2006 de Libertad Económica en el Mundo: en el puesto 129 entre 130 países, junto a Ruanda, el Congo y Zimbabue.
 
Quizás los argentinos, los brasileños, los bolivianos, los paraguayos, los ecuatorianos, los nicas, los panameños y los isleños del Caribe le querrán preguntar a Hugo Chávez, en su próxima visita, con todos sus regalos y promesas, por qué Venezuela era rica cuando el petróleo se vendía a 3 dólares el barril y lo producían y exportaban empresas multinacionales "imperialistas", que convirtieron el país en el principal exportador de crudo: para 1958 llegó a controlar más del 50% del mercado petrolero internacional. Por el contrario, en el siglo XXI las reservas, la producción, la refinación y la exportación petrolera venezolana caen año tras año y, a pesar de que el precio está por encima de los 50 dólares el barril, los venezolanos sufren una miseria africana.
 
Uno de los innumerables edificios en ruinas de La Habana.Se repite la historia. Si regresaran quienes conocieron La Habana y Caracas en aquel año 1958 creerían estar, más bien, en alguna de las capitales africanas al sur del Sáhara. Ahí quedan para la historia los verdaderos logros del comunismo castrista y del socialismo del siglo XXI.
 
La primera devaluación del bolívar en el siglo XX (de 3,35 bolívares por dólar a 4,30) la instrumentó el Gobierno socialdemócrata de Rómulo Betancourt en 1961, luego de anunciar que no se otorgarían nuevas concesiones a las petroleras extranjeras; éstas, que tenían inmensos capitales invertidos en el país, lógicamente comenzaron a repatriar su dinero. Ese fue el inicio de la sustitución de la empresa privada, que busca el lucro, por bondadosas empresas estatales y por aquellas pertenecientes a los amigos del palacio presidencial, que obtienen financiamiento subsidiado de los bancos del Gobierno y protección absoluta contra las importaciones baratas.
 
Para completar el círculo, los peores ministros de Hacienda –ahora de Finanzas– que tuvo Venezuela en el período democrático anterior a Chávez fueron altos funcionarios de ciertos y determinados grandes grupos económicos, esos mismos que no creen en el capitalismo y la libre competencia sino en la "responsabilidad social de la empresa".
 
Así llegamos, en 1999, a la presidencia de Hugo Chávez, con un bolívar devaluado a 565 por dólar; desde entonces el socialismo del siglo XXI ha hundido su valor real (en el mercado paralelo) a 2.900 bolívares por dólar.
 
Por respeto a Simón Bolívar, propongo que, así como Hugo Chávez ha cambiado la Constitución, la bandera, otros símbolos patrios y hasta los días de fiesta (el 12 de octubre es ahora el Día de la Resistencia Indígena), cambie también el nombre de la moneda, sustituyendo el de "bolívar" por un más apropiado y devaluado "chavito".
 
 
© AIPE
 
CARLOS BALL, director de la agencia AIPE y académico asociado del Cato Institute.
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